«I saw the streets were of lightning all out the window below
Yeah the beast was upon me, honey.
I thought you should know»
Uno de mis hobbies favoritos últimamente es jugar a la oca con el Spotify. Como todo lo bueno engorda, he tenido que adaptarme a los nuevos tiempos y disfrutar de las herramientas que nos ofrecen mientras me como una manzana Pink Lady.
Un día cualquiera andaba yo muy afanada con ello. El protocolo es: Ir a un grupo que ya conoces, mirar artistas relacionados, pinchar en uno cualquiera, y repetir el proceso unas cinco veces (o menos, si ves que ya te estás aproximando peligrosamente a Raphael). Escuchas su canción más popular, y si no te gusta, sigues jugando a la oca o te bajas a tomar unas cañas resignada.
La verdad es que el porcentaje de acierto es casi inferior que en la Lotería, así que a veces me pregunto por qué mantengo esta absurda conducta, si no obtengo mucho refuerzo de ello. Y la respuesta es clara: Pienso en cuando descubrí Phosphorescent.
Matthew Houck es el fundador de esta banda norteamericana que ya lleva 10 años tocando y 7 discos en el mercado. Comenzó en solitario en el estado de Alabama bajo el pseudónimo de Fillup Shack, con el disco Hipolit (2000), que actualmente es una reliquia imposible de encontrar en formato físico debido a las pocas copias que sacó del mismo. En el año 2001 crea desde Athens (Georgia) el grupo Phosphorescent, de corte folk con toques electrónicos, y con canciones instrumentadas tanto con sintetizadores como con ukeleles. Comienzan a expandirse por Norteamérica, y su disco Pride (2007) alcanza el 12º puesto de los mejores álbumes del año, por la revista Stylus.
Precisamente la tercera pista de este disco es la canción Wolves, que cinco años más tarde se haría popular por su elección para la banda sonora de la película Margin Call, protagonizada por Kevin Spacey y Jeremy Irons. Casi siete minutos desgarradores donde asistimos a un brote paranoico de Houck, que aterrado porque cree que le persiguen los lobos, se arma con un ritmo lento de ukeleles para ir introduciéndonos poco a poco en su agonía, en compañía in crescendo de lentos tambores y lejanas guitarras distorsionadas.
Mucho más optimista se muestra el disco Here´s to taking it easy (2010), que abre con un country rock a base de pedal steel y trompetas. Como puede verse, estos tipos se mueven en muchos terrenos, pero siempre siendo coherentes a su denominador común y sello de identidad.
Y he aquí la joya de la corona, Song for Zula, del disco Muchacho (2013). Cuando escucho las canciones 80 veces al día solo puede significar que me gustan mucho o que necesito pedir cita con el doctor. En esta ocasión creo que Song for Zula se justifica por sí misma: Entran violines, bombo, la voz temblorosa de Houck emulando a Johnny Cash en Ring of fire, y el mismo patrón se prolonga y repite seis brutales minutos en los que yo, personalmente, tengo una especie de viaje astral a no se qué entidad metafísica que no acierto a reconocer. Cuando termina, play otra vez, y así te puedes tirar horas, sin poner los pies sobre la tierra. ¿Es una propuesta atractiva y sin gastarse dinero en sustancias psicotrópicas, verdad?. A mi me vale. Ahora les toca a ustedes. Denle tiempo, la pseudoelectrónica no entra a la primera, pero hay que saber ver que tras esa fachada se esconde un monstruo difícil de domar.