G.E. Lessing (Kamenz, 1729- Brunswick, 1781) escribió Miss Sara Sampson, la primera tragedia burguesa (bürgerliche Tragödie), que presentamos en la edición de Escolar y Mayo, en un momento clave de su vida. En efecto, en 1755, fecha de redacción de Miss Sara Sampson, Lessing había dejado atrás los tiempos de estudiante de Teología en Leipzig (“un lugar en el que se puede ver el mundo entero en pequeña escala”), ciudad donde había canalizado su vocación literaria gracias a la traducción de obras teatrales francesas. Con el apoyo de Christlob Mylius, primo de Lessing y escritor con cierto prestigio en Prusia, nuestro autor conoció a la afamada Caroline Neuber, cuya compañía teatral estrenó en 1748 su primera comedia: Der junge Gelehrte (El joven erudito), a la que seguirán Damon, oder die wahre Freundschaft (Damon o de la verdadera amistad), Die alte Jungfer (La vieja solterona), Der Misogyn (El misógino). Como revela Santiago Sanjurjo en el estudio introductorio, “el teatro alemán de comienzos del siglo XVIII se revelaba profundamente insatisfactorio […]: por un lado estaba el teatro cortesano, demasiado orientado al gusto cortesano de la aristocracia y dominado por la ópera italiana y por el drama francés (que representaban en su lengua compañías provenientes de Francia); y por otro lado se encontraba el teatro popular de las grandes ciudades, destinado a la población inculta, y del que se encargaban agrupaciones ambulantes alemanas que solo en contadas ocasiones actuaban en la corte”. Pero ninguno de estos géneros, que podrían verse como los latigazos del Barroco, recogía la independencia o autosuficiencia -económica, política y, a partir de ahora, también estética- de la burguesía, ni el gusto de una nación alemana cuyos intelectuales se encontraban ya en plena tarea Ilustración.
Será Johann Christoph Gottsched (1700-1766) quien impulse, aunque aún de forma ingenua, la creación de un teatro ilustrado y nacional: Gottsched propone una “poética crítica” (Critischen Dichtkunst) al servicio de la racionalidad, o, en palabras de Sanjurjo, “que la literatura no atente contra los principios de la filosofía de la Ilustración, de la religión o del pensamiento utilitario burgués”. Pero las reformas de Gottsched, su afán por elevar el teatro alemán a un nivel en que pueda servir de instrumento para la educación del burgués, o, en general, de cualquier hombre racional, no eran suficientes. Si Gottsched se inspiraba en modelos franceses y apoyaba un teatro moralizante (que se ha definido como “sächsische Komödie”, “comedia sajona” o “comedia de carácter”), Lessing tomará partido por la Empfindsamkeit: junto con Der Freigeist (El librepensador), Die Juden (Los judíos), de 1749, Miss Sara Sampson ejemplifica la continuidad de Lessing con los ideales de la Ilustración y al mismo tiempo la búsqueda de un nuevo modelo.
En tanto que tragedia burguesa, Miss Sara Sampson no se ocupa de héroes de clase alta, no muestra una moral única o unívoca: los problemas morales se muestran tal cual, aunque eso suponga un mayor número de monólogos y una mayor longitud de los mismos, lo que hace de la obra de Lessing particularmente recomendable para la lectura, aunque sea problemática a la hora de su representación. Al mismo tiempo, como advierte Sanjurjo, la sensibilidad de la tragedia puede resultar chocante si no se tiene en cuenta la evolución histórica a la que hacíamos mención.
La tragedia se cifra precisamente en un curso de los acontecimientos que va y viene no según el destino -heroico- de los personajes, sino en función de la complejidad de sus sentimientos, siempre a medio camino entre la virtud y el vicio.
MELLEFONT: […] Arruiné mi fortuna, es cierto. El castigo llegará a su debido tiempo y tendré ocasión de experimentar los rigores y las humillaciones de la necesidad. He frecuentado mujeres disipadas, lo admito. […] Todavía no había raptado a ninguna Sara de la casa de su amado padre, ni la había obligado a seguir a un hombre indigno que ya no era en modo alguno dueño de sí mismo.
Al comienzo de la tragedia es Sara quien desea volver a ver a su padre, Sampson, y al mismo tiempo no renuncia a Mellefont, a quien, en cambio, vemos dubitativo, recordando su nada virtuoso pasado y pensando antes en la herencia que espera que en el perdón de Sampson. Lessing abre la tragedia in media res, justo en el momento en el que Sampson parece dispuesto a tolerar la afrenta, pero introduce, en un tiempo simultáneo, a la malvada Marwood, amante despechada de Mellefont y madre de la hija de éste. Así, a la innovación poética se une la alianza entre el concepto de tolerancia y el de tragedia: Lessing inaugura el espacio romántico, logra emocionar y conmocionar al público de la época, y propone nociones filosóficas claves de la Ilustración.
Si Nathan der Weise (Natán el sabio) puede ser considerada la obra maestra del citado concepto de tolerancia, Miss Sara Sampson resulta relevante para entender el camino que le lleva hasta esa meta: aquí ya se presenta una tolerancia real, absoluta, entendida como aquello que “sobrepasa todas las expectativas”. Sampson no sólo busca la reconciliación con su hija, sino que aprueba finalmente su unión con Mellefont, al mismo tiempo que decide tratar a su criado, Waitwell, también como un igual.
SARA: Me ruega… ¿Me ruega? ¿Un padre a su hija? ¿A una hija culpable? ¿Y qué es? (Lee para sí) Me ruega que olvide su precipitada severidad y que no lo castigue por más tiempo con mi ausencia. […] No dedica una sola letra a mi crimen. (Prosigue leyendo para sí.) Quiere venir a recuperar a sus hijos en persona. ¡Sus hijos, Waitwell! ¡Esto sobrepasa todas mis expectativas!
Sólo en estas condiciones de tolerancia e igualdad se puede producir la tragedia, ahora sí, burguesa, sólo en esas condiciones puede el público, aristócrata o burgués, identificar dónde está la virtud en cada escena, en cada personaje, sólo en estas condiciones tiene sentido la virtud por sí misma, aunque sea determinada por la emoción que se quiere buscar y por algo tan arbitrario y heterogéneo como los caracteres humanos, donde felicidad y tristeza se mezclan con la misma facilidad con que lo hacen la suerte y la desgracia en la vida.
MELLEFONT: Eso, mi querida Sara, es, como vos misma habéis dicho, la natural y temerosa confusión de verse inmerso en una inmensa dicha. ¡Ay, vuestro corazón tenía menos reparos en creerse infeliz que ahora, para su propia desgracia, en creerse dichoso!
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