Personas como yo, entre otras muchas cosas es una detracción de manual (excelente crítica novelada) a la pisquiatría ultra-retrógrada y la hipocresía duramente convencional y heterosexual; una alegoría a la libertad sexual y un homenaje categórico a grandísimos artefactos de la literatura y el teatro.
Madame Bovary (deseo, enfermedad y culpa), La Tempestad (tragedia y familia).
Entre medias, cincuenta años de vida norteamericana, envidias, transexualidad, muchísimo amor a los libros, celos, vanidad, generosidad y búsqueda del padre (curiosamente en mi barrio, con una oportuna consideración de las calurosas siestas de verano en las calles de Chueca). Si bien transmite la lectura cierta profusión de sodomía, lesbianismo, transexualidad y bisexualidad, como si en algún momento dado, en alguna página concreta, fuera una percepción anacrónica que uno fuera heterosexual; de igual manera el tipo más heterosexual (un bonachón de la vida, tío Bob) de la novela es alcohólico. En ese historial de abuelos que hacen papeles de mujer en el teatro, quizá exponga Irving que la identidad sexual poco tiene que ver con la revista Shangay, los osos de Chueca, los anabolizantes, las canciones de Mónica Naranjo y las modas, y posiblemente mana un chorro de determinada genética bisexual, gay, transexual. Y todo el trasfondo cultural.
Yo tenías sólo dieciocho años, pero ya sentía el deseo de no volver nunca más a la academia Favorite River o a ese pueblo perdido de First Sister, Vermont. Me moría de ganas de marcharme, de estar en algún sitio –en cualquier sitio- donde pudiera hacer el amor con quien quisiera sin que me miraran raro y me juzgaran todas esas personas que creían conocerme y se tomaban tantas confianzas.
Ha sido muy agradable que la novela no fuera de Fernando Vallejo y no hubiera un chapero sicario de quince años. De hecho, la novela arranca con una juventud prodigiosa y con una metafísica literaria entre un tutor, un adoptado y una bibliotecaria más que educativa y precedente en el currículum vitae de la libertad sexual y la bisexualidad (no todo van a ser mariquitas de Telecinco); incluso las relaciones sexuales y las diversas mamadas son breves y ni siquiera falsamente pornográficas. Ahí ha mantenido las formas Irving, no por pudor, sino por charme y abandono de ciertas reincidencias literarias. En la novela, lo más importante es la resistencia, la vitalidad, frente a un universo reprimido y rebosante de hijos de puta, con toda la alabanza a la literatura mayúscula, capital, cuando no se contemplaban los boletínes burocráticos, los premios, las subvenciones, las becas (es decir nuestra spanish literature contemporánea).
Créeme, hubo un tiempo con más lectores que poetas y novelistas.
También, ciertos guiños (advertencias) de la historia de los Estados Unidos.
Si para ustedes, durante los años del mandato de Reagan (1981-1989), la vida no se vio empañada por la experiencia de ver morir de sida a algún conocido, su recuerdo de esos años (o de Ronald Reagan) no será igual que el mío. ¡Vaya una década, y tuvimos al frente casi de principio a fin a aquel actor de serie B a caballo! (Durante siete de sus ocho años en la presidencia, Reagan se negó a pronunciar la palabra <<sida>>.) Esos años se han desdibujado con el paso del tiempo y con el proceso consciente e inconsciente de olvidar los detalles peores. Unas décadas pasan deprisa, otras se alargan y alargan; en mi caso, la causa de que los ochenta duraran eternamente fueron las sucesivas muertes de amigos y amantes…hasta entrados los noventa, e incluso después. Allá por 1995 –sólo en Nueva York- el número de estadounidenses fallecidos por el sida superaba la cifra de caídos en Vietnam.
El héroe de la novela, el gran Billy Dean, en continua exploración de neuronas, libros, penes, culos y tetas, busca el fluir de la vida inteligente, cultura y sexual: tiene sus primeros lances eróticos con una bibliotecaria transexual. Al mismo tiempo hay una flagrante alegoría de Irving (First Sister, el teatro, fingir, interpretar). Más tarde los viajes por Europa, las cafés gays de Viena, la sensualidad de los bellos luchadores, incluso las relaciones heterosexuales, hasta llegar al Madrid de Gravina, Hortaleza y Pelayo (nada más y nada menos). Y ahora mi silencio.
Personas como yo, John Irving, Tusquets:2015.