«Solo hay dos o tres guitarristas que se puedan considerar leyenda. Y por encima de todos ellos está Paco de Lucía». (Keith Richards)
Cantaba Camarón y tocaba Paco de Lucía: “Sentao en el río, en un viejo tronco, había un pajarillo que quería cantar, pero estaba ronco. Lloraba de pena…”. Así me sentí cuando escuché por la radio la noticia de su fallecimiento. Hay noticias que afectan. Al igual que muchos de vosotros, guardo fechas para recordar a mis favoritos. El 26 de febrero era una de ellas: el nacimiento de Johnny Cash. Siempre procuro escuchar, a modo de homenaje, algo de esos artistas a los que amo, ya sea por haber venido o abandonado el mundo. En este caso iba en mi coche escuchando al gran Johnny y su eterno “Man comes around” cuando puse las noticias de las nueve: Paco de Lucía fallece en México de un ataque cardíaco. Uno no sabe cómo controlar sus sentimientos y la sensación fue como si se me hubiera ido un amigo o familiar. No tengo reparos en reconocer que me puse a llorar como un niño desconsolado. Un gesto un tanto superfluo para alguien que ni siquiera conocía… o sí. En este sentido, hay que diferenciar entre el significado de conocer y pertenecer. Conocí a Paco de Lucía durante mi etapa de camarero en Candela, lo cual no me dá el privilegio de “pertenecer” a su círculo de amigos (me hierve la sangre leyendo las declaraciones estos días de gente que se autodenomina “amigo” de Paco). Lo mismo ocurrió con Morente (yo a eso le llamo ser un mezquino, o lo que es lo mismo; falto de nobleza de espíritu). Pero sí puedo dejar testimonio de los pequeños (en tiempo) momentos (eternos) que yo compartí con él. En los cinco años que trabajé allí pocas fueron las oportunidades de disfrutar con la simple presencia del Maestro. Pero nunca se me olvidará la primera vez. Por eso, y lejos de la intención de “colgarme medallas”, voy a intentar dar sentido a las lágrimas que derramé cuando me enteré de su fallecimiento.
Al contrario que todos los artistas de aquélla dorada década de los noventa, cuando era “vox populi” que “el de Lucía” rondaba por la capital, se generaba tal expectación que la expresión “no cabe un alfiler” se quedaba pequeña. Pero había una estrategia, llevada a cabo por mi malogrado jefe, dueño, amigo y maestro de la hostelería que era Miguel Candela (ojalá se encuentren allí en lo que llaman cielo). En el bar existía (y existe) una puerta trasera que pocos conocían; era como jugar al escondite. Se trataba de evitar que el tumulto siquiera se enterase de que por allí iba a aparecer cualquier artista con cierto renombre. El plan era el siguiente: Paco llamaba a Miguel, preguntaba cómo estaba el “percal” y, después de sortear a los curiosos, lográbamos introducir al susodicho en el garito. Una vez dentro, la consigna era meterle en el cuartucho de los hielos (incomprensiblemente, la máquina de hielos estaba situada a quince metros de la barra). Realizado mi objetivo es cuando llegó mi momento; el que la vida me regaló tres veces: estar a solas con Paco de Lucía. Ya cumplidas las órdenes de mi jefe, mi única tarea era trabajar: poner copas a diestro y siniestro a todos los presentes; gente cuyo único afán era ver al de Algeciras. La suerte estaba de mi parte. Recuerdo tirar los hielos a la calle para poder ir a por más, con la única intención de verle, siquiera intercambiar una palabra (por supuesto era secreto de estado delatar su presencia). Además yo contaba con tan sólo 25 años y a esa edad tenía las manías o actitudes normales: vamos, que me encantaba hacerme mi cigarrito de la risa a ciertas horas de la noche, que yo hacía coincidir con mi momento de cenar, siempre con el beneplácito de mi superior. Y el lugar para mi cena estaba ocupado por EL. De repente mi rutina se convirtió en prioridad. Mi reacción fue inmediata: ¿cómo voy a cenar con Paco de Lucía allí? ¿Cómo voy a comerme mi bocata con DIOS observando?
Miguel, y su hermano José (“alma mater”, y la persona que me dió las pautas a seguir para tratar con la clientela, ya fueran presidiarios o ministros) me dijeron que yo, en ese momento, estaba muy por encima de personas y personalidades. Lo que ocurrió después forma parte de la historia de mi vida. Con ésto no quiero darme aires de grandeza ni nada parecido. Es como si hubiera ido a un concierto de Bob Marley o Dylan o Stones o Miles Davis o Creedence y tuviera un pase VIP con permiso de acceso a camerinos, siendo en este caso YO el dueño de la sala. La cuestión es que el MEJOR GUITARRISTA DE TODOS LOS TIEMPOS no tenía más remedio que compartir sala conmigo. Y ahí viene la grandeza de los grandes, esa excelencia moral que pocos poseen. Entré, me disculpé, se disculpó él por abusar de mi territorio. Y mientras yo metía mis pedazos de queso en mi humilde barra de pan me dijo: “¿Quieres que compartamos?” Yo, con toda mi inocencia respondí “si”. ¿A qué se refería con compartir?; ¿Sería el bocadillo o simplemente era cuestión de estar en el mismo sitio, solos? Me pidió que le trajera una cerveza y partiera el bocadillo en dos. Nos lo comimos. Creo recordar que no hubo casi palabras. Al terminar mi cena repitió las mismas palabras: “¿Quieres que compartamos?” Mi respuesta de niñato fue: «¿El qué?» Las palabras sustituyeron a los actos: “Tráeme una guitarra” me dijo (imagínense ustedes tal petición, con el bar lleno de gente, esperando a su DIOS, y yo buscando una guitarra, que al final conseguí gracias a Bernardo Parrilla, el único maestro del violín en el mundo del flamenco). A continuación me dijo: «¿Qué quieres que toque?» Por esa época mi mundo era Marley y estaba receptivo, como buen aficionado a la música, al mundo del flamenco, y le respondí con estas mismas palabras: «¿Me podría usted explicar la diferencia entre soleá y seguiriya?» Podría haber nombrado “Entre dos aguas” o “Almoraima”, pero esa lección, clave para lo que es estar muy por encima de muchos, me la dió EL. A partir de ese momento me hice un “experto” mundial en el mundo del Flamenco.
Podría extenderme añadiendo lo que ha significado Paco de Lucía en el mundo de la música, la revolución en el flamenco, en la guitarra; comentar sus discos o la pareja que formó con Camarón. Pero prefiero terminar con palabras suyas, recogidas en una entrevista realizada por Fietta Jarque en EL PAIS allá por el año 2004 y una anécdota que cuenta Javier Limón (productor number one en el panorama nacional e internacional).
La lección magistral que nos dá Paco a la pregunta sobre «¿cuáles son los rasgos más distintivos de la guitarra flamenca?», debería ser de obligado estudio para todos los que se atreven a enfrentarse con una guitarra, es la siguiente:
“La expresión y el ritmo son muy importantes. Un guitarrista tiene que tener más que ritmo, aire. El aire es fundamental. En las nuevas generaciones de guitarristas, como se han pasado tanto tiempo en su casa estudiando armonía, velocidad y técnica, de pronto se han olvidado de que un rasgueado redondo, preciso y rítmico es hasta más importante que todas las armonías que pueden ir precedidas de ese rasgueado, que es el que remata toda una idea melódica y armónica. Eso es algo de lo que no nos damos cuenta, y me incluyo, porque soy un guitarrista que ha vivido todo eso; he pasado muchas horas solo y he aprendido de mis defectos. Ese rasgueado hay que estudiarlo tanto o más que las escalas, las armonías y los arpegios, y todo eso para tener una técnica brillante y espectacular. Credibilidad, lo que hagas tiene que tener credibilidad. Por muy lejos que vayas armónicamente y por muy loco que parezca, aquello tiene que oler y sonar a flamenco. Eso ya es bastante difícil de explicar porque ni uno mismo, a veces, sabe cuál es la frontera”.
El detalle que nos cuenta Limón deja claro cómo era el carácter y la actitud de una persona que no tengo ningún reparo en comparar con Mozart, Beethoven o Jimi Hendrix.
“Recuerdo cuando Keith Richards me llamó para probar una guitarra flamenca. Me dijo: “A mí lo que me gustaría de verdad es hacer un dúo con Paco de Lucía a dos guitarras”. Cuando se lo propuse, Paco me dijo: “Pues no pega, ¿no?”.
Musiconsejo: No seas burro y hazte un favor. En vez de bajarte cualquier cosa del Maestro, acude a cualquier tienda y regálate el “Live in América”. Y cuando llegues al tema “Zyryab”, y aguantes sus 20 minutos, es cuando comprenderás por qué Paco de Lucía siempre será el MEJOR GUITARRISTA DE TODOS LOS TIEMPOS.