Por NACHO CABANA
Mountains may depart es el título en inglés de esta película china que se estrena en España como Más allá de las montañas. Su traducción al castellano sería algo así como “Hasta las montañas pueden irse” mientras que en chino es “Los viejos amigos son como la montaña y el río”. Ambos, pero sobre todo el primero, remiten a la idea central del film (algo que ni siquiera intenta el español): en el transcurso del tiempo, hasta lo que nos parece más sólido e inamovible puede marcharse lejos de nosotros perdiéndose para siempre, aunque seguirá su existencia en otro lugar muy diferente dejando tras de sí apenas el eco de una canción.
El paso del tiempo es el tema central de esta nueva película del creador de Naturaleza muerta (2006) que estructura para ello su discurso en tres momentos distintos: 1999, 2014 y 2025 (el primero rodado en 1:33, el segundo en 1:85 y el tercero en escope). En el primero de ellos, uno de los vértices masculinos del triángulo amoroso que, más o menos, vertebra la narración hace un flash foward verbal preguntándose qué será de ellos tres lustros después, cuando el cachorro de golden retriever que acaban de comprar ya no les acompañe. La mujer no entiende porqué se hace esas preguntas, aún es joven y los años se le antojan infinitos. Hay pocas heridas que curar y ningún equipaje tóxico en su mochila.
Cuando nos reencontramos con el mismo personaje femenino en el segundo segmento, la vida le ha enseñado ya su lado más amargo provocando que los problemas que juzgaba importantes años atrás ya no lo sean, empequeñecidos por los golpes que el maldito tiempo ha ido dándole a ella y a los hombres que amó.
Cuando llegamos a la tercera y última parte, esa que se desarrolla en 2025 y que tanto ha desconcertado a los que juzgan que los cines periféricos se han de mover en un espacio y tiempo limitados, nada queda en los protagonistas más que la ausencia de lo que fueron y han perdido. O de lo que tuvieron y han olvidado. El eco de una palabra que se transmite de hijo a madre a través de un océano de distancia. Una canción popular igual a otras muchas que despierta en el lado dormido del cerebro. Un amor que desconoce su origen incestuoso. Un nuevo perro. Un nuevo año en el que solo queda la nieve y volver a bailar otra vez la versión que de Go West hicieron los Pet shop boys en 1993, antes de que todo empezara. Y la terrible certeza de que, al contrario que las películas, la vida no anuncia su final y hasta entonces continuará siempre convirtiendo el presente el pasado y el futuro en presente, llenándolo todos de ausencias y recuerdos y ecos.
Cuesta un poco entrar en Más allá de las montañas, en parte porque su estructura rota en tres partes hace que su recepción se perciba como más morosa de lo que realmente es; en parte porque su realización resulta en ocasiones demasiado plana y su fotografía no resulta especialmente atrayente. Pero tiene en Tao Zhao el enganche necesario para que una vez has agarrado sus claves, no puedas salir de ella. A esta actriz, esposa del director, no le hace falta apenas maquillaje para situarnos en cada uno de los tres años de sus existencia a los que asistimos. Le basta con cambiar levemente los gestos, la forma de moverse, la manera de llorar para que nos creamos que tiene 18 años o 43.
Una hermosa película que demuestra que se puede hacer cine sensible sin caer en el “feel good”. En palabras de su director: “Solo se pueden entender los sentimientos teniendo en cuenta el paso del tiempo”.