Al principio traté de solucionarlo cambiando de postura, luego probé a planchar las sábanas antes de acostarme, finalmente prescindí de ellas. Pero aunque me tumbe todas las noches en el colchón desnudo, nada parece frenar estas curiosas líneas que han ido invadiendo mi piel desde hace semanas. Lo que empezó siendo una finísima raya que cortaba en dos mi frente ha crecido hasta convertirse en una especie de red que divide mi cuerpo en cuadrículas perfectas. Además, cada día que pasa, no solo aumenta la cantidad de los surcos sino también su grosor.
Hoy pude hundir mi pulgar en el mayor de ellos: el que rodea mi cintura. Lo he recorrido despacio de izquierda a derecha y he notado sus bordes extrañamente húmedos y terrosos. Después me he pasado la tarde cantando en italiano.
Hace un momento, harta de darle vueltas a la situación, he decido descansar un poco. Me he echado en la cama y, justo cuando iba a quedarme dormida, he visto la primera góndola deslizarse sobre mi ombligo.
Qué lindo, Mercedes. Cuando uno siente que se convierte en mar, es mejor dejarse llevar, y esperar a que lleguen las olas.
Un abrazo.
La visión poética puede transformar una realidad muy cotidiana en algo tan mágico como este relato. Un abrazo.