«Post mortem», de Albert Caraco

«Post mortem», de Albert Caraco

Como ya dije en otra ocasión, algunos libros parecen escritos para ser leídos en domingo. Es el caso de esta obra, joya literaria y editorial (sólo existen dos títulos de Albert Caraco traducidos al español), de la que hoy me ocupo y cuya lectura tanto os recomiendo: Post mortem.

Albert Caraco es una figura aún escasamente conocida en el contexto filosófico de habla hispana, y apenas se le ha prestado atención en entornos académicos. Su obra, prolífica (él mismo afirma en no pocas ocasiones que nació para ser escritor y vivir alejado del mundo), no deja duda de la calidad y hondura de su pensamiento, que puede catalogarse de pesimismo radical. O, quizás, de lúcido realismo.

La editorial Sígueme publicó en 2006 este librito que hoy os presento, Post mortem, escrito por su autor momentos después del fallecimiento de su madre. En él se dejan ver las grandes líneas del ideario de Caraco (fatalismo, el peso del tiempo, la muerte como eterna compañera del hombre, el dolor existencial), pero, característica común de los textos de este autor nacido en Estambul, sus afirmaciones siempre son verificadas a través de una experiencia vital que parece confirmar a aquéllas materialmente. Da así la sensación de que los escritos de Caraco no sólo pueden ser leídos, sino tocados, sentidos en primera persona. El lector queda convertido, por una suerte de catarsis literaria, en autor.

Mi amor sólo se dirige de la santa indiferencia y ya me confundo con ella, mi vida entera es una escuela de muerte, por otra parte no tengo demasiados méritos y desde la infancia nunca me he sentido a gusto, presa de permanentes enfermedades y subsistiendo a fuerza de medicinas.

Medicinas, hay que decir, que a veces no son prescritas por médicos. La escritura formará parte de la vida de Caraco como una suerte de remedio, siempre eventual, para sobrellevar esta odiosa existencia que parece perseguirnos imprimiendo en nosotros el aguijón del deseo. Un deseo que se renueva constantemente y que, por tanto, nunca se detiene a pesar de contar con algunas satisfacciones perecederas ofrecidas por nuestros efímeros éxitos. Si algo recriminará Caraco a su madre, será, precisamente, el hecho de haberle traído al mundo, «y yo profeso aversión al mundo», confiesa en las primeras líneas de Post mortem.

Las sombras de la muerte son las especias del amor y la vida eterna sería la escuela de la frialdad absoluta. Se ama a un ser al que los mañanas amenazan y tanto más cuanto más se ve amenazado.

Post mortem no es un libro del que pueda hablarse a la ligera. Hay que leerlo, y leerlo despacio, para hacerse cargo de la enjundia que atesora cada palabra de Caraco. El alma del autor está puesta en cada línea de la obra, en cada letra, en cada signo de puntuación. Como muy bien apunta Justo Navarro en la breve pero intensa introducción, Caraco afronta en esta obra la «catástrofe de la ausencia» de una madre que ora adquiere los visos de amante, ora de figura protectora, ora de amiga, ora de arquetipo ideal de «Madre Gloriosa».

Debemos olvidar a nuestros muertos en tanto que muertos, pero nos está permitido seguir su modelo y perpetuar sus obras, lo demás son melindres.

Caraco reencuentra a -y se reencuentra con- su madre tras la muerte de ésta. Reencuentra a su madre porque, aunque el tono de Post mortem aparente solemnidad e incluso cierta sacralidad, Caraco acomete un sincero diálogo con la ausente. De ahí que el reencuentro sea no sólo espiritual, sino también y de alguna manera físico: por eso se reencuentra también con ella, es decir, no sólo con lo que fue su madre de hecho, sino también con lo que representará para siempre. El libro se cierra con elocuentes palabras: «Mi Madre se ha convertido en el altar donde, a mi pesar, yo había de ofrecerme a ese principio del que ella ignoraba ser el anuncio en la tierra».

Nunca los volveremos a ver y por eso los amamos, la nada es el precio del amor y de la nada el amor es la corona, es bueno que sea así, el tiempo y la persona se confunden, el amor y la nada se corresponde.

Albert Caraco fue fiel a su pensamiento y acaba suicidándose apenas unas horas después de la muerte de su padre. Fue así, y a través de sus escritos, como dio realidad a sus ideas: «Soy uno de los profetas de estos tiempos y el silencio me rodea».

Autor

Licenciado en Filosofía, Máster en Estudios Avanzados en Filosofía y Máster en Psicología del Trabajo y de las Organizaciones. Editor y periodista especializado. Twitter: @Aspirar_al_uno

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