Por NACHO CABANA
Que Pel davant y pel darrera (título catalán de Noises off, obra escrita por Michael Frayn en 1977) es una garantía de éxito en Barcelona lo denota el hecho de que se haya estrenado nada menos que cinco veces desde 1985 a pesar de que no es un texto fácil de poner en escena y requiere de 9 actores sin posibilidad de que ninguno doble su personaje.
Juanjo Puigcorbé y Abel Folk son los ilustres precedentes de Miquel Sitjar en el rol protagonista de este vodevil que se convierte en un juego nada intelectual pero sí muy divertido de teatro dentro del teatro más disfrutable si uno conoce el mundo y la idiosincrasia de los actores.
Ya saben, un primer acto que es el ensayo de un vodevil de puertas que se abren y cierran de golpe, seguido de un segundo casi mudo donde vemos lo que ocurre en la parte de atrás del decorado mientras se representa el mismo fragmento del vodevil en cuestión (con la información añadida de las rencillas entre los actores) y un tercero en el que vemos como todo sale rematadamente mal de cara al público.
Siempre he pensado que Pel davant y per darrera sería más divertida si la obra dentro de la obra fuera dramática en lugar de un vodevil. Imagínense, por ejemplo, este mismo concepto aplicado a El Padre de Strindberg o a El largo viaje del día hacia la noche de Eugene O´Neill. El contraste entre la impostada seriedad que el texto requiere y el desmadre que ocurre realmente entre bambalinas multiplicaría exponencialmente los gags ya existentes.
Porque el problema que, en 2019, tiene Pel davant y pel darrera es que solo resulta plenamente divertida en su tercer acto, lo que obliga a Alexander Herold y Paco Mir (director y adaptador del montaje que podemos ver en el teatro Borrás de Barcelona hasta el 28 de marzo ) a intentar que el vodevil sea más exagerado de lo que requerido mientras “vodevilizan” a la vez lo que sucede entre cajas. Reducen así la distancia entre lo que pasa por delante y lo que pasa por detrás, uniformándose el tipo de humor y acercando a los actores que interpretan a los personajes del vodevil a los de este.
La sincronización del movimiento de todos los actores sigue siendo extraordinaria así como el esfuerzo físico que supone para casi todos los intérpretes estar hora y media larga sin parar un momento. Al mencionado Miquel Sitjar (tan dinámico como preciso) se une una Llol Beltrán demasiado caricaturizada; un Lluis Villanueva totalmente convencido de su doble rol; un Xavier Serrat que dota al actor borrachín de una agradecida ternura; una Agnés Busquets que acierta al mecanizar los movimientos de su personajes; una Carmen Pla, de clásica comicidad; un Jordi Díaz encarnando a un director harto de sus actores y una Laia Alsina en permanentemente superada por las circunstancias y que hace buen tándem con Bernat Cot.
Una obra, en suma, que va sobre seguro para bien y para mal. Está hecha con profesionalidad y cumple su objetivo de hacer reír al respetable. Como tantos otros textos que no se representan al pensar algunos productores teatrales (quizás acertadamente) que cierto tipo de público solo va a ver lo que ya conoce.