Patrick Harpur (1950) pertenece a esa saga de hombres que saben pasar horas y horas entre libros, pero sobre todo, que gozan realizando su labor. Esto último es algo de suma importancia, porque ese gozo será algo que lector recoja al visitar cualquiera de sus obras. Además, este ensayista inglés se caracteriza por trabajar líneas del pensamiento que suelen quedar oscurecidas por las oficiales. Pensador de márgenes, su búsqueda pasa por recuperar una tradición oculta, esotérica, cuyo hilo aparece y desaparece en la historia.
Lo último que de él nos llega es Mercurius o el matrimonio del Cielo y la Tierra, publicado en Atalanta, una obra en la que realiza un profundo retrato de la alquimia. Para ello, y creo que es una decisión muy acertada, evita elaborar un tratado de corte sistemático y decide utilizar como vehículo para la teoría el género del diario. De esto modo, logra dotar “de carne al concepto” haciendo que el despliegue teórico -de un erudición abrumadora- tenga un plus de fuerza y atractivo.
Mercurius comienza con la aparición de una extraña bolsa en la puerta del apartamento de Harpur en la que hay dos diarios y una extraña piedra. Serán los diarios, acompañados de jugosas notas a pie de página, lo que constituya la obra.
El primero de ellos, pertenece a un tal señor Smith, nombre en clave bajo el que se esconde el vicario de una perdida aldea inglesa. Las páginas escritas por Smith nos hablan de sus trabajos como alquimista, de la enigmática labor que logra la piedra filosofal al “unir el cielo con la tierra”. El segundo, es de una ex compañera de Harpur que en un momento vital difícil decide alejarse de la ciudad y refugiarse en el campo. En esa huida se instalará en la casa que habitó el vicario, el lugar donde una vez estuvo el laboratorio alquímico, y en una especie de revelación -guiada por el instinto- encontrará las anotaciones del alquimista. Desde entonces, su vida se centrará en descifrar lo que en sus páginas cuenta el señor Smith.
El recurso de los dos diarios permite a Harpur desplegar, al mismo tiempo, la parte teórica de la que la alquimia se nutre, serían las páginas del señor Smith, y la explicación de la misma, o más bien su descifrado, a través del diario de ella. Así, nos encontramos con un texto compuesto por dos motores en el que se describen cuáles son las fuentes de la alquimia, los símbolos y materiales con los que trabaja, y la extraña naturaleza, no exenta de peligro, de su búsqueda.
Destaca, en este sentido, la maravillosa biografía que se pone en juego, la lúcida respuesta que Harpur formula a la pregunta por el contenido y finalidad de la alquimia, y, sobre todo, la sabiduría que de ella se desprende. De este modo, Harpur nos dice que la alquimia enseña que la realidad es ante todo tejido simbólico, y las consecuencias físicas, reales, que esto implica. Decir que la realidad es un tejido simbólico es referirse a ella como un todo en el que las partes están, rompiendo los principios lógicos de la causalidad y la no contradicción, unidas y superpuestas, y que esta conexión y dualidad es de lo que el alquimista se vale para trabajar. Realidad simbólica en la que dos polos se relacionan: la mente y la materia. Dos polos que se diferencian para luego llegar a intercambiarse o combinarse.
Es curioso que las afirmaciones sobre las que la alquimia se apoya para avanzar, se parezcan tanto a las que la nueva física cuántica nos están exigiendo reconocer, ejerciendo sobre nosotros la violencia de abandonar nuestra querida lógica y nuestra interpretación mecanicista de lo real. Decir que lo que pasa en la materia pasa también en la mente, es decir que lo real funciona a modo de espejo, lo que implica que el cosmos es algo móvil y variable que no se deja atrapar, encerrar, en una única definición. Así, la búsqueda de Smith, que luego será la búsqueda de la antigua compañera de Harpur, resulta ser la llave a un universo al que no estamos acostumbrados, que rompe las reglas del juego, de nuestro juego, y que actualmente nos impele a redescubrir. Un universo juguetón, polimorfo, vivo y marcado por un comportamiento paradójico, ya que se muestra a la vez que se esconde.
Sin duda, Mercurius es un escalón más en la obra de Harpur, ya que parece que cada uno de sus ensayos busca ampliar el radio de la circunferencia de una forma de entender el mundo y a nosotros mismos, que suele ser desconocida por haber perdido la batalla histórica frente a otras concepciones, otras cosmovisiones en las que nos sentimos más cómodos pero por cuyas grietas ya podemos entrever la realidad que insistentemente nos hemos negado. En definitiva, entrar en su universo conceptual es adentrarse en un gabinete de maravillas del que nadie puede salir indiferente, al menos si eres ese tipo de persona que está dispuesta a enfrentarse a lo desconocido, o lo que es lo mismo, si no has perdido, y recordemos que según Aristóteles éste es el motor de la filosofía, la capacidad de asombro. Y en eso de asombrar, Harpur es un maestro.