Fotografía de portada: Enrique Villarino
Corría el año 1997 (la prehistoria parece, en estos tiempos de hiperaceleración chromática) cuando pablo García Casado publicó un poemario de fuerza poco acostumbrada en el lánguido panorama nacional. “Las afueras”, en efecto, se alzó con varios premios y veinte años después sigue pareciendo a cualquier lector bien informado un hito de primera magnitud en el proceso de incorporación de nuevas herramientas al quehacer poético.
Mucho ha llovido desde entonces y tras el tajo abierto por García Casado no han faltado poetas que se creían cowboys de la postmodernidad por escribir “Dixán” en sus artefactos.
Pero hete aquí que entre tanta celebridad sucia y cantautores malditos, ha aparecido una voz honesta y rabiosamente intuitiva, heredera de los mejores caminos abiertos por “Las afueras”.
Aunque, paradójicamente, Sergio C. Fanjul, aka Ché Peligro, parece haber perdido (quizá como todos nosotros) incluso la posibilidad de la periferia. Su vida es puro Centro. Centro de una tormenta de silicio. Centro de los restos tristes y museísticos de naturaleza domesticada. Centro de un Carrefour lavapiesense abierto las 24 horas que crucifica a los nadadores nocturnos entre palés de mercancía y máquinas elevadoras.
LOS COMPRADORES NOCTURNOS
Venimos cada noche,
somos siempre los mismos,
nunca hablamos entre nosotros.
En el primer supermercado
en España que abre las 24 horas buscamos
la catarsis, el sentido de la vida, los yogures
bífidus- cero por ciento de materia grasa-
de ciruela.
Los fines de semana vienen los no habituales,
los consideramos advenedizos,
pringaos,
nos negamos a dirigirles la palabra
-aunque, como ya he dicho,
tampoco hablamos entre nosotros.
Al pasear por los pasillos viajo por las miserias del mundo
imaginando de dónde vienen y en qué condiciones
han sido producidos los productos
(lo que planteo
es una mezcla de lo que la industria llama trazabilidad
y los que Karl Marx llamó fetichismo de la mercancía)
Me gustaría ser un artista para poder apreciar
en su justa medida la riqueza cromática
concentrada en los expositores. Aquí se sospecha
que la mujer rubia y el guineano
han follado al menos una vez en el cuarto de baño.
La revolución iba a empezar
al calor de los supermercados ardiendo. Para nosotros
la revolución es consumir ecológico, colarse en la cola,
comprar madrugadas, mirar fijamente
al supermercado
hasta que el propio supermercado se disuelva: tratamos
de vaciarlo a golpe de salario mínimo interprofesional
pero luchar contra los reponedores es como limpiar
aquellos viejos establo de Hércules.
Es obvio que no tenemos dónde ir.
Tenemos la edad justa para pasar aquí la noche:
ni madrugamos ni vamos a la escuela,
no tenemos responsabilidades familiares,
estamos solos, somos autónomos en todos los sentidos
y las veces mejores
nos sorprende el amanecer
en la sección de congelados.
Cuando uno de nosotros falta
damos por hecho que ha muerto.
El Centro sobreexcita y aburre a partes mortalmente iguales. Vampiriza y absorbe. Elimina la posibilidad de la identidad misma en el comercio ininterrumpido de experiencias. Para el alumbramiento es imprescindible una exterioridad deshabitada. De otro modo, en la estimulación constante, la vida se reduce a una sucesión de automatismos. La pregunta que me atraviesa como lector de los magníficos y tristes (sí, tristísimos) poemas de “Pertinaz freelance” es si todavía son posibles las afueras. Si queda algún espacio (mental o físico) sin colonizar por los fondos de inversión o por las hordas descontroladas de influencers y youtubers.
LOS REFUNFUÑADORES INFOXICADOS
hay nostalgia de lo secuencial
incluso teniendo Alejandría
en la palma de la mano:
hay nostalgia del alfa y el omega,
de la estructura vertical,
del crucigrama.
el picadillo de cerebro
es el nuevo paradigma,
las ideas infinitesimales
que viajan a velocidades relativistas,
la pirotecnia en las sinopsis neuronales.
-todo hace ka-boom! constantemente-
no hay cincel
nada permanece
el chicle revenido
domina el panorama.
a ver quién le explica ahora
al neonato que en los tiempos
heroicos lo importante era
describir en una línea el vuelo
de los pájaros.
y está por ver qué implementamos
-si es que implementamos algo-
los refunfuñadores infoxicados
Dije que es un libro triste (me lo parece) atravesado sin embargo por una perplejidad traviesa y autoirónica, opuesta al victimismo de los ofendidos. Hay una mirada de extrañeza sobre el desquicie generalizado que a veces sitúa en primer término la mera existencia de esa mirada (…todavía, a estas alturas…) como una resistencia gozosa y efectiva de la periferia.
En ella creemos…
Ad absurdum, compañero Peligro.
ROMANCE DEL FREELANCE Y LA ACACIA
Obsesionado por la finitud,
a mitad de la jornada laboral
-por llamarla de alguna manera-
el freelance se asoma al balcón
y charla con la acacia.
A veces, cuando la agita el viento,
la acacia parece que está viva,
-porque lo está- y que le hace
señales al freelance, cimbreando las ramas,
para que huya, para que huya
de cualquier cosa hacia cualquier otro lugar.
La acacia, arquitectura en rama,
está viva desde hace mucho tiempo,
mucho tiempo más que el freelance.
Pero la acacia vieja, valiente hija de acacia,
siempre conserva el silencio. Quizás
se comunica mediante algún tipo
de extraña onda vegetal que el freelance
no es capaz de percibir. Los freelance
no tienen antenas, todavía, y las acacias
guardan todos los secretos de la ciencia.
La acacia sabe de lo eterno y de lo inmóvil,
y de la fotosíntesis: el freelance teme a la muerte
y no se puede estar quieto, surfea grácilmente
el mercado laboral tratando de no descalabrarse,
consume sin cesar carbohidratos y grasas saturadas.
(Pero quizás la acacia esté loca.)
Por las noches, cuando tiene pesadillas,
el freelance sueña que la acacia,
con sus miles de ramas retorcidas
en una geometría fractal, sube a pulso las persianas,
y abre las puertas del balcón
y se estira hasta su cama,
y agarra su cuerpo
y le ahoga sin piedad.
Los días que tiene dulces sueños,
el freelance sueña que la acacia le arrulla,
le coloca bien la manta y le acaricia las mejillas.
En cualquier caso, al despertar cada mañana,
sale al balcón y ve a la acacia ahí delante,
tan quieta, y aunque sea primavera
y esté cubierta de explosiones
de hojas verdes reflejando al sol,
le da la impresión de que la acacia
está muerta.