Perder la razón supone todo un ejercicio de empatía, el que hubo de hacer Joachim Lafosse, director de la cinta, al leer una impactante noticia en un periódico belga. Dicha noticia acabaría convirtiéndose en la principal fuente de inspiración para el rodaje de esta película pero, a diferencia de lo que hubiese hecho cualquier otro director con esta misma historia, Lafosse quiso ponerse en el lugar del monstruo, entender lo que para muchos resultaba simplemente incomprensible. A partir de ahí, a partir de ese titular (imposible de desvelar sin hacer spoiler) Joachim Lafosse construye una obra con muy buenas intenciones, de buena factura, pero algo torpe en su propia narración.
Y es que si de algo peca Lafosse en esta película es de excesiva sutileza. Intentando no caer en personajes demasiado estereotipados ni tampoco en ese morbo fácil al cual se podría prestar tanto esta película, el director adopta un camino de dobles lecturas que deja muchas preguntas sin responder. Y lo hace porque sus personajes no se encuentran del todo definidos. En Perder la razón se da por hecho esa capacidad del espectador para leer entre lineas como único instrumento para comprender el porqué de esa bajada a los infiernos de su personaje protagonista. A conseguirlo es innegable que ayudan unas grandes interpretaciones, muy especialmente en el caso de la actriz Émilie Dequenne, pero nada de esto parece del todo suficiente.
La propia construcción de la historia también se antoja algo confusa: La cinta arranca con una secuencia que nos provoca una gran inquietud. Se trata de un flashforward que nos hará observar todo lo que se nos cuente a continuación en un cierto estado de alerta. Sin embargo, durante su primera hora, la cinta se pierde en narrarnos la historia cotidiana de dos personajes que, de no ser por componer una pareja interracial, carecerían del más mínimo interés cinematográfico. Asistimos a esos momentos importantes de cualquier pareja (compromiso, boda, nacimiento de los hijos…) de un modo bastante plano y con un cierto abuso de elipsis temporales. Es a partir de la segunda hora cuando por fin Joachim Lafosse se digna a contarnos algo. Es a partir de esa hora cuando somos testigos de que, lo que antaño era felicidad y color, empieza a adquirir una tonalidad mucho más grisácea; es sólo entonces cuando comenzamos a sentir que las paredes del hogar empiezan a estrecharse y cuando comprendemos que la rutina, la presión, el exceso de responsabilidad, el desprecio, la renuncia al espacio vital y a la intimidad o la dependencia pueden pasar a la larga una factura de coste demasiado elevado.
Lo que sí parece incuestionable es que Lafosse sabe tomar riesgos con el manejo de la cámara. Su planificación, su composición de plano, sus movimientos o encuadres buscan incomodar al espectador incluso en aquellas secuencias iniciales en las que los protagonistas bien podrían parecer personajes de una comedia romántica. Como si de un constante recordatorio a ese inquietante flashforward inicial se tratase, Joachim Lafosse impide que el espectador se relaje un solo momento. Para ello ensucia la planificación a base de constantes movimientos de cámara, planos extremadamente cerrados o elementos que rompen la composición del mismo, como esos muebles o paredes que ocupan una parte importante del encuadre y detrás de los cuales la cámara parece esconderse.
La secuencia final se antoja simplemente brillante. De una sencillez tal que resulta sin cabe aún más sobrecogedora. Jugando con ese fuera de plano que tanta marca deja siempre en el subconsciente, Lafosse nos regala una de las escenas más escalofriantes (pero al mismo tiempo más armoniosas) que nos ha dado nunca el séptimo arte.
Perder la razón (2012), de Joachim Lafosse, se estrenó en España el 23 de agosto de 2013.
Tiene muy buena pinta