Los relatos de Lionel Shriver son excéntricos, burbujeantes y especialmente no circulares, es decir, cuando nos encontramos delante de una literatura que engaña en exceso y busca la perfección, sino que busca una expresión más verdadera, más irónica, más sagaz, tremendamente triste, e irremediablemente divertida. En esta novela no se busca la perfección, sino la verdad: La expresión. De esta manera, la manifestación de la posesión es prolongada y abarca de igual manera a un muchacho que no se quiere ir de casa, carente de toda ambición y objetivos, y a una chica que llega a Kenya con aires de princesa, y una aventura de supervivencia milagrosa le hace conocer la humildad y el agradecimiento, o un padre ególatra y brillante pero desapegado con los hijos y funcionarios, que se creen los dueños de los aeropuertos y cuyas decisiones pueden truncar el futuro.
En Terrorismo doméstico (Anagrama, 2021), el más brutal, divertido y luminoso de los relatos del libro, se crea una equidistancia entre la resistencia de un muchacho de treinta años a pirarse de casa y las hordas migratorias europeas. Así pues, el territorio como eje de pertenencia o no pertenencia (probablemente un treintañero con posibilidades de emanciparse ya no debe pertenecer al hogar de mamá y papá) y la dureza de la emigración para labrarse un futuro tras una nueva frontera.
En este libro, no encontramos una claridad suficiente en la unidad de acción, en consecuencia, no parece una novela, pero sí que hay un pretexto tragicómico para colocar anécdotas, historias o pensamientos. Un pretexto que es necesario para que el lector experimente el libro como una novela. Ahora bien, ¿Es Propiedad Privada (Anagrama, 2021) una novela? Sí, porque es una reflexión sobre nuestra existencia hecha a través de personajes imaginarios. Propiedad Privada (Anagrama, 2021) es tan inabarcable con la experiencia propia, que es pura experiencia propia. Es la carta del futuro que pudo ser y no fue, o que podría ser y de momento no es. Una distopía económica, familiar y patrimonial, abarcando a personas, inmuebles y dinero, pero sobre todo, imprevisibilidad, matrimonios que fingen estar listos para el divorcio, funcionarios de aduanas que se creen los dueños de los aeropuertos.
Por consiguiente, una novela con coordenadas tan universales, que no solo es contemporánea, sino también de ayer y de mañana. Relatos que se leen con agrado, salvo por algunas páginas especialmente enrevesadas pero que no entorpecen en exceso el trayecto. El recorrido de un libro que es severamente crítico con la sociedad y nuestros vecinos, incluso con un matiz narrativo de perversidad y maldad para desnudar al emperador.
Lionel Shriver exhibiría una luz e ironía inteligente si fuera posible la manifestación notable de la ironía inteligente, que no lo es. Propiedad privada es una novela circunvolando en la atmósfera, de la que nos acordaremos viendo un piso para alquilar, haciendo una gestión en el banco, tomando un avión, hablando con una ex pareja, visitando un geriátrico o brindando por los viejos tiempos. Pura vida, pura tragicomedia.