Nórdica publica de nuevo una obra -quizás la más significativa, junto a La ciudad– de Frans Masereel, genuino antecesor de los cómics y novelas gráficas actuales, reconocido por el mismísimo Thomas Mann como un creador de “libros de imágenes”: Mi libro de horas (Mon livre d’heures).
Y es que, a juicio del autor de Los Buddenbrook, “para ser llamado y estar capacitado a amar y disfrutar de la obra de este gran artista, y especialmente la presente, no [es] necesario ser un políglota”, sino que se puede ser, por ejemplo, “un trabajador, o un joven chófer o una simple funcionaria telefonista y no tener conocimientos de idiomas, pero sí una actitud abierta y suficiente contacto con los movimientos de la democracia intelectual europea como para haber oído y leído ya el nombre de Masereel”.
Así, la obra de este belga (1889-1972), trabajador incansable y auténtico maestro de la xilografía, adquiere un carácter universal. Sus creaciones, portadoras de una evocativa dureza, permiten trazar un retrato fidedigno de la sociedad de la época en la que fueron confeccionadas a través del que se realiza una honda disección del alma humana, que se ve enfrentada a sí misma en un deseo ímprobo de inspeccionar -y confesarse- sus más profundos secretos.
Este volumen, que se une a la colección «Ilustrados» de Nórdica, supone una nueva joya en el ya dilatado catálogo de la editorial madrileña que seguro tendrá una fantástica acogida por parte de los lectores. En el prólogo de Thomas Mann que se incluye en la edición, éste explica que «pocas veces suelen coincidir tanto lo seductor y lo convencional como aquí, en el contraste de una técnica esencialmente tradicional y devota con esa sofisticación y osadía completamente contemporánea que se está expresando».
La historia, aparentemente sencilla, narra a través de sugerentes imágenes el periplo vital de un hombre, a quien encontramos por primera vez embarcado en un viaje en tren, con un gesto que deja entrever cierta nostalgia hacia el pasado que se abandona, pero que a la vez denota ilusión por el incierto porvenir.
Esta conseguida mezcla de sentimientos amargos -casi trágicos- pero también esperanzadores son una constante en todas las creaciones de Masereel, que no sólo lleva a cabo un análisis psicológico de los personajes que pueblan sus libros, sino que elabora un comprometido ejercicio de crítica social en un sentido muy amplio: cuestionamiento de los convencionalismos sociales predominantes, denuncia de la irresponsabilidad de los sujetos al esconder sus acciones más execrables bajo la sombra de la masa (de la muchedumbre, un concepto que tanto obsesiona a nuestro autor), o la necesidad de revisar la noción de progreso técnico y científico.
La edición de Nórdica, en papel de 135 gramos, hace de este Mi libro de horas un auténtico producto de lujo a precio absolutamente popular (18 euros). Una vez hojeado, se hace imposible no pasar mucho tiempo pegado a este volumen: por su cuidada edición, por la historia humana que nos relata Masereel (amor, muerte, ambición, bullicio, atisbos de felicidad, sexo, etc.) condensada en auténticas obras de arte (cada página del libro lo es) y con prólogo del incomparable Thomas Mann, quien quizás, mejor que nadie, haya compendiado la fuerza pictórica y evocativa de Mi libro de horas:
¡Imbuíos mientras hojeáis de todo el carácter enigmático de este sueño de la existencia del hombre aquí en la tierra, que es insignificante porque termina y se desvanece, y en cuya insignificancia, sin embargo, está presente lo terno por todas partes haciéndolo realidad!