Foto de portada: Bruno Garca
Junto a los títulos de crédito finales de su obra maestra Balada triste de trompeta (2010), Álex de la Iglesia colocó un fantasmal montaje de imágenes catódicas de una serie de personajes televisivos que conformaron el inconsciente lúdico de su generación (que es la mía) y que se adivinaban escapados de la catacumba ubicada debajo del Valle de los Caídos en el que se desarrollaba el clímax de la película. Los payasos de la tele, la familia Telerín, los hermanos Malasombra, Valentina, Casimiro, Don Cicuta, Don Redondón y alguno más se sucedían súbitamente revelados como el origen de la pesadilla que había enfrentado al Payaso Triste y el Payaso Tonto o, lo que es lo mismo, a las eternas dos Españas. El primero de los clowns estaba interpretado por Carlos Areces, la mitad del dúo Ojete Calor que actuó la madrugada del sábado al domingo en el Razzmatazz barcelonés.
La visión de Areces vestido con un traje de niña (¿cursi? ¿de primera comunión?) pegando botes y saltos por el escenario sin salirse en ningún momento de su papel de discapacitad@ mental devenido en estrella del subnopop supone el definitivo contagio del veneno que alteró para siempre el cerebro de los nacidos en torno a 1970 a una nueva generación que conoce las canciones del dúo a través del Youtube.
La actuación comenzó con el videoclip de Se tiene que ir ya proyectado sobre dos pantallas gigantes detrás de las cuales emergieron los dos artistas que iniciaron superfomance con un “… hasta aquí el concierto de Ojete Calor, gracias por venir, adiós”. Esta fue la primera de las muchas provocaciones con las que fueron alterando al público y que culminaron con una foto de Alicia Sánchez-Camacho (esa versión catalana de JarJarBinks que suma anexiones a la causa nacionalista cada vez que exhibe en público sus cirugías) presidiendo el escenario. Entre medias, una encendida defensa de extender el derecho al aborto de los 9 meses a los 18 años (“a mí los niños me molestan cuando están fuera del vientre de su madre”) y que dio paso a la interpretación de “Ultrapreñada”; un número de magia destinado a que Areces mostrara impunemente su ropa interior mientras sonaba “Tradiciones americanas” (playback que justificaron porque “ésta no nos la sabemos”) y el delirio final con Areces arrojándose al público que le abrazaba como a un mesías “delayed” mientras cantaba “Política”.
Aunque hubo momentos tensos (cuando Aníbal Calor llegó a la frase 0.60 dedicada a Barcelona), la apocalíptica velada acabó sin incidentes y con el personal más afectado por la alopecia regresando a su morada antes de que se les fuera la canguro; el más gay subiendo al Pop Bar para escuchar a JuanPe de las NancysRubias pinchando y los más jóvenes pisando el acelerador del ligue para no irse solos a casa esa noche.
Mientras, Carlos Ojete y Aníbal Calor regresaban a su guarida bajo la Basílica del Valle de los Caídos para coger fuerzas antes de su próximo aquelarre.