NUNCA TE SUELTES de Alexander Aja.
Por NACHO CABANA.
Nunca te sueltes, la nueva película del siempre competente Alexander Aja que clausuró el pasado festival de Sitges, aborda el síndrome de Münchhausen desde una perspectiva de género tanto femenino como fantástico.
Halle Berry es Momma, una madre con dos hijos que vive aislados en una cabaña de la que solo pueden salir amarrados a una cuerda (cuyo extremo está a su vez bien sujeto a sus cimientos) ya que, de lo contrario, pueden ser atacados por “el mal” (así, en abstracto) que es, según ella, lo único que queda en un mundo devastado en el que ellos son los únicos supervivientes.
Nunca te sueltes bebe, como el lector habrá podido adivinar, del surgido subgénero terrorífico surgido a raíz del éxito de Un lugar tranquilo (y que ha tenido otros ejemplos como los dos títulos de la franquicia Bird Box de Netflix) combinado en esta ocasión con el iniciado por M. Night Shyamalan en El bosque.
Afortunadamente, Aja y sus guionistas KC Coughlin y Ryan Grassby saben que no pueden jugar demasiado con estas cartas marcadas y no fían la eficacia de Nunca te sueltes a las expectativas derivadas de los referentes citados y prefieren centrarse en el conflicto que tienen los dos niños con la madre y entre ellos mismos cuando comienzan a dudar de la cordura de su progenitora.
Es entonces cuando Nunca te sueltes trasciende su planteamiento para retratar a una de esas madres que creen que sus hijos no son más que una prolongación de ellas mismas con los que vivir de manera vicaria cada día de una existencia vacía. Y a la que no le importa hacerles daño si eso supone sentir que los protege.
Nunca te sueltes puede ser también entendida como una metáfora de los miedos que acechan a los estadounidenses y cuyas diferentes encarnaciones (la inmigración, la violación de la propiedad privada) bien agitadas han llevado a un gangster de nuevo a la presidencia de la todavía primera potencia económica mundial.
Halle Berry que ha tenido (como otras tantas estrellas que lo son más allá de su filmografía) una carrera irregular, encarna con convicción y presencia a Momma sabiendo ceder protagonismo a los dos niños que le acompañan en el punto de giro adecuado. Estos son Percy Daggs IV y Anthony B. Jenkins que asumen con una profesionalidad de alguien veinte años mayor los retos intepretativos y físicos que reclaman sus personajes.
Son muy inquietantes (porque están muy bien rodados) las encarnaciones de ese “mal” que habita el bosque que rodea la cabaña donde se desarrolla la mayor parte de la acción y que solo la protagonista puede ver.
Mención especial tiene la fotografía de Maxime Alexandre que demuestra que se puede iluminar un bosque de noche sin meter gigantescos focos detrás de los árboles y que se vea todo sin que parezca que acaba de aterrizar el ovni de Encuentros en la tercera fase.