Pierre Rabhi, el Thoreau argelino.

Pierre Rabhi, el Thoreau argelino.

A partir de ahora, la mayor hazaña, la más bella, que tendrá que llevar a cabo la humanidad será la de responder a sus necesidades vitales con los medios más simples y más sanos. Cultivar un huerto o entregarse a cualquier actividad creadora de autonomía será considerado un acto político, un acto de legítima resistencia a la dependencia y esclavitud del ser humano. 

Pierre Rabhi.

El hombre está marcado por un extraño problema de desajuste: piensa de una manera y actúa de otra. Pero no hablamos de algo nuevo, de algo así como un mal de nuestra época, este desajuste es lo que nos define. Por eso, cuando alguien de nuestra especie elimina la escisión entre pensar y hacer nos cautiva y seduce. Este es el caso del autor del ensayo que hoy tenemos entre manos.

Pierre Rabhi, nace en Argelia, en 1938, y puesto que sus padres no tienen dinero para criarle, le dan en “préstamo” a una pareja de franceses. Cuando tiene edad suficiente para trabajar, y como no es muy brillante en los estudios, se incorpora en una fábrica de París. Ahí conoce de primera mano el poder que el trabajo mecánico tiene de someter tanto al cuerpo como al espíritu. Pero algo había en Pierre Rabhi, algo que tal vez tenga que ver con eso de ser descendiente de un pueblo de nómadas, que le hizo romper toda relación con la fábrica. Y en mitad de ese salto al vacío, él y su mujer deciden abandonar la ciudad e instalarse en un pueblo para vivir de lo que el campo tuviera a bien dar. Él mismo nos cuenta los primeros momentos de aquella nueva vida, y no resta ni un solo gramo de dureza a la historia: sin luz eléctrica, sin agua corriente, enfrentados a un trabajo realmente duro y con el miedo de pensar que habían tomado la peor decisión de su vida.

Pero el tiempo, y el buen hacer, lograron que poco a poco todo funcionara. Así, descubrieron una nueva forma de vida en la que la sobriedad que el campo impone entrega una felicidad que los habitantes de las ciudades desconocen. Y aquella experiencia, la de agricultor, la de autoexiliado de la urbe y de lo que ella supone, le regaló una sabiduría que ha sabido transmitir a través de sus obras.

Ahora que sabemos lo que Pierre Rabhi hizo, nos queda contar lo que piensa. Su discurso está marcado por el ataque a dos enemigos: la mentalidad científico-técnica y la sociedad de consumo. Dos “heridas” que responden a la falta total de límites del hombre moderno, a su prometeica fe en único dogma: “siempre más”. Pero como ningún exceso queda libre de castigo, ese “siempre más” le ha condenado a una sed infinita, a la radical imposibilidad de sentirse satisfecho.

Pero Rabhi no es sólo un patólogo, también ofrece una salida, y ésta no es otra cosa que lo que aprendió cuando llegó al campo y aquello que da título a este libro: la sobriedad. Frente al siempre más, el cada vez menos, y frente al deseo infinito, la alegría de lo que se es. Pero esta sobriedad tiene doble valor, uno privado y otro político. Privado, porque nos cura de la sed infinita que nos incapacita para ser felices, y político, porque la sobriedad es creadora de autonomía.

Pero la historia de este agricultor y filósofo autodidacta, no termina en la conquista de aquel exilio al campo, ya que tanto él como su mujer –siempre la nombra y siempre le da las gracias-, se empeñaron en que su relación con la tierra debía estar marcada por la menor agresión posible. De este modo, estos dos precursores de la que ahora se denomina como la vuelta al campo, también lo fueron de la agricultura ecológica. Y lo que aprendieron, esa sabiduría alumbrada pacientemente con cada día de trabajo, no quedó celosamente guardado, ya que ambos supieron ver la necesidad de enseñar cómo es posible otra forma de vida, una capaz de poner en quiebra a la sociedad de consumo. Así, Pierre Rabhi ha impulsado numerosos proyectos de agricultura ecológica por todo el mundo, logrando entregar a sus participantes un modo de vida autónomo, saludable y respetuoso con el medio.

El agricultor y filósofo Pierre Rabhi

Testimonios como éste, ponen en quiebra algo que está muy enraizado en todos nosotros, en los habitantes de eso que se conoce como Primer Mundo, y es la triple creencia de que todo siempre sale mal, de que el hombre es lobo para el hombre y que lo mejor es cazar antes de ser cazado. En definitiva, habitamos la realidad dentro de un clima de miedo y de este modo la envenenamos y nos envenenamos. Los dados no están marcados, no estamos condenados a un único futuro, somos posibilidad y forjadores de posibilidad. Y nada mejor para recuperar la fe en nosotros mismos que una pequeña inyección de sobriedad, es decir, de autonomía. Es lo que el ensayo de este “Thoreau argelino” ofrece, de un rebelde que nació bajo el signo de la sabiduría y cuyo testimonio está ahí para quien tenga el valor de recogerlo.

Hacia la sobriedad feliz, Pierre Rabhi, Errata Naturae, 2013. Traducción de Marisa Morata Hurtado.

Autor

Soy filósofo y hago cosas con palabras: artículos, aforismos, reseñas y canciones. De Tarántula soy el cocapitán y también me dejan escribir en Filosofía Hoy. He estado en otros medios y he publicado algo en papel, pero eso lo sabe casi mejor Google que yo.

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