En una reciente “master class” en la USC, Spielberg y Lucas pronosticaban una “implosión” en la industria cinematográfica estadounidense que estrechará cada vez más el camino de acceso a las salas de cine, provocando finalmente el estreno de los blockbusters en pocas y exquisitas salas de proyección a precios bastante altos. Es decir, una situación análoga a la existente hace 30 años, antes de que las multinacionales decidieran jugarse el futuro de su cine en el primer fin de semana estrenando cientos de copias a la vez en lugar de unas cuantas docenas destinadas a permanecer meses en cartel. En el fondo, lo que los dos hombres que revolucionaron Hollywood convirtiendo en A la serie B estaban anunciando era el recurso al “acontecimiento” como estrategia para llenar la salas que queden. No en vano, esto es lo que está pasando con el 3D que, lejos de popularizar su exhibición, se está convirtiendo en un producto “gourmet” para determinadas superproducciones.
Esta búsqueda de lo puntual ha hecho que, a escala local, prosperen iniciativas como las de “Phenomena” que, más allá del componente nostálgico que sin duda tienen y que varía según la edad del espectador (para los que ya cumplimos los cuarenta, se trata de volver a ver en cine las películas que nos hicieron vibrar de jóvenes; para los que están aún en la treintena supone ver en pantalla grande lo que hasta la fecha sólo han podido disfrutar en televisión) recuperan durante una o dos tardes lo que antes era habitual: los programas dobles.
Y aunque en sus sesiones, por así decirlo, generalistas pecan a mi entender de proyectar títulos demasiado conocidos (El jovencito Frankenstein -1974- de Mel Brooks y La vida de Brian -1979- de Terry Jones fue el último) en su marca alternativa “Grindhouse” abren espacio a joyas “trash” tan impagables como las que protagonizaron la sesión del pasado viernes en los cines Girona de Barcelona.
Santo en la venganza de las mujeres vampiro (1970) de Federico Curiel fue la película base del programa y para muchos de los asistentes (no, desde luego, para el que esto escribe) su primer contacto con el fascinante mundo de lucha libre mexicana. Muy acertadamente presentada por Lo Perico Enmascarat, un luchador catalán con unas excepcionales cualidades de showman, la película de Curiel está llena de lapidarias frases del Santo capaces de llevar la acción a donde el guionista español Fernando Osés necesite sin complicarse la vida. Hay también impagables momentos ye-yes (todos los acontecidos en el interior del cabaret “La muralla” donde gogós en bikini con pesados postizos capilares bailan sin coordinación alguna bajo la influencia de alguna sustancia psicotrópica); secundarios que parecen acabar de dejar su trabajo en el puesto de tacos de la esquina para luchar contra el Santo; y murciélagos de cartón piedra que se convierten, humo mediante, en grandes damas de la escena perfectamente maquilladas y con pestañas postizas. Genial el toque machista de la subtrama entre la periodista y el policía (que apenas se quita la gabardina en un par de secuencias por mucho que los demás personajes vistan de verano o, en el caso del Santo, se encuentre directamente en bañador) y la secuencia en que la segunda, con el ánimo de que su novio no la reconozca, se disfraza de hippy… ¡con el atuendo que éste le regaló!
Las películas de Santo cuentan, además con el valor añadido de poder ver al legendario luchador (junto a Frida Kahlo y la Virgen de Guadalupe, los tres grandes mitos aztecas) en acción “arriba del ring”. En tiempos previos a la popularización de la TV, estos fragmentos luchísticos son, probablemente, los únicos registros existentes de cómo era el espectáculo en los tiempos en que las acrobacias aéreas aún no habían desplazado a la lucha a ras de lona.
El segundo título del programa doble haría a buen seguro las delicias de Christian Metz: Apocalipsis caníbal que Bruno Mattei dirigió en 1980 con el seudónimo de Vicent Dawn y conocida en el mercado anglosajón con los títulos Virus y Hell of the living dead. En ella, Mattei y su montador, Claudio Borroni logran articular su discurso a base de planos-contraplanos en donde los primeros no tienen nada que ver con los segundos. No sólo porque el eje de acción salte hasta el punto de que los “buenos” parecen estar disparándose entre sí sino porque los contraplanos pertenecen a otro largometraje, concretamente a un documental titulado Nuova Guinea, l´isola dei cannibali que un tal Akira Ide dirigió en 1974 en la estela de las películas-reportaje sobre costumbres bárbaras del tercer mundo tan en boga en la época (el propio Mattei había facturado años antes Libidomania -1973- y su secuela, Libidomanía 2 -1974-)
De esta forma, cuando los protagonistas llegan a una aldea de Nueva Guinea donde se está celebrando un ritual caníbal… el contraplano de lo que ven son imágenes robadas del documental arriba citado (no es el único “préstamo” que se permite la película, su banda sonora pertenece a Zombi (1978) de George A. Romero) por supuesto sin que nadie se haya gastado una lira o peseta en etalonar. Y esto no pasa una vez ni dos, sino que casi la mitad del metraje pertenece al otro título del que supongo que al menos compraran los derechos.
Afortunadamente, Matti no renuncia a grabar sus propias secuencias de canibalismo en donde figurantes conteniéndose la risa evidencian la juerga que debió ser el rodaje mientras desgarran con los dientes trozos de carne cruda compradas en el “mercat” más cercano.
El mejor momento de la proyección es, sin duda, aquel en el que una antropóloga que ha pasado varios años viviendo entre los caníbales y que hasta ese momento se había mostrado extremadamente decorosa en el vestir (aunque en algunos planos vista falda y en otros pantalón dentro de la misma secuencia) decide afrontar el peligro que para los militares de élite (vestidos con monos de fontanero) que la acompañan supone el encuentro con la población local “de la única forma en que esto se puede arreglar”. Y se quita la blusa, pasándose los siguientes diez minutos paseándose en topless y con el cuerpo pintado por las localizaciones catalanas que nada tienen que ver con aquellas de Nueva Guinea por las que se aventurara Akira Ide un año antes de la muerte de Franco.
Mención aparte merecen las localizaciones. Apocalipsis caníbal fue rodada en Badalona y Barcelona, convirtiendo el Palacio de Pedralbes en la embajada norteamericana y la central térmica de San Adriá del Besós y sus tres populares chimeneas en una central nuclear origen del inicio del fin del mundo.
Una genial radiografía, pues, del cine popular existente en la frontera entre las décadas de los 70 y 80 que además preludia los “action heroes” neofascistas que Stallone, Norris y compañía pondrían de moda en todo el mundo poco después.
El próximo día 28 de Junio, “Phemomena” cierra la temporada en el Palacio de Congresos de Catalunya con la proyección de Arma Letal (1987) de Richard Donner y Depredador (1987) de John McTiernan.
Habrá más público, pero será menos divertido.