Ninguna moda te salvará

Ninguna moda te salvará

A menudo veo gente alejada, en cuanto a forma y fondo de mí; es complicado establecer parámetros, y más aun que sean fieles a una realidad concreta y no artificial. Un indicativo valioso es la moda, como parte visible de una identidad difusa, la propia, convirtiéndose en identidad común cuando actúa como colorante de la palidez espiritual generalizada que habita en las ciudades, en sus habitantes. Aquí no se salva nadie, ni siquiera quien escribe, lo que pasa es que uno no se puede quedar a merced de las corrientes sin pararse y visualizar el por qué o el por qué no de su mundo.

Creo que hay principios universales que han de estar presentes en toda creación de valor, hablo de cualquier disciplina y, como no, de la que nos atañe a nosotros, la música. Uno de estos principios, quizá el más significativo, es la originalidad personal, ya que dentro de un mismo género existen tantas posibilidades como personas o bandas haya, y no es  bueno que con tanto se haga tan poco. El problema aparece cuando ese principio de supuesta originalidad es impuesto desde arriba hacia abajo y no conformado desde la base al devenir, ésta es una dirección contraria a la autenticidad y por lo tanto más cercana a asegurar un resultado final que pueda beneficiar el bolsillo que al mismo proceso creativo el cual ha de ser, todo él, igualmente importante. El proceso es lo que da sentido, vida y obra es lo mismo, un continuo ejercicio personal donde la individualidad ha de sumar cada vez más puntos en contra de los cánones colectivos impuestos. Al fin y al cabo las modas caducan, vienen igual que van.

Es natural que exista una evolución y diversidad de tendencias musicales, no hablo tanto de la cantidad como de la calidad. Los avances sociales, tecnológicos e ideológicos así como las necesidades lógicas de cambio culturales no tienen por qué pelearse con el mérito de tantos músicos de indudable valía, pero lo hacen. Cada seguidor tuitero de cualquier “artista de fábrica” no es que devalúe en sí misma la obra de cualquier artista de espíritu, devalúa lo que significa la música en general y lo que representa una sociedad respecto a su modo de pensar. Claro que debe crecer el género en propuestas y motivos, nada estancado vale de mucho, pero la calidad de esas propuestas y motivos ha de ser coherente con la capacidad humana, tan grande como es, de autocultivarse a través de estímulos externos, algo que creo está hoy más que nunca perturbado por la simplicidad de fórmulas, la multiplicidad de soportes y sobre todo por la sobreinformación y rapidez con la que se consigue lo que se quiere, contraria al ritual que merece la escucha una buena canción.

Estoy a favor de la libertad de expresión, como no, pero a la vez en contra de la libertad de exposición. Debe haber un mínimo de rigor. Igual que hay controles de calidad en los alimentos que compramos y consumimos para nutrir nuestro cuerpo tendría que haberlos para los contenidos culturales que nutren nuestra alma, entre ellos la música, venga de donde venga. Si lo que necesitáramos fuera lo que la mayoría otorga y siguiendo con el mismo símil nutritivo, tendríamos que ir tres veces al día al McDonals a llenar de puta grasa nuestras arterias. No creo que aguante una reproducción más del “gangnam style”, un solo grupo indie más y ni siquiera un solo guitarrista de rock más que levante el codo…, se entiende. A parte que cada uno busque su salvación. Es legítimo bailar como te dicen que lo hagas, incluso puede ser divertido,  también es inevitable que haya gente que haga música para maricas, y otros que confundan el homenaje a un estilo con la copia fácil. Yo personalmente no creo en ese camino, odio tangencialmente mi tiempo, supongo que pronto palmaré de pena porque esto es imparable, aunque me seduce más la otra posibilidad, la de seguir viviendo según unos principios artísticos propios y por supuesto válidos para mí, no tienen que ser válidos para otros. El arte es mi lugar seguro y todo lo que a él respecta lo cuidaré al milímetro.

Para más información: «Que Desilusión» de Leño, del album «¡Corre, corre!», 1982.

 

Autor

Autor e intérprete de canciones interesado en todo lo que se mueve alrededor del mundo de la creación artística, con especial devoción por el lenguaje musical, cualquiera que sea su fórmula o dirección. Sensible al cambio y a la tradición a partes iguales, es consciente de los rangos de calidad e importancia social de cada estilo y disciplina. Busca diferenciarse del modelo clásico de periodista especializado para sustituirlo por el de músico infiltrado.

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