Por Luis Muñoz Díez
La voluntad de creer escrita y dirigida por Pablo Messiez, es una obra para discernir de lo mas íntimo, como es el sólido cimiento de creer, o no creer, y del miedo con mayúsculas, que nos produce la muerte. Nos cuesta aceptar que nuestro yo, inmenso para cada uno, sea, una mera pompa de jabón.
El miedo a la muerte se estimula cuando vemos la muerte ajena en un ser muy querido, nos recuerda la propia, y necesitamos creer que la vida ha tenido algún sentido, cuando ya no está, dar una explicación al tránsito, visto como descanso, o como necesidad de trascendencia, de que nuestra energía vaya a alguna parte.
El niño anda porque cree que puede hacerlo, desde el minuto cero es imprescindible. Los cachorros lloran porque creen que si lo hacen llegará el alimento, y normalmente llega, ese milagro cotidiano nos acompaña durante toda nuestra vida, aunque no lo asumamos como algo extraordinario.
En una pantalla de una televisión pequeña, a un lado del escenario se puede ver, si te fijas, la película «Ordet» de Dreyer, que aborda como prácticamente toda su obra , la fe y la trascendencia, y en este título en concreto, contempla hasta la resurrección, como la de Lázaro.
La voluntad de creer se mueve por unas inquietudes semejantes, pero si bien, el director danés lo hace con una estética tan bella como heladora, en la pieza de Pablo Messiez, está recreado desde el humor que empleamos los latinos para defendernos del miedo, con la risa. Sazonado de nuestra cultura, reflejada tanto en las canciones, como en el comportamiento y reacciones de los personajes, que son totalmente reconocibles, por lo que despiertan toda nuestra empatía.
Como nos es familiar esa especie de performance, que recrean los actores que reciben al público mientras se acomoda. Avisando de que cuando digan por megafonía que faltan cinco minutos para que comience la función, no es verdad, falta más. José Juan, nos hace una demostración práctica de cómo va a bailar después, y entre otras cosas nos dicen: que tienen un ataúd ahí guardado.
Los montajes de Pablo Messiez, cuando fusiona fuerzas con Carlota Gaviño e Íñigo Rodríguez-Claro, Rebeca Hernando, José Juan Rodríguez, y Mikele Urroz, adquieren un colorido especial reconocible, en que lo mágico y lo real se solapa, con cuño propio, puede ser en una zapatería, o como en este caso un pueblo vasco. Ancla bien los pies en tierra para dejar volar la creación, a su antojo, sin dibujar ningún personaje en negativo.
Los protagonistas son cuatro hermanos y un médico. La mayor en silla de ruedas -aunque ella lo niegue-. Cree conocer la “realidad de la vida”. Interpretada con todo el desparpajo que requiere el personaje por la actriz Rebeca Hernández. Un personaje, que no ve nada que no quiera ver, y si la realidad es tan contundente como la muerte, pide que se tape la caja del ataúd, y pasemos a otra cosa, pero por momentos nos sorprende con voz párvula, cuando se sorprende al escuchar que han venido de otro continente, y dice ¡Qué lejos! o si le dicen de tomar una copa de cava o un café, exclama ¡Qué rico!, con su ilusión íntegra.
Otra hermana que regresa, a la que interpreta Mikele Urroz, viene de Argentina donde vivo con su esposa Marina Fantini, a punto de dar a luz, con la única intención de que su hija nazca en su pueblo, para que tenga pasaporte europeo. Un pueblo donde no se le permitió ser como era, al que no desea volver, pero es la única que recuerda a su aita, y habla en euskera con el médico.
La tercera hermana también se siente marginada en su pueblo, por borracha y poetisa. Encarnada por Carlota Gaviño, con una sinceridad encantadora. El personaje asume la realidad de manera estoica, evadiéndose de ella, entregada a lírica, y sus copitas. Lo de “borracha” y “poetisa” sale por su propia boca, a modo de presentación, se lo cuenta a su cuñada embarazada.
Marina Fantini, interpreta a la esposa embarazada, que llega al pueblo vasco en un estado de vulnerabilidad máxima, que suele conllevar una particular sensibilidad. Llega poco convencida de ser madre. Su mujer y ella deseaban tener esta criatura, pero ahora el cuerpo le dice, que no debería tenerla, pero ya es demasiado tarde, porque literalmente está a punto de parir.
En la casa tambien vive el único hermano varón, que cree ser, o es realmente Jesús de Nazaret, ahí está la voluntad de creer, ejerce de su parte de predicador, o se refugia haciendo labores de carpintero como su padre en la tierra. La hermana pragmática, a veces lamenta lo difícil que es hacer una petición precisa a Dios, ella pidió que su hermano viviera después del accidente, pero no se le ocurrió que tenía que especificar las condiciones.
Un personaje ajeno a la casa es el médico, al que interpreta primorosamente Íñigo Rodríguez-Claro , un personaje que actúa con la coherencia de un hombres de ciencia. Un oficio que para ejercerlo también se precisan creer.
En esta pieza se plantea la necesidad de creer sin quebranto, como condición indispensable para que un afán se realice. El Jesús de Nazaret de la obra, nos avisa del error que cometemos al recordarle y adorarle muerto en la cruz, mientras ignoramos su presencia, en los milagros que ocurren a cada momento. Nos hará una demostración práctica, con su hermana, la que no ve lo que no quiere ver, muy divertida. El Jesús de Nazaret reencarnado en la tierra por José Juan Rodríguez, es totalmente para llevárselo a casa.
En voz de la actriz Marina Fantini, la embarazada, hablando con su cuñado Jesús de Nazaret, oímos “que el cuerpo sabe”, lo que es totalmente cierto, porque es el que siente a cada segundo en presente. El cuerpo es preciso en su puntualidad, sea de dolor o placer, en su cambio permanente, y su olvido. A diferencia del pensamiento siempre volandero, que se recrea en el recuerdo que es tan caprichoso, o creando castillos de naipes, para un futuro en que como ocurre normalmente, nada pasa como estaba previsto, no suele ser ni mejor, ni peor, es distinto.
El resultado de La voluntad de creer es un estupendo azulejo en este suma y sigue, de un retablo de pedazos de vida creados cuando se reencuentran estos creadores, encabezados por Pablo Messiez. El trabajo actoral es coral, porque son imprescindibles todos los personajes, y todos cuentan con sus momentos estelares, pero son necesarios, cuando hablan y cuándo callan, interpretan a sus personajes con una sinceridad que desarma.
Todos son responsables de que ocurra el milagro del teatro, cuando los que lo hacen, creen sin quebranto en lo que hacen.
La volutad de creer, se estrenó el 7 de septiembre de 2022, y permanecerá en cartel hasta el de octubre Naves del Español en Matadero / Sala Max Aub (Nave 10)
Texto: Pablo Messiez a partir de La palabra de Kaj Munk Dirección: Pablo Messiez Con Marina Fantini, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, José Juan Rodríguez, Íñigo Rodríguez-Claro y Mikele Urroz
Diseño de espacio escénico: Max GlaenzelDiseño de iluminación: Carlos Marquerie Diseño de sonido: Iñaki Ruiz Maeso Ayudante de iluminación: Juanan Morales Diseño de vestuario: Cecilia Molano Entrenamiento corporal: Elena Córdoba
Temas musicales: Viene clareando (Atahualpa Yupanqui) en versión de Leda Valladares y María Elena Walsh; Vidala del último día (Raúl Galán y Rolando Valladares) en versión de Sílvia Pérez Cruz
Producción Buxman Producciones: Pablo Ramos (producción ejecutiva) y Jordi Buxó y Aitor Tejada (dirección de producción) Ayudante de producción: Roberto MansillaAyudante de dirección: Javier L. Patiño Residente ayudantía de dirección: Noelia Pérez
Una coproducción de Teatro Español y Buxman Producciones
Agradecimientos: A todo el público que nos acompañó durante el proceso de ensayos y a Sílvia Pérez Cruz
Para la escritura de esta obra, el autor disfrutó de una residencia de escritura en la Sala Beckett en 2022