El espíritu de la colmena (1973) es el primero de los tres largometrajes del cineasta Víctor Erice, que además de dirigirlo escribió el guion junto al desaparecido crítico Ángel Fernández Santos. La producción corrió a cargo de Elías Querejeta y la fotografía de Luis Cuadrado. En él intervinieron las actrices Ana Torrent e Isabel Tellería, aún niñas, así como el incombustible Fernando Fernán Gómez, entre otros. Un elenco de profesionales de incuestionable valía que firmaron un trabajo que más de veinte años después continúa suscitando admiración y elogios. No en vano, nos encontramos ante una de las creaciones mejor valoradas de la historia del cine español.
La película está ambientada en la Castilla rural de los cuarenta, en plena posguerra. Un contexto que lejos de depararnos una narración previsible, se convirtió en el ámbito preciso para que Erice realizar un film singular e irrepetible. En él se nos cuenta la historia de dos hermanas, Ana (Ana Torrent) e Isabel (Isabel Tellería), de seis y ocho años, respectivamente, y el mundo de los adultos que las rodea, especialmente el de sus padres; así como el de algún que otro personaje clave en la trama, como el fugitivo. El momento de sus vidas que sirve de marco al desarrollo argumental se corresponde con la proyección en el pueblo en el que viven de la película El Doctor Frankestein de James Whale con interpretación de Boris Karloff, y el efecto que en las niñas tiene, en especial en la protagonista Ana, el personaje del monstruo.
Todo en esta obra está minuciosamente planificado para ofrecernos un relato poético que se erige en una delicada y sutil alegoría. Un despliegue en el que el dibujo de los personajes, los símbolos (especialmente los de la colmena, las abejas y el tren), la iluminación, la banda sonora y sus canciones (muy importantes), los encuadres, los planos y el ritmo, se administran con maestría para hablarnos de la búsqueda del sentido y la erosión que produce el escepticismo. Para indagar en ese espíritu «todopoderoso, paradójico y enigmático» de las abejas, según lo definiera el dramaturgo y poeta Maurice Maeterlink al referirse al «espíritu de la colmena», inspiración que le sirve a Erice para titular la película, como él mismo ha manifestado en alguna ocasión.
De esta manera, la colmena y su espíritu son la sociedad y sus motivaciones. Una sociedad que se corresponde con la de una España rural de posguerra en la que cunde el desencanto, pero que bien podría ser cualquier otro contexto en el que los individuos se ven empujados a vivir contra las cuerdas de la adversidad cotidiana. Unas circunstancias en las que resulta difícil rehuir la búsqueda de significados verdaderos y una lectura de los acontecimientos comprometida con las aspiraciones humanas más profundas e insobornables. Y unos protagonistas resignados en muchas ocasiones a sobrevivir en el interior de la colmena de sus propias frustraciones. Así, desde el abúlico padre apicultor y escritor amateur que noche tras noche es incapaz de superar el mismo párrafo de sus escritos, una suerte de reflexiones en las que indaga sobre la vida de las abejas desde una perspectiva literaria y filosófica y en las que fracasa intentado encontrar esas palabras sublimes y definitivas con la que culminar su texto. Pasando por la madre, enganchada a un amor antiguo al que escribe cartas a sabiendas de que dicha relación carece de futuro; incapaz de sustraerse a esa mentira y de purgar su desilusión encarando la realidad de su familia, la única que puede prometerle una perspectiva no idealizada por la que valga la pena afanarse y recomenzar. Siguiendo por el personaje de Isabel, un caso de escepticismo prematuro pues a sus ocho años mira el mundo sin la inocencia y la ingenuidad que tanto reprocha a su hermana, y que le correspondería. Hasta llegar a Ana, el punto de fuga de esta historia; ese otro espíritu de la colmena que aspira a volar libre, y vuela. Que espera salir del panal para buscar la belleza del entorno y poder alimentarse del néctar de la esperanza. Un personaje que simboliza la perspectiva ideal de la búsqueda del sentido y la verdad. Que es inconformista con la muerte y disconforme con la indiferencia y la brutalidad. No en vano, la historia de Ana transcurre amparada por el impacto que le produce el visionado de El Doctor Frankestein y el deseo de toparse con el monstruo en la vida real. Una criatura que anhela la bondad y la paternidad que le han sido negadas, en la misma medida que se comporta de forma brutal por el rechazo que despierta en los demás. Un ser al que Ana espera encontrar para ofrecerle la experiencia del amor y la expresión de la bondad como veneros de los que mana el significado de su dolor.
¿Encontrará Ana al monstruo y sabrá cómo comunicarse con él para transmitirle algo de su secreto de niña? Para saberlo, es necesario que veáis esta insólita película que a buen seguro no os defraudará.
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