Las ilustraciones son obra del psiconáuta Henri Michaux.
Es probable que hablar de muchos tipos de nihilismo sea un contrasentido, no obstante, tal vez sea poco menos precipitado hablar de sus tonalidades. Tonos, comprendiendo todas las escalas de grises que irían desde la blancura de la nadidad taoísta y budista hasta los abismos ennegrecidos de una nada sadiana. Es en las cavernosidades de estos insondables precipicios donde se encuentra Albert Caraco.
Pensador terrible y brusco, salvaje y necrótico.
Albert Caraco nace el 8 de julio de 1919 en Estambul, Turquía, en el seno de una familia judía sefaradita. Él y su familia, errantes, estuvieron por Viena, Praga, Berlín, París y tras la persecución nazi huyeron a Sudamérica. Ahí, se nacionalizaron uruguayos convirtiéndose al catolicismo. A principios de los años 40ª su vocación de escritor le hizo publicar varios ensayos y poemas y para el año de 1946 regresará a París para dedicarse por completo a la escritura, entonces renunciará tajante al catolicismo.
1969 fue un año brutal para Caraco porque morirá su madre.
Señora Madre ha muerto, hacía bastante la había olvidado, su final la restituye a mi memoria, aunque sea por unas horas, meditemos sobre esto, antes de que recaiga en el olvido. Me pregunto si la amo y he de responder: No, le reprocho el haberme castrado, realmente muy poca cosa, pero en fin… Me heredó su temperamento y esto es más grave, pues sufría de alcalosis y de alergias, yo las padezco aún más que ella y son incontables mis dolencias y además… además me echó al mundo y yo profeso el odio al mundo(1).
En Post mortem(2), Caraco vociferará fuerte el amor odioso (tal vez odio amoroso) que le tenía a su madre. Obra tremenda capaz de embelesar al psicoanalista curioso.
Para 1971, el 7 de septiembre moriría su padre y como había prometido a su editor, horas más tarde se suicidará: Si una mañana no se despertara mi padre lo seguiría de buen grado.
Dos obras son factibles de conseguir en español, la antes mencionada, Post Mortem, y el monstruoso Breviario del caos. En estos dos textos Caraco se reconoce como filósofo y expone con vehemencia toda su animadversión contra la humanidad y sus costumbres.
La filosofía de Caraco encierra en su médula el fenómeno de la muerte; todos tendemos hacia ella sostiene. La única certeza es la muerte que acaece a todo cuanto vive. Cosa no del todo triste toda vez que para Caraco esta vida no ha sido sino impuesta.
El que muere se desembaraza de la vida y lo hace solo, completa y absolutamente solo. Aplicando a Caraco lo que Onfray apunta sobre la filosofía de Sade(3), somos una mónada cerrada (a diferencia de lo que pensara el amable Leibniz) que nada permite introducir. No nos es posible compenetrarnos con el otro: alteridad y otredad son eufemismos de una desesperada ansiedad humana que no quiere reconocerse a sí misma en completa soledad. Esta constitución ontológica mortuoria sostiene que el ser del ser humano es un átomo incomunicado e incomunicable, inhábil de relación intrínseca ni íntima. Amar es imposible, e intentarlo, es poner en marcha una máquina de sufrimientos infinitos.
El agente que muere desmenuza su ser en el morir perdiéndose en la nada y sólo éste experimenta el fenómeno. Nadie le acompaña en el proceso aunque rodeado esté de los que ama (u odia). Nadie puede morir por el individuo que muere.
Atendiendo a esto, Caraco reconoce que es posible prepararse para su llegada: La soledad es escuela para comprender la constitución hermética fúnebre que nos conforma.
Esta soledad obligada para el sabio misántropo gesta además el conocimiento de que todo sentido prexistente en la experiencia del vivir se resuelve en esta misma muerte. La muerte es el sentido de toda cosa, por ella queremos amar, engendrar y vivir, todo lo que hacemos lo hacemos por la muerte que sabemos que vamos a experimentar.
Es probable que la recalcitrante exhortación de Caraco de relegarse al silencio y el aislamiento no deba entenderse como un solipsismo que niega la existencia de los otros entiendo así un intelecto que confabula entidades humanas sin capacidad de demostraciones fehacientes que comprueben su existencia. De otro modo sería absurda la invitación a la soledad, más bien habría que exhortar a ejercicios espirituales o mentales para poder disolver en la experiencia mística a la otredad. Así, al parecer Caraco ve claramente que el otro existe de hecho y de suyo. Los seres humanos están ahí afuera creyendo comunicarse entre ellos, seres humanos que gestan imaginarios sobre cómo logran experiencias personales que los unen cada vez que “pueden” compenetrarse.
Los humanos, especie rarísima, vive libre y atada; paradojas propias de Caraco, paradojas que no necesariamente se resuelven dialécticamente.
Los hombres están libres y atados, más libres de lo que desean, más atados de lo que notan, compuesta de sonámbulos la muchedumbre de mortales, y el orden que no tiene nunca interés en que ellos salgan del sueño, porque se volverían ingobernables(4).
El sueño de la interacción entre los humanos facultada por el sopor del dormir de las masas.
Estos sonámbulos sueñan bastante y con muchísimas cosas. Entre ellas anhelan oníricamente amar al que tienen enfrente, confabulan en su cabeza somnolienta sociedades ordenadas y civilizadas, plenas en ciencia y filosofía, vías para el progreso inefable, sueñan con orden político y moral. Orden como piedra preciosa de la mina maravillosa de la mente, cavernas inescrutables de preciosura exquisita que los hace carentes de valor. Los sonámbulos no creen en verdad que valgan, ellos son inconmensurables, ellos no tienen un valor que pueda ser valuado, ellos son invaluables, poseen el más grande bálsamo de todos; ungüento divino que los enaltece y cuida de todo mal, dios secular dentro de ellos: La dignidad. Estos sonámbulos creen ser dignos por el simple hecho de existir. Pero Caraco, muerto despierto, aseguró que todo esto, como se ha dicho ya, no es más que sueños de dormido. Lo único que impera y es real es el Caos.
1.Caraco Albert, Post mortem, p. 9.
2.Una de las dos únicas obras que poseen traducción al español en la editorial Sexto Piso.
3.Confróntese Los Ultras de las Luces. Contrahistoria de la filosofía, de Michael Onfray.
4.Caraco Albert, Breviario del caos, p. 13.