Al pasar ante la tienda recién inaugurada de aquella famosa franquicia de moda y complemento, Daniel decidió mirar hacia otro lado. Le había enfadado sobremanera la noticia de la apertura del establecimiento y no porque tuviera nada en contra de aquella franquicia en la que, por otro lado, había adquirido varios básicos y alguna que otra prenda más (no tan básica) cuando llegaba la temporada de rebajas. Era esa tienda en concreto la que le exasperaba.
Decidió cambiar de acera para alejarse de aquel edificio, de ese monstruo arquitectónico que antes fue Hyde y ahora se había convertido en Jeckyll por obra y milagro de una poderosa empresa de moda. Se situó junto al paso de peatones. El semáforo estaba aún rojo. En ese momento se volvió hacia una señora enfundada en pieles que se encontraba junto a él esperando el verde:
– A veces entiendo tan bien a la mujer de Lot
La señora se alejó incómoda y mirándole con impertinencia. El semáforo se puso verde para los peatones. Entonces Daniel miró hacia atrás.
El logotipo de la franquicia coronaba la entrada donde hasta hace poco, y durante algo más de un siglo, se podía leer “Teatro Imperio” En esa tienda de ropa Daniel había tenido la oportunidad de estrenar cuatro montajes como director. Especialmente recordaba su revisión de “A puerta cerrada” de Sartre cuya crítica de El País tenía enmarcada en su estudio, sobre el ordenador.
Una fuerza invisible le hizo acercarse al edificio. Manuela, la taquillera (y , a menudo, confidente y consejera amorosa de algunas actrices) ya no estaba allí. Ni siquiera estaba la taquilla donde acudía para reservar entradas para algún familiar o preguntar cómo iba la venta de aquella noche.
– ¡Empezamos bien!
Se aproximó a la entrada y las puertas de cristal se abrieron de par en par. Nadie le pidió la entrada, nadie le indicó su butaca, nadie sonrió ni se puso nervioso al ver que llegaba por sorpresa el conocido director de escena.
Al entrar allí el alma se le cayó a los pies. Cientos de personas con varias prendas etiquetadas sobre sus brazos profanaban el templo. Donde antes había butacas, ahora se levantaban percheros, maniquís y cajas de cobro con enormes colas. Avanzó lentamente por el pasillo central de ese bosque de ropa y llegó hasta el lugar donde se encontraba el escenario, ahora reconvertido en inmenso probador.
– Mucha mierda – murmuró -, demasiada

¿Y los personajes? ¿Dónde estaban ahora?. Habían pasado tantos por ese teatro durante más de cien años…
– ¿Qué pensarían todas las personas que habían pasado por ese teatro y se habían conmovido por una puesta en escena en ese mismo lugar? ¿Algún actor se atrevería a comprarse una camiseta en el lugar donde había regalado su alma a los espectadores? ¿Y los personajes? ¿Dónde estaban ahora?. Habían pasado tantos por ese teatro durante más de cien años…
A punto de brotarle una lágima, una sonrisa se dibujó por sorpresa en su cara. Divertido imaginó a Hamlet dudando y preguntándose si compraba los leggins negros o los azul marino.
A Nora cargada de cientos de prendas dispuesta a iniciar una nueva vida.
En la sección de ropa interior vio a Stanley Kowalsky probándose camisetas de tirantes.
En Caja Central Bernarda Alba estaba poniendo una reclamación porque la XL de esa tienda no se correspondía con la de otras.
Lisístrata contemplaba con deseo unos pantalones de aspecto militar que había adquirido en la planta de caballeros.
La Señorita Julia se miraba en el espejo mientras se colocaba sobre su pecho un sujetador excesivamente sugerente.
Harpagón, tras pagar con la tarjeta de crédito, revisaba una y otra vez el ticket comprobando que todo estuviera correcto.
Segismundo, mísero de él, se lamentaba porque no encontraba nada que terminara de convencerle
Vladimir y Estragón esperaban eternamente a que les tocara su turno en el probador.
Estando en estas locas ensoñaciones una empleada se dirigió a Daniel
– ¿Puedo ayudarle en algo?
– Si. Deme una butaca bien centradita para esta noche. ¡Ah! En impares, ya sabe usted lo maniático que soy
Divertido final. La crítica enorme, podrías haber cortado (en mi opinión) el relato antes de la foto y ya sería un texto redondo. La segunda parte es un compendio de sabiduría y de saber poner la mejor cara a lo que viene. Lamento no tener la suficiente sapiencia teatral para captar todas las imágenes. Mi aplauso, y ya se sabe, con o sin tienda de ropa «El espectáculo debe continuar».