Sentenció Holly Golightly, por obra y gracia de Truman Capote, que no deseaba poseer nada hasta encontrar un lugar en donde ella estuviera en su lugar y sus cosas en el suyo. Ella y sus cosas, tanto los diamantes como las arrugas, las canas y los huesos. Es célebre ese lema al que muchos aluden: un Chanel nunca pasa de moda, aseveración a la que acudimos porque gustamos de la fascinación por lo extranjero, cuando lo cierto es que un Berhanyer tampoco pasa de moda, pues esta es un pozo de recuerdos, y las prendas que conservamos son más que el resultado de la puntada y el hilo, son el lugar y el momento, quienes éramos entonces e incluso quien nos acompañó. Es imposible conservar la primavera en un baúl, pero sí un estampado de flores y la forma de un cuerpo. La moda es un lugar en el mundo.
Algún día me harán falta, dijo mi hermana cuando la llamé antigua por hacerse cada año con diversas piezas para su ajuar. Comprendí tiempo después que lo que pretende es conformar su galería privada y dotar de recuerdos a las cosas, quizás porque las cosas importantes son las que hace el recuerdo. También las columnas derribadas son eternas, porque perdura lo que mantenían en pie: el tiempo, la ilusión, la incertidumbre.
En ocasiones se precisan cien años para alcanzar lo eterno o para ser admirado por vez primera. Desapercibidos pasan un sombrero, un camafeo o un bolso hasta que ocupan la vitrina de un museo, hasta que se atiende el recuerdo que permanece en ellos: la memoria y la guerra. Quizás un guante no tuvo importancia hasta que se lo quitó Rita Hayworth, al igual que el silbido de los trenes sonaba a despedida hasta que piropearon el contoneo de Marilyn Monroe. El cine logra que los recuerdos se apiaden de la memoria. Nos hicimos pop para comprender un siglo que había rechazado la herencia de las cosas, aunque estas procedieran “de las profundidades sepulcrales de sus recuerdos”, como escribiera Nathaniel Hawthorne en su obra maestra La casa de los siete tejados.
Nos amparamos en la cotidianidad para ignorar el gozo de un abrazo, la costumbre de sabernos amados entre los nuestros, como si bastara con estar vivo. Así como un chispazo de luz puede inmortalizar un instante, estamos cubiertos de historia en cada costura. Este arte ha puesto en pie las enciclopedias que ya nadie consulta. Nunca pasarán de moda un Berhanyer, ni la memoria, ni la guerra.