En este nuevo artículo sobre las pelis que veo en el Atlántida Film Fest, tengo que destacar uno de mis descubrimientos de los últimos meses: Almost in love, de Sam Neave. Rodada en dos planos secuencia de unos 40 minutos de duración cada uno, la película nos muestra, de la manera más sencilla posible, el devenir de la relación de amistad entre un grupo de jóvenes amigos. Es un prodigio técnico, pero eso no es lo más importante; lo que verdaderamente asombra es la aparente facilidad que muestra el director para diseccionar las relaciones humanas en nuestra sociedad, a la vez que juega con el espectador y con la forma como un prestidigitador al que nunca se le ven los trucos. El cine no es sino una manera de contar historias, y eso es lo que ofrece Almost in love. Una cámara omnipresente, la utilización del sonido fuera de campo como figura de estilo y unas interpretaciones de auténtico lujo son algunas de las bazas con las que cuenta la cinta. Lo peor: este tipo de cine cada vez se hace menos.
Lo malo es que películas como esta, que te reconcilian con la parte amargada de tu espíritu, finalmente son barridas como castillos de arena por la marea por películas como Why don´t you play in hell, del incomprensiblemente deificado Sion Sono. Quizá uno ya esté viejo para idolatrar a nuevos Tarantinos, pero el caso es que todo lo que aparece en pantalla me suena a ya visto. Mucho bizarrismo, mucha broma, mucha hipérbole, y sobre todo mucho despropósito. Lo peor de una película es que no sepas qué te está queriendo contar y por qué. Al principio me agarro a su pretendido (y para mí lo mejor) homenaje al cine, pero el humor de la peli nunca lo pillo y las escenas de sangre me parecen tan grotescas que no sé si es parodia mala o parodia pasada de rosca, que para el caso es lo mismo. Recomendación: si son aficionados al hard-core, al despendole del personal, al anime y a la incapacidad de los japoneses de parir un director interesante después de Imamura, no lo duden: esta es su película.
Acabo con otra pequeña joya que no necesita de pirotecnia de saldo para venderse: La Paz, del argentino Santiago Loza. La película narra la historia de un joven recién salido de un centro en el que ha permanecido interno por unos problemas mentales. Hijo de un matrimonio burgués, su vida no podría (aparentemente) ser más plácida, pero Loza nos muestra cómo el hastío del hombre moderno es incapaz de rellenar los huecos de su rutina, y qué solos estamos todos aunque todos creamos lo contrario. A través de un ritmo pausado y de una apuesta inquebrantable por el pequeño detalle, la película se convierte en un trasunto de la personalidad del protagonista, metáfora del lento dejarse llevar de una persona hacia el vacío total. La Paz no es sólo la capital de Bolivia, sino el fin al que todos tendemos. Además, el protagonista, Lisandro Rodríguez, me deja boquiabierto. Sin decir nada se descubre loco de remate, casi un psicópata, da miedo; pero también se muestra sensible, temeroso y hasta esperanzado. Es sorprendente lo que un actor puede hacer con su forma de mirar.