“Philomena”, de Stephen Frears

“Philomena”, de Stephen Frears

Judi Dench, Philomena, pareja aquí de Steve Coogan, Martin, le cuenta el argumento de de varias novelas baratas, de las de amor y fantasía, en dos momentos del periplo que protagonizan entre Irlanda y Norteamérica, en busca del hijo perdido de la primera. Como Scheherezade, a primera vista, la Dench deja mucho que desear, sobre todo teniendo en cuenta su público unipersonal, un curtido, cínico y desenvuelto periodista en busca de la redención tras una puntual caída en desgracia profesional. Pero, ¿qué quieren? todo tiene su aquel -y su lógica más o menos vaporosa- y las historias de Philomena tienen todos los ingredientes que no nos creeríamos nunca para atrapar a Martin y de paso al espectador en las redes de lo naïf inefable, al modo en que una católica irlandesa irredenta puede urdir.

Si de algo está convencido el cronista al finalizar el visionado de la película es de que el catolicismo tiene aún mucho recorrido, más no sea que por el tenor moral y espiritual de la fibra sensible que resuena en el personaje de Philomena. “Philomena” ha sido tildada de película anticatólica por el elíptico tratamiento de las hórridas condiciones de vida en los orfanatos católicos irlandeses de los años 50, donde las familias creyentes abandonaban a las madres solteras y a sus hijos, en espera de ser vendidos -no hay otra palabra- a adinerados compradores.

Stephen Frears conoce demasiado su oficio para pergeñar a estas alturas un melodrama social de tinte religioso. Ha dado otra vuelta de tuerca y en el personaje de Philomena, mujer mayor, vital hasta el paroxismo celeste y dotada de una sabiduría pedestre pero no por eso menos consistente, ha hallado un filón que explota con mimo y tiento poniéndola en tenaz contraste con un personaje aparentemente más moderno, descreído y superior intelectualmente, el periodista Martin Sixsmith.

La búsqueda incansable de esta mujer, que se cruza con el elemento adecuado para que precipite su historia, su road movie soft por los caminos de ambos mundos, en procura del rastro de su hijo Michael, asciende como una plegaria a los cielos pintados en los techos de algunas iglesias y se desenvuelve por los iconos de la beatería religiosa que carga sobre sus espaldas, firmes como una roca arrullada por vientos contrarios.

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Steve Coogan, Judi Dench y Sophie Kennedy en ‘Philomena’, de Stephen Frears,

De esta particular lucha entre fe y descreimiento sale vencedora la primera sin discusión ni remilgos, portada en volandas por una Philomena arrebatadora, tierna y contundentemente atroz cuando hace falta, que no es muy a menudo, por cierto. Por contra, el ateísmo intelectual, brillante, mordaz y angry de Martin, se bate en retirada como los demonios ante el riego de agua bendita, perdido en el laberinto o marasmo, mejor dicho, de su espíritu irritantemente autopernicioso.

En efecto, Philomena es mejor persona y más feliz que Martin. La prueba de vida no admite resquicios ni hendiduras por donde pudiéramos hacer pasar la mano de nuestra duda. Y si bien es personaje de una pieza no deja de tener facetas que va mostrando, elegante y certeramente, en momentos siempre bien escogidos de su peculiar esgrima o dúo de danza particular.

Si existiera todavía el Premio de Cine Católico, un jurado inteligente se lo tendría que otorgar, por lo menos con dos tercios de los votos.

“Philomena” está basada en el libro “The lost child of Philomena Lee” del periodista de la BBC Martín Sixsmith. El coprotagonista Steve Coogan, también guionista del film, encontró accidentalmente la historia leyendo un artículo periodístico. Stephen Frears dirige con mano dúctil, de titiritero-omnisciente, combinando sabiduría intuitiva y rigor de autor con creces conocido por películas como “Las amistades peligrosas” o “The Queen”.

“Philomena” no salió con bien de la noche de los Oscars pero no se le puede negar, fuerza, juego y empuje más que suficientes para salir en pos de crítica y público mundiales, sin rebozo ni humildad alguna.

Philomena”, de Stephen Frears se estrenó en España el 28 de febrero de 2014.

Autor

Soy José Zurriaga. Nací y pasé mi infancia en Bilbao, el bachillerato y la Universidad en Barcelona y he pasado la mayor parte de mi vida laboral en Madrid. Esta triangulación de las Españas seguramente me define. Durante mucho tiempo me consideré ciudadano barcelonés, ahora cada vez me voy haciendo más madrileño aunque con resabios coquetos de aroma catalán. Siempre he trabajado a sueldo del Estado y por ello me considero incurso en las contradicciones que transitan entre lo público y lo privado. Esta sensación no deja de acompañarme en mi vida estrictamente privada, personal, siendo adepto a una curiosa forma de transparencia mental, en mis ensoñaciones más vívidas. Me han publicado poco y mal, lo que no deja de ofrecerme algún consuelo al pensar que he sufrido algo menos de lo que quizá me correspondiese, en una vida ideal, de las sempiternas soberbia y orgullo. Resido muy gustosamente en este continente-isla virtual que es Tarántula, que me acoge y me transporta de aquí para allá, en Internet.

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