La cobertura de Tarántula de la jornada del 19 de noviembre en MUCES (Muestra de Cine Europeo Ciudad de Segovia) tuvo un marcado acento español. María (y los demás), Mimosas y el documental Melchor Rodríguez, el ángel rojo pusieron de manifiesto que, a pesar de las dificultades económicas de nuestros sector cultural, el cine español sigue dando obras de una gran calidad. La decepción del día llegó con la danesa La comuna, donde Thomas Vinterberg nos traslada a los años setenta del siglo XX para mostrarnos cómo era la vida en una de esas casas colectivas que abundaron durante el auge del movimiento hippie.
Nely Reguera, directora de los cortos Pablo y Ausencias, debuta en el largometraje con María (y los demás), un sincero y emocionante descripción de una treintañera que ha pasado gran parte de su vida cuidando de su padre, que ha superado un cáncer, y ve cómo su vida se tambalea cuando su progenitor decide casarse con una enfermera extranjera. Con sensibilidad, unas gotas de humor y unos estupendos diálogos, la directora y sus coguionistas nos dibujan a un personaje a la deriva en el terreno sentimental y laboral que ha dedicado parte de su existencia a los demás sin que muchas veces su labor haya sido reconocida. A ello se suma una particular crisis de la edad adulta que la lleva a pensar que ha fracasado en casi todo. Sin subrayados innecesarios ni palabras altisonantes, Reguera ofrece el retrato de una mujer insegura que parece equivocarse constantemente y a la que la suerte ha dado la espalda, pero a la que el espectador acaba queriendo por su buen corazón. Gran parte de la efectividad de la película recae en la espléndida interpretación de Bárbara Lennie, que logra imprimir una mezcla de fragilidad y fortaleza a la María del título.
Mucho más críptica que la ópera prima de la directora catalana fue Mimosas, cinta de Óliver Laxe que venía precedida por su buena acogida den los festivales de Cannes, donde logró el prestigioso Premio de la Semana de la Crítica, y Sevilla, certamen en el que se alzó con el Premio Especial del Jurado y una Mención Especial al Mejor Sonido y Montaje. El cineasta gallego, que ya recibió numerosos elogios con Todos sois capitanes, se embarca en esta ocasión en una película cuya trama podría ser la propia de un western o un filme de aventuras: un anciano pretende llegar a su aldea natal para morir y ser enterrado en ella, pero su fallecimiento inesperado obligará a que sus acompañantes tengan que llevar su cadáver a la localidad que le vio nacer. En su camino se verán sorprendidos por numerosas amenazas. Laxe ofrece un espléndido espectáculo audiovisual, que se beneficia de una fotografía de Mauro Herce que recoge la belleza del agreste paisaje montañoso marroquí, para regalarnos un viaje espiritual por los límites de la vida y la muerte que mezcla pasado y presente con elementos propios del sufismo, la doctrina mística del islam. Hay algo casi hipnótico en las imágenes de Laxe, aunque los significados de muchas de ellas puedan resultar un verdadero enigma para el espectador. Sin lugar a duda, Mimosas es una de esas películas que necesita más de un visionado para ser comprendida en su totalidad.
Bastante más accesible resultó Melchor Rodríguez, el ángel rojo, documental firmado por el periodista y realizador Alfonso Domingo. Con el libro del propio autor de la cinta como base, el largometraje nos cuenta la vida de un anarquista libertario que puso por encima de sus ideología su profundo humanismo para salvar a muchos partidarios del bando nacional que habían sido encarcelados durante la Guerra Civil Española. Su retrato podría encuadrarse en toda una corriente de filmes de ficción, documentales y series de televisión que vienen a reivindicar a individuos antepusieron los derechos humanos a los credos en situaciones difíciles. Hay algo en la personalidad de Rodríguez que le emparenta con el alemán Oskar Schindler, que conocimos gracias a La lista de Schindler, o Ángel Sanz Briz, diplomático español al que se ha dedicado la serie de televisión El ángel de Budapest y el documental La encrucijada de Ángel Sanz Briz. Domingo solventa la falta de material fílmico de su protagonista a través de una sabia narración donde se dan cita declaraciones de familiares y algún enemigo político, como Santiago Carrillo; la visita a lugares donde el desempeñó algunas de sus funciones, material de archivo de la época y una narración a cargo del actor Javier Gutiérrez. El resultado es un perfil nítido de un hombre bueno y bastante desafortunado que consideró las vidas humanas como un valor superior a cualquier ideología, incluida la suya propia. Sin duda, su talante es todo un ejemplo en unos tiempos donde los diferentes bandos políticos parecen no tener muy en cuenta que hay unos mínimos morales que se tienen que respetar independientemente de cuáles sean nuestras ideas.
La nota internacional de la jornada la puso La comuna, trabajo firmado por Thomas Vinterberg. El danés sorprendió hace casi dos décadas con Celebración, magistral retrato de una familia disfuncional durante el transcurso de un banquete de bodas, pero el resto de su carrera no ha logrado, con la única excepción de La caza, alcanzar a aquel pequeño hito del cine europeo. Su último filme tampoco se encuentra entre sus obras mayores. El director se adentra en una familia de padres maduros de una adolescente que deciden convertir la casa que ha heredado el marido en un lugar compartido con otras personas. Sin embargo, la ocurrencia de la esposa, algo aburrida de su matrimonio, se desvelará menos acertada de lo que parecía en un principio. Surgirán los típicos roces con los otros moradores del edificio y la relación de pareja se irá poco a poco resquebrajando. La cinta pretende reflejar que las utopías hippies podían funcionar bien en teoría, pero no lo hacían muy bien en la práctica, especialmente en el terreno sentimental, donde nuestro afán de posesión se opone en cierta medida a nuestros deseos de probar nuevas experiencias en el ámbito sexual. Vinterberg opta por un tono algo histriónico, donde abundan las peleas y las discusiones ruidosas, y cae en el ridículo más espantoso en ocasiones, especialmente en aquella que aborda el amor platónico de un niño pequeño. El resultado es una película excesiva, inverosímil en más de un aspecto y un tanto desmadrada que solamente brilla gracias a la entregada interpretación de Trine Dyrholm, en el papel de la madura esposa que decide probar algo nuevo impulsando una comuna y sale bastante escaldada del intento.