Es difícil escribir sobre una función como Motenegro, comedias bárbaras aunque hayas gozado de ella como ha sido mi caso. Se ha llegado a afirmar que la escritura de Valle-Inclán es irrepresentable porque sólo puede ser disfrutada dejando al antojo del lector la construcción del puzle, y no sólo encajando las piezas, sino eligiendo entre toda la paleta de colores, imágenes y el caudal de ideas que suscita el universo surrealistas de su escritura, porque el surrealismo esta forjado con el mismo materia de los sueños.
Motenegro, comedias bárbaras, habla del poder, de quien lo ostenta y de la sorpresa de quien nace libre al no entender como el oprimido consiente seguir siéndolo, sin darse cuenta que esa idea sólo puede nacer si ha contado con un pedazo de libertad.
Dicho esto, me propongo escribir sólo de lo que vi y sentí con la propuesta que nos hace Ernesto Caballero, y la impresión no puede ser mejor. Caballero funde textos de Águila del Blasón y Cara de Plata e inicia la obra con las primeras escenas de de Romance de lobos, cuando el soberbio Montenegro, interpretado por un soberbio Ramón Barea, se dispuesto a redimir todo el mal que ha hecho en este mundo, entregar casa y fortuna a sus hijos y vivir como un mendigo. Pero este acto tiene más de desesperada desazón ante la idea de la muerte que de humildad, porque en cuanto cree que no se le da lo que le corresponde no se resigna y encabeza una demanda actuando de jefe.
![El reparto al completo de "Montenegro", comedias bárbaras, de Valle Inclan, en versión y dirección de Ernesto Caballero BbEryY7CIAAHVjH[1] (2)](https://revistatarantula.com/wp-content/uploads/2013/12/BbEryY7CIAAHVjH1-2.jpg)
El reparto al completo de «Montenegro», comedias bárbaras, de Valle Inclan, en versión y dirección de Ernesto Caballero
Los aciertos de la puesta en escena de Caballero son tantos y están mimados al detalle que sería difícil enumerarlos, pero hay un momento de la representación en que el señor de Montenegro, al frente del grupo de desheredados, exige justicia ante su noble casa ahora ocupada por sus hijos que es brillante. Caballero, para esa escena da la vuelta al espejo y los barbaros hijos de Montenegro se bajan del escenario mientras continúa con la representación, cae un velo que crea dos espacios: de un lado el público y los bárbaros hijos, del otro la partida de parias capitaneada por Montenegro. La identificación es máxima y los espectadores somos cómplices con nuestro silencio de los tiranos, como la vida misma.
El montaje de Caballero, aparte de la palabra incontestable de don Ramón, tiene olor, color y humedad gallega. Color vede de musgo, bosque encantado donde el aire peina las hojas de los árboles y la niebla desdibuja sombras que se antojan fantasmales o mágicas con la omnipresente presencia de la luna de Valle. Olor a sudor, a aire fresco, a mar, a rancio y a incienso de una religión en la que se busca disipar el miedo, como también se busca en la magia torcer lo inexorable del destino.
El montaje es sensual, como una fiesta pagana, y sobre el aire flota el deseo de hembra tanto del viejo Montenegro como el de sus hijos, todos machos, que arrasan la comarca con sus excesos y una ambición de posesión avasalladora.
Otro logro delicioso que tiene la función es la expresión corporal de los actores, puesta al servicio de la obra más allá del texto. Los actores con sus cuerpos simulan naves, caballos, yuntas de bueyes, perros… con unos movimientos tan precisos como sutiles, entre el mimo y el ballet, que restan hierro, como cuando se figuran amables imágenes de santos, a un texto a veces muy duro por vigente y por eso desolador.
No quiero añadir mucho más porque la función no tiene un pero, nada se hace extraño, todo encaja y fluye. Y cuando eso ocurre sobre un escenario no es por casualidad, se debe a que todos los miembros del equipo funcionan a la perfección.
Enhorabuena, señor Caballero, y enhorabuena señor Barea, flamante Premio Nacional de Teatro, extensiva absolutamente a todos los que hacen posible este espectáculo: simplemente gozoso.

Montenegro -Ramón Barea-, flamante Premio Nacional de Teatro, Sabelita -Rebeca Matellán- y Cristo al fondo
Teatro Valle-Inclán, C/ de Valencia Nº1 (Plaza de Lavapiés) Madrid
Autor: Ramón de Valle Inclán
Versión y dirección: Ernesto Caballero
Reparto (por orden alfabético): Fran Antón, Ramón Barea, Ester Bellver, David Boceta, Javier Carramiñana, Bruno Ciordia, Paco Déniz, Silvia Espigado, Marta Gómez, Carmen León, Toni Márquez, Mona Martínez, Rebeca Matellán, Iñaki Rikarte, José Luis Sendarrubias, Edu Soto, Juan Carlos Talavera, Janfri Topera, Alfonso Torregrosa, Yolanda Ulloa, Pepa Zaragoza
Músicos: Javier Coble y Kepa Osés
Equipo artístico: Ernesto Caballero (Versión y dirección), Jose Luis Raymond (Escenografía), Rosa García Andújar (Vestuario y caracterización), Valentín Álvarez (Iluminación), Javier Coble (Música), Mar López y Riki Blanco (Diseño de cartel), Valentín Álvarez (Fotos), Paz Producciones (Vídeoclip)
Producción Centro Dramático Nacional