Santiago Mitre parece especializado en películas incómodas que pretenden remover el interior del espectador sin darle respuestas fáciles. Ahí están para demostrarlo sus guiones para Leonera, Carancho y Elefante blanco, tres cintas realizada por Pablo Trapero que se desmarcaban del cine social mrás obvio, o El estudiante, un largometrajes dirigido por el mismo en el que nos contaba las correrías de un dirigente estudiantil de conducta reprobable.
Paulina, un filme donde vuelve a ejercer como realizador, prosigue con esa tendencia a ofrecer obras que generen un particular debate íntimo en aquellos que las ven. Remake de La patota, una producción argentina de 1960 firmada por Daniel Tinayre, la película muestra a una joven abogada que decide ejercer de profesora en una zona deprimida dejando atrás su prometedor futuro como magistrada y una relación de años con su pareja. Sin embargo, un hecho muy doloroso pondrá a prueba sus ideales.
El realizador argentino sitúa a todo aquel que decida adentrar en el filme en el papel de juez. Posiblemente, muchos reprobarán la actitud de Paulina, que decide ser consecuente con unos principios asumiendo las consecuencias que sus actos pueden tener para su inmediato futuro, y apoyarán la posición de su padre y sus seres queridos, que adoptan una posición más burguesa y pretenden que la protagonista simplemente decida por su propio interés. Otros, por el contrario, admirarán el valor de la protagonista, aunque quizá no serían capaces de seguir el ejemplo del personaje.
Por otra parte, a través de una alternancia de puntos de vista que recuerda lejanamente a Rashomon, nos enseña los encomiables intenciones de ella, que parecen fruto de la mala conciencia de pertenecer a la clase acomodada, y los bajos instintos de los responsables del terrible suceso que marcará el destino de la mujer. No obstante, en ningún caso el director subraya su mensaje u ofrece una respuesta inequívoca. El espectador tiene que dirimir qué le parecen las polémicas decisiones de la profesora, que podrían soliviantar a ciertos grupos feministas y ser aplaudidas por algunos sectores de la izquierda radical.
Mitre se sirve de una puesta en escena nada efectista que se centra en el trabajo de su excelente reparto. Digno de especial mención es la impresionante interpretación de Dolores Fonzi, que encarna a Paulina de una manera cruda y sin intentar resultar simpática al espectador. Lo mismo se puede decir de Óscar Martínez, sobrio como el padre de la particular maestra, o Cristian Salguero, encargado de dar vida sin ningún histrionismo a un individuo que se mueve por sus más oscuras pasiones.
En resumen, la película pretende y logra que movamos ficha respecto a nuestra actitud hacia los personajes y, por extensión, hacia el mundo.