Este Pequeño tratado del abandono (publicado en Paidós) nos invita a conocer una historia personal muy peculiar. Una historia de superación y aprendizaje vital que permitió a su protagonista, Alexandre Jollien (autor del libro), superar una estancia de diecisiete años en una institución especializada para personas con discapacidades físicas.
El propio Jollien asegura en los primeros compases de este cercano tratado de apenas 125 páginas -accesible a todo tipo de público interesado en el pensamiento y la superación personal-, que «la espiritualidad, tal como la veo, procede más de la privación que de la acumulación. Lo que más me ha gustado en los griegos es la noción de progredientes. Los filósofos se percibían como unos progresadores, unos individuos que, paso a paso, avanzaban hacia la sabiduría».
No se trata de construir un personaje, ni de ir a la búsqueda de la alegría y la serenidad en otro lugar, sino de zambullirse dentro de uno mismo, ir hasta lo más profundo para recoger la alegría, la paz y el bien supremo.
Con este mismo objetivo, Alexandre Jollien nos invita a abandonarnos totalmente a la existencia. La meta: aprender a aceptar y hacer nuestro el propio abandono que conlleva el hecho de estar vivos. El autor pretende «deshacerse de todo, realmente de todo», para que todas sus sensaciones y sentimientos puedan ocupar el espacio que les corresponde y lograr, así, sumergirse en su experiencia personal de manera plena: «el sufrimiento, la tristeza, ocupan un lugar dentro de nosotros. Quizá si permanecen, es precisamente porque no nos atrevemos a vivirlas profundamente«.
Lejos de propugnar una mera «aceptación» del sí mismo, que a juicio de Jollien implica un yo que juzga (que -se- acepta), el autor explica que «el yo no tiene nada que ver en esta historia. Un día comprendí que el yo está programado para rechazar. Se trata por lo tanto, más bien, de ‘permitirse ser’ que de aceptar«. No debemos negar el sufrimiento, sino dejar que la vida fluya, «bailar con ella sin querer inmovilizarla».
El maestro zen Harada solía dar una consigna maravillosa como punto de comienzo de la meditación: «Siéntense y no piensen en cómo podrían sentarse mejor. Ustedes querrían sentarse mejor. Si no les gusta la manera en que están sentados, acéptenla y vívanla así».
Muy cercano al dictado zen de Harada, Alexandre Jollien insiste en que digamos «sí» a la vida, nos invita a estar en ella y habitarla con todas las consecuencias, sin juzgarla. «Estamos constantemente tratado de juzgar la vida y el yo parece estar programado para negar la realidad. Para el yo siempre hay alguna cosa que va mal, que no está a su altura».
Una libro muy ameno y digerible, alejado del odioso y pernicioso género de autoayuda, que nos muestra una experiencia personal laudable acompañada de diversos ribetes filosóficos que harán las delicias de un público no especializado.
El camino de mi vida me llava a aceptar, o más bien a asumir, todo mi ser, sin rechazar nada de él. Encontrar la belleza, la alegría, allí donde ellas se dan: en este cuerpo, en este ser, en esta vida y no en una vida de ensueño, idealizada. Es en lo cotidiano, en o banal, donde reside la alegría.