El aburrimiento es el estado natural de los seres inteligentes, como el gato, y el estado definitivo de muchos de los demás. Saber salir del aburrimiento es el reto que tienen ante sí los inteligentes.
Sacudir el polvo de nuestras conciencias nos lleva a respirar mal. De ahí a la asfixia sólo hay algunos pasos. No sería la primera vez que tratando de limpiar nuestra conciencia, nos ahogásemos.
El desastre natural más obvio es vivir sin ducharse, o no mucho. Genera peligrosos efectos colaterales y secundarios. La Naturaleza, curiosamente, no tiene remedio alguno contra esto.
La función primordial del champú es picarnos los ojos. Está inscrito en los prospectos cual jeroglífico en la piedra de Rosetta. Repasemos, polvo, suciedad, lavarse el pelo…la limpieza de espíritu y de cuerpo es uno de nuestros pasatiempos favoritos.
Para evitar el aburrimiento. Lavarse a conciencia, como el gato, nutre y repara las sinapsis de nuestra mente oculta, al parecer. Y convierte un instante vacío en la plenitud ante nuestros ojos.
Purificarnos. He ahí la cuestión. ¿Sabemos lavar nuestros pecados?
Lo que nos han enseñado y lo que hemos ido aprendiendo, a veces, difiere bastante. La verdad es que los occidentales tendemos a ocultar el polvo debajo de la alfombra. Y a tirar la alfombra por la ventana, pero ese es otro tema.
La sabiduría convencional nos dice que hay que limpiarse. Sí, de acuerdo, pero, ¿a qué precio? Y no hablo aquí del precio del champú. Yo creo que lo que nos cuesta más es tener perspectiva a la hora de calibrar los resultados.
Nos han enseñado, generalmente, a cargar con nuestras miserias, pero no tanto, a limpiarlas. Y así, si ponemos algún empeño en ello, nos cuesta establecer qué hemos obtenido partiendo de donde partíamos.
Esto es, la limpieza de nuestro espíritu es algo que, quizá consideremos, no nos atañe personalmente. Sí en lo colectivo, como sociedad, pero no como individuos. Esta es una de las lacras del mundo occidental.
El abandono del sentido de la pérdida. Ya no sabemos perdernos, no digamos encontrarnos. La noción de pecado se pierde, las culpas se diluyen, ¿qué nos queda? La conciencia de fin, de arribo al final de una época.
Puede que no haya sido tan buena idea la de socializar el pecado, las culpas. Que cada palo aguante su vela. Esa máxima que ha regido buena parte de nuestra historia es lo que deberíamos recuperar.
Si queremos sobrevivir como cultura. El individuo está muriendo y no sabemos qué lo sustituirá. ¿Retrocederemos a estadios de barbarie o daremos un gran salto adelante? La suerte de la limpieza está echada.