Aaron Sorkin es uno de los pocos guionistas de Hollywood capaces de imponer su marca de autor sobre los directores del filme en los que trabaja. Largometrajes como Algunos hombres buenos, Moneyball: Rompiendo las reglas o La guerra de Charlie Wilson son obras que dejan patente su fuerte personalidad como creador, especialmente evidente en la contundencia de sus diálogos y las particulares dilemas morales que plantea. Unos elementos que se repiten también en sus trabajos como showrunner y autor de libretos para famosas series de televisión.
Molly’s Game, su debut como realizador, no se escapa a sus rasgos principales. La verborrea sigue estando muy presente y una moraleja más que evidente, también. De hecho, el filme casi se puede considerar como un reverso de La red social, donde retrataba a Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, o Steve Jobs, biopic en tres tiempos de uno de los cerebros de Apple. Si en ambas reflejaba la vida de hombres admirados por su posición que habían adquirido su particular estatus trabajando duro, pero también despreciando a todos aquellos que les ayudaron a alcanzar la cima profesional, esta ópera prima aborda la historia de una antigua esquiadora de élite que organizaba timbas de póquer para celebridades y mafiosos, pero que demostró cierta integridad al evitar desvelar a la Justicia los nombres de muchos de sus clientes, al considerar que muchos de ellos no estaban relacionados con el crimen y podían ver afectada su vida familiar por la aparición de las revelaciones. Hay en esta actitud una cierta dignidad en Molly Bloom que va más allá de sus problemas con Hacienda.
Por otro lado, como ocurría también en Steve Jobs, Sorkin bucea en las relaciones entre un padre exigente y su hija. Es quizá precisamente en este aspecto donde logra tocar la fibra del espectador gracias a su maestría a la hora de dirigir actores. El momento en el progenitor charla con su hija adulta, la protagonista del largometraje, para tratar de solventar los problemas entre ambos a lo largo de décadas se convierte en uno de los instantes más emotivos vistos en pantalla en los últimos años, especialmente por la maestría de un espléndido Kevin Costner, que demuestra que no hay personaje pequeño si está mínimamente definido y hay un buen intérprete que lo defienda, y la estupenda Jessica Chastain, perfecta en ese papel de mujer decidida, inteligente y aparentemente dura que es bastante frágil en su faceta más íntima. Igualmente sobresaliente es el trabajo de Idris Elba, que otorga el necesario toque de integridad a ese abogado que duda en defender a la protagonista y se muestra algo sorprendido por las decisiones que acaba tomando su cliente. No obstante, Molly’s Game dista de ser una obra maestra. La obsesión de Sorkin con apabullar con toneladas de información en sus diálogos y un innecesaria duración de más de dos horas restan algo de fuerza a una película notable que demuestra que el cine comercial puede ser adulto y plantear asuntos serios sin necesidad de ser aburrido.