La maldad de los Shkolnik, podría ser un título de novela rusa decimonónica, plagada de intrigas psicológicas y dilemas metafísicos sobre el bien, la verdad y la ética. Sutil y endiabladamente fina composición sobre las relaciones padre-hijo (a veces bajo una fachada para nada sutil), la película “Pie de página (Footnote)” no tiene de cuento judío otra traza que los caracteres del alfabeto hebraico.
Película muy bien escrita por su director-guionista Joseph Cedar, escribe trazos y más retazos de palabras-fuerza, antes que ideas-fuerza. La esencia del lenguaje queda tocada ya sea mediante el teclado del ordenador, el bolígrafo u otros medios como el teleprompter.
Porque si en cierta ocasión la filosofía dijo que “la verdad es la verdad de una proposición”, aquí parece que la verdad, en ocasiones, es cosa de dos y poco más. Padre e hijo, que se enfrentan a lo largo de toda la película, Shlomo Bar-Aba, en el papel del profesor talmudista (padre) Eliezer Shkolnik y Lior Ashkenazi como el profesor talmudista (hijo) Uriel Shkolnik, o cualquiera de sus variaciones o transposiciones como Padre (Maestro), Micah Lewesohn como el profesor Yehuda Grossman e Hijo (Discípulo), Uriel Shkolnik.
Tenemos, a lo largo de los eones que acaban por formar nuestras ridículas vidas, sed de venganza, y ante todo venganza del hijo hacia el padre (naturalmente), pero también del padre hacia el hijo (en justa reciprocidad), como el prometedor futuro que se hace miserable presente, o bien satirizable presente.
Así, la película deviene insensiblemente en comedia irónica y aún satírica sobre la vivencia fundamental en la vida de dos hombres, que es la de padre-hijo (caso de llegar a vivir ambos lo suficiente). Acentuada y dotada de más aristas, en este caso, por la personalidad “autista” del padre, -como le define un personaje del film-, estreñido mentalmente y huraño outsider académico en el estrecho departamento de Talmud de la Universidad Hebrea.
El hijo, por contra es un cobarde amable que se desvive por agradar y, de paso, medrar en el ámbito de la filología hebraica. Tiene a su vez un hijo que, metafóricamente, continúa la saga familiar de enfrentamientos épicos, insertado en una familia disfuncionalmente funcional. Shkolnik padre (Eliezer) goza de una situación afectivo-familiar más clara y cortante con su mujer y, en suave elipsis, otra mujer misteriosa.
El detonante de la situación es un equívoco alrededor de un premio académico que no es sino un Macguffin a la Hitchtcock, lombriz en el anzuelo que servirá para pescar en el río revuelto de las relaciones intrafamiliares de los protagonistas. A diferencia del Macguffin clásico, brilla desde su aparición durante toda la película pero no es más que el brillo engañoso de la verdad que envuelve las capas y más capas de misterios de cualquier sólidamente enquistada relación familiar padre-hijo.
El cortante brillo de la película permite exponer algo así como un surrealismo vuelto del revés, aparentemente racional y lógico pero que oculta insondables visos de irracionalidad. De este modo nos presentan la escena superpoblada del diminuto despacho ministerial donde Uriel dejará de ser cobarde, por una vez, y se enfrentará a uno de sus padres (el Maestro). Pero a continuación pasamos a otro despacho y otra situación que vienen a anular la anterior, y de paso todo el esfuerzo de Uriel por sobreponerse como el mal hijo que su padre piensa que es.
Con un montaje espléndido, que puntúa sensiblemente la progresión de la acción, la película da, por fin, a las notas a pie de página, la importancia que los no-eruditos veníamos hurtándole desde siempre. Una nota a pie de página que, el padre, con algunos rasgos obsesivos, anota y vuelve a anotar en sus carpetas de notas, archivadas hasta el agotamiento y que se repite en el reflejo deformado del hijo, aparentemente un punto desordenado pero que es capaz de trenzar seis conferencias en un sólo día sobre arcanos temas bíblicos.
Un eco un poco lejano nos recuerda a Bouvard y Pécuchet, la novela póstuma, e inconclusa, de Flaubert sobre la homérica tarea de dos excéntricos que buscan saber, saberlo todo, arando incansablemente en su retiro alejado del mundanal ruido -que podría ser el propio Israel o bien el departamento universitario de Talmud- los conocimientos disponibles por la ciencia de su época y que se ven, una y otra vez, abocados al más estrepitoso fracaso.
Como estrepitoso es el fracaso ¿póstumo, se podría llegar a decir? de estos padre e hijo que desquician la verdad, la competencia feroz, el amor -erigido en posesión universal de la humanidad-, el prejuicio y, por qué no decirlo, la ignorancia.
Pie de página es, realmente, una película que merece la pena de ir a ver. Espléndida película.
Pie de página (Footnote), (2011), de Joseph Cedar, se estrenó en España, el 11 de octubre de 2013.