«El héroe discreto, una novela sobre las profundidades del alma”
El pasado 11 de septiembre el escritor hispano-peruano Mario Vargas Llosa presentó su última novela, El héroe discreto (Alfaguara) en la Casa de América de Madrid. No podía ser en otro lugar ni con más concurrencia, porque este escritor del realismo social, mantiene un poder de convocatoria que le acompaña desde mucho antes de conseguir los más prestigiosos premios literarios internacionales como el Príncipe de Asturias de las Letras (1986), el Cervantes (1994), el Planeta (1993) o el más ponderado de todos ellos, el Premio Nobel de literatura que le fue concedido con todos los honores en 2010.
Acompañado por su editora y con su esposa entre el público, Vargas Llosa midió sus palabras para no entrar en temas políticos:
“Mire, aquí mi editora y mi mujer que está frente a la que yo le tengo mucho cariño, pero también mucho miedo, me ha prohibido que hable de política porque hoy toca literatura”
Pero si quiso entrar en los terrenos de la creación literaria para hablarnos de los motivos para escribir esta novela en la que los héroes anónimos, los personajes que luchan sin ser conscientes del bien que hacen a una sociedad y por lo tanto a la humanidad, cobran un protagonismo muchas veces inusitado en una obra literaria.
El héroe discreto se gestó prácticamente como todas las ficciones que he escrito, a partir de algunas experiencias personales. En mi caso y creo que la imaginación no trabaja en abstracto sino a partir de ciertas imágenes que la memoria ha conservado; imágenes que proceden de experiencias vividas. Esto no quiere decir que todas las ficciones posean unas autobiografías disimuladas sino que en muchos casos la imaginación necesita trabajar sobre recuerdos, es decir, sobre lo vivido para lanzarse hacia la fantasía que es el corazón de toda ficción.
El punto de partida de esta novela fue algo que había ocurrido en una ciudad al norte del Perú: Trujillo, una de las que más se ha desarrollado más en estos últimos años. Allí un empresario transportista de origen muy humilde había hecho pública su decisión de no pagar cupos a la mafia. Hizo saber que no aceptaría su chantaje y que estaba dispuesto a correr todos los riesgos que ello implicase.
A mí la imagen de este hombre, un empresario humilde que con un enorme esfuerzo había ido levantando esta empresa exitosa y que estaba dispuesto a enfrentarse a algo tan peligroso como las mafias y la violencia que aquello implicaba, y que probablemente nadie se lo iba a agradecer, me inspiró este personaje.
Al mismo tiempo el Perú ha vivido un proceso de desarrollo bastante notable. A partir del año 2000 se inicia un proceso democrático pero, a diferencia de otros países, ha continuado. Ha habido ya tres cambios de gobierno con tres elecciones más o menos limpias. En estos años ha habido unos consensos muy amplios para, de una parte, mantener políticamente la democracia, las instituciones democráticas y por otra parte, y eso sí que es una novedad en nuestra historia, una política económica de apertura, de estímulo a la inversión, de defensa de la empresa privada que ha aportado un gran beneficio económico al país. El Perú ha estado creciendo de una manera muy acelerada y ha sido uno de los países punteros en América Latina. Una de las consecuencias de este proceso ha sido el crecimiento de las clases medias, la aparición de empresarios de origen muy humilde, algunos muy exitosos, dueños incluso de compañías transnacionales. Es el caso de una familia muy conocida internacionalmente, de la familia Llanos, una familia muy modesta de Ayacucho que empezó a producir gaseosas en la cocina de su casita y veinte años después son dueños de una empresa que se ha extendido por tres continentes. Un caso de éxito empresarial muy comentado y reconocido por periódicos como el Wall Street Journal. El caso de esta familia no es único, hay otros tipos de empresarios que gracias a la apertura han cambiado en gran manera la faz del Perú.
Éste es el contexto en el que transcurre la historia de este personaje, una novela que al principio iba a ser una sola historia; pero como me ha ocurrido casi siempre en las novelas que he escrito, apenas empecé a trabajar en ella, surgió la idea de enriquecer la historia, complementarla con una especie de contraste anecdótico con dos familias, dos mundos, dos sectores sociales y así es como reaparece una familia que ya ha sido protagonista de otras novelas mías como la de don Rigoberto, Doña Lucrecia y el hijo de don Rigoberto: Fonchito.
No sé por qué siempre que escribo una novela siento la necesidad de juntar varias historias, tal vez porque es un género que se extiende mucho en el tiempo, o porque es un género social que nunca cuenta la historia de un personaje, sino la de un personaje sumido en un contexto. Creo que eso se manifiesta sobre todo en la existencia de historias distintas. Historias que poco a poco van convirtiéndose en una sola novela.
Desde que escribí mi primera novela sentí esa posibilidad que tiene toda narración de convertirse en un verdadero laberinto de historias, porque creo que si un escritor siguiera todos los cabos de que consta una trama, no terminaría nunca de escribirlas. En toda historia, las ramificaciones son infinitas, es una de las cosas maravillosas y fascinantes que tiene una novela y cuando consigue capturar enteramente nuestra atención y hechizarnos; esa novela nos hace sentir esa posibilidad del infinito de una historia que se vive en toda su trayectoria porque no tiene ni principio ni final. Esto es algo que he sentido siempre que he escrito y por eso es tan difícil terminarlas.
La mayoría de las veces los personajes y la peripecia de una novela no surgen de una manera espontánea sino que cuecen en un caldo de cultivo propicio para que alguien escriba su historia.
Felicito Yanaqué es un personaje inventado, pero es un personaje que no es insólito en el Perú de hoy. Felicito es el hijo de un campesino que ha llegado a convertirse en un pequeño empresario gracias a la apertura que ha vivido el Perú, que permite que gentes de origen muy humilde pueda abrirse camino para ascender en la pirámide socio-económica del país. Éste es un fenómeno que se vive en el Perú, Colombia, Chile, Brasil o México. No quiero decir de ninguna manera que esto haya resuelto el problema de las desigualdades económicas o de la pobreza… ni muchísimo menos; sino que esa situación es mucho menos grave de lo que era cuando yo era joven. Es un fenómeno bastante nuevo que justifica, en cierta forma, una esperanza.
Ésta es la impresión tengo cada vez que vuelvo al Perú cada cierto tiempo para pasar allí una temporada corta. En todos estos años mi impresión es que el país está bien enrumbado; aunque haya todavía enormes obstáculos que vencer, el país parece bien orientado y en gran parte gracias a unos consensos que antes no existían. Consensos a favor del sistema democrático, a favor de la apertura económica, o a favor de estimular la inversión privada y extranjera. Todo esto ha ido teniendo unos resultados muy concretos en el desarrollo y crecimiento de un país. Quizá sea esta la razón por la que América Latina ha vivido mucho menos la crisis que Estados Unidos o que está viviendo aún buena parte de Europa. Allí no voy a decir que no se haya sentido, pero lo ha hecho de una manera mucho más tenue que en el resto del mundo.
El héroe discreto no es una novela política en el sentido estricto, es una historia que habla de los problemas derivados de los llamados países emergentes , de la corrupción social y política y de los héroes silenciosos que cambian el rumbo de las sociedades enfermas.
Uno de los temas de esta novela es la consecuencia negativa que conlleva el desarrollo. La prosperidad atrae el florecimiento de la delincuencia urbana, la presencia de mafias que aprovechan este crecimiento para constituir empresas que realizan chantajes; es decir, establecen un orden paralelo al existente. Es el gran problema que tiene hoy en día América Latina: la corrupción. Si hay algo que conspira contra las instituciones que están en proceso de democratización, si hay algo que amenaza el desarrollo económico es la corrupción. Es un cáncer que destruye solapadamente las instituciones, que propaga el cinismo, la actitud despectiva frente a la legalidad, la idea profundamente destructiva de que todo el mundo es corrupto, y que si todo el mundo lo es ¿por qué no serlo yo también?
Son problemas que tienen todas las sociedades modernas, pero en los países que están luchando por alcanzar la modernidad crean problemas neurálgicos que si no se resuelven pueden destruir ese proceso de modernización y crecimiento. Éste, y no otro, es el problema que vive Felicito y es el resto de los protagonistas de El héroe discreto. Es un fenómeno paralelo en todos los países de Latinoamérica. Son lugares muy ligados al narcotráfico que es una industria enormemente poderosa en lo económico. El narcotráfico crea unos recursos paralelos con unas posibilidades económicas superiores a los del Estado. Pueden pagar mejores salarios, por lo tanto es una fuente terriblemente destructiva.
Éste es uno de los temas centrales que vive el personaje desde una perspectiva muy personal. Felicito Yanaqué no es un hombre de pensamiento, no abstrae; él se reduce a enfrentarse a un problema personal que afecta a su vida y a la de su familia. Es la expresión de un problema muy general que comparte, aunque no sea muy consciente, con todos sus compatriotas.
El problema que plantea la novela no es sólo el de la corrupción y el cinismo, sino el de la decencia. A veces la situación negativa que vive una sociedad en un momento histórico nos empuja al pesimismo y nos olvidamos de que en todas las sociedades hay gente decente. Gente que tiene unas convicciones y unos principios y que se esfuerza por que su conducta se ajuste a esos principios sin transgredirlos. La idea de que un pequeño empresario haga pública su decisión de no aceptar el chantaje de la mafia es la actitud típica de una persona decente, de una persona que no admite ser manipulada por delincuentes, ni convertirse él mismo en uno de ellos. Cree que existe un código del honor y una dignidad que él no puede sacrificar. Desde luego estos son héroes anónimos que jamás ocupan la cabecera de los periódicos; son héroes cuyos sacrificios nunca son recompensados, pero son los que hacen que una sociedad progrese, más que los héroes epónimos, sino esos héroes del montón, los ciudadanos normales y corrientes que son los que realmente constituyen una reserva moral para el futuro de un país. Cuando un país pierde esa reserva entra en bancarrota, aunque las cifras económicas digan lo contrario.
Para Vargas Llosa uno de los peligros de la humanidad es la amenaza de los nacionalismos, a ellos responsabiliza de las grandes tragedias de la historia en países, que siendo grandes potencias, en algún momento de su trayectoria se han visto incapaces de vivir su propia independencia y delegarla en la comunidad, es la teoría del llamado de la tribu de Karl Popper.
El mundo vive hoy una situación fascinante que es la de la globalización. A mi juicio es lo mejor que le ha pasado al mundo, ese lento desvanecimiento de las fronteras, la integración de las distintas culturas, religiones, tradiciones o idiosincrasias… creo que esa esa coexistencia, esa convivencia en la diversidad es algo extraordinario y va a disminuir extraordinariamente la violencia, la gran protagonista de la historia hasta ahora.
Pero esta globalización provoca ciertas reacciones negativas que tienen que ver con un fenómeno que describió maravillosamente Karl Popper que es el del llamado de la tribu. Popper explicaba que salir de la tribu es el comienzo del progreso y de la civilización. Cuando el personaje se aparta de la tribu adquiere soberanía, quiere independencia, puede elegir su vida de una manera distinta a los otros miembros de la tribu y es cuando la civilización está en marcha y gracias a eso hay democracia, Derechos Humanos, soberanía individual, coexistencia en la diversidad. Pero este llamado nunca desaparece, siempre está ahí en el fondo de nuestra conciencia y, en ciertas circunstancias, es muy fuerte. El llamado de la tribu es formar parte de una comunidad en la que la enorme responsabilidad de ser un ser soberano desaparece y no tenemos que tomar decisiones por nosotros mismos sino que las toma por nosotros la tribu.
El nacionalismo es eso, es ese regreso a la tribu. Es esa abdicación de la responsabilidad, de la obligación de tener que elegir uno su propia vida, de decidir en función de uno mismo, de sus convicciones, desde su sensibilidad. Por eso he combatido siempre el nacionalismo, porque he visto los estragos atroces que causa el nacionalismo en los pueblos. Las guerras mundiales con millones de muertos son productos del nacionalismo. Todas esas matanzas espantosas en un mundo civilizado siegan y aniquilan comunidades enteras. Esto es lo que ocurrió en el caso de Alemania, uno de los países más civilizados del mundo. Es lo que pasó en Japón. Es una tara de la que es muy difícil librarse, pero si queremos que haya civilización, si queremos desterrar la violencia de este mundo, tenemos que combatirla con enorme energía y la cultura es uno de los grandes instrumentos para mostrar los estragos que causan esas taras a la humanidad.
Algunos de los personajes de sus novelas son caprichosos y recurrentes y siempre reclaman su momento de gloria antes de desaparecer entre las nieblas del olvido.
Me pasa una cosa curiosa con mis propios personajes, algunos de ellos prácticamente desaparecen de la memoria cuando termino las historias en las que ellos actúan. En cambio otros, como Don Rigoberto, se quedan en la memoria y al empezar otra novela reaparecen diciendo: «yo no fui suficientemente aprovechado- en esa historia, aquí estoy! corrige tu error, aprovéchame de nuevo, saca todas las posibilidades que hay en mí»
Bromeo, pero algo de eso hay. Es la razón por la que algunos personajes vuelven. En el caso de esta novela era normal que Lituma y los incontestables, son personajes que nacieron de historias piuranas y es normal que reaparezcan.
Creo que en la literatura o en cualquier actividad creativa el ejercicio crea una voluntad que conspira contra la seguridad. Yo me siento tan inseguro escribiendo una historia ahora mismo como cuando empecé a escribirlas, o quizá más. Ahora soy más consciente de lo difícil que es alcanzar el horizonte que uno se fija cuando escribe una novela. A veces cuesta un enorme trabajo, aunque gozo enormemente escribiendo, es una experiencia maravillosa de una intensidad formidable.
El verdadero leitmotiv de El héroe discreto es la corrupción y la falta de decencia de todas las clases sociales, pero en especial de la política; sin embargo la novela es optimista porque muestra que existen personajes dispuestos a asumir sus propios riesgos y aportar su granito de arena en el restablecimiento moral de la sociedad.
Soy muy consciente de que en la clase política hay mucha corrupción, mucha mediocridad y mucha ineptitud, pero la clase política no es solamente eso. Es una actitud muy peligrosa la de condenar en bloque a la clase política de todos los países como si todos fueran corruptos o ineptos. Eso no es verdad, la sociedad tiene la clase política que se merece. Hay países en los que las mejores figuras, las más brillantes, las más decentes repudian la política porque les inspira repugnancia o miedo. Saben que ser político significa recibir un baño de mugre irremediablemente, no lo quieren y se apartan de ella. La política tiene muy mala imagen hoy en día y creo que si queremos tener políticas brillantes, decentes, creativas, necesitamos incitar a la gente más brillantes, más decentes y más creativas a hacerlas.
Entre la clase política hay gente muy valerosa y correcta. En un libro muy bonito sobre Jorge Semprún que acaban de publicar en Francia se dedica un capítulo con grandes elogios a George Orwell que había leído hace muchos años y que me había impresionado. Ese ensayo que elogia Semprún se llama El oso y el unicornio y es un tratado realmente maravilloso porque comienza diciendo esto: “Inglaterra es un país de buena gente con los tipos equivocados en el control.”. Yo creo que en todos los países hay buena gente, gente modesta que baraja mucho para salir adelante, para darles a los hijos un futuro, y eso está en todas las sociedades; lo que ocurre muchas veces es que esa gente extraordinaria no llega a dirigir el país, a ocupar los lugares de mando, pero están ahí, ¿no es verdad? La prueba es que muchas sociedades han pasado del horror al progreso y a la modernidad, a la decencia, a la legalidad y a la libertad… y eso ha sido posible porque esas buenas gentes de alguna manera han tomado el protagonismo.
Éste es, en definitiva, el tema de El héroe discreto. En el Perú hay muchas cosas que andan mal, como las enormes diferencias sociales, las diferencias económicas o culturales y todo eso no está resuelto de ninguna manera. Sin embargo las cosas han comenzado a cambiar en la mayor parte de los países de América Latina. Hay gobiernos más bien de derechas, hay gobiernos más bien de izquierdas y, no obstante, parecen caminar en la misma dirección.
Hay en esto una enorme distancia con el Perú de mi juventud en el que uno tenía la sensación de que el futuro estaba bloqueado completamente y que no había salida. Creo que la sensatez ha ido echando raíces en sociedades como la peruana. Un enorme sector del país se ha resignado y otros han optado por el entusiasmo, por la democracia, por los consensos, por ese progreso negociado entre los distintos sectores sociales con el convencimiento de que ése es el camino adecuado y para eso es fundamental que haya ciudadanos como Felicito Yanaqué, que haya muchos héroes discretos en una sociedad.
Bertolt Brecht dice en un poema: “Ay del país que necesite héroes…” Seguramente es mejor que no existan esos héroes epónimos; pero los cotidianos, los anónimos, los que representan verdaderamente la reserva moral; son indispensables para que un país conjure los demonios que puedan destruirlo. Creo que Felicito Yanaqué es el que está detrás de ese optimismo mesurado que tengo hoy en día respecto al futuro del Perú.
Mario Vargas Llosa ha tenido para esta novela multitud de referentes conocidos a la hora de elaborar tramas y personajes. Uno de ellos es, sin duda, un amigo entrañable desde sus primeros años de juventud, Javier Silva Ruete, de quien guarda un excelente recuerdo de juventud y madurez.
Pensé mucho en Javier Silva Ruete que fue uno de mis mejores amigos. Siempre recuerdo la primera vez que yo lo vi en Piura en el año 1946, cuando fui por primera vez allí había una manifestación del Partido Aprista en la plaza de Armas. Mi abuelito era prefecto de Piura y era muy atacado por ellos porque era pariente de Bustamante Rivero, presidente del Perú en esa época. Yo fui a espiar esa manifestación y había allí un gordito con pantalón corto, piernas rollizas y un cartel más grande que él que decía: “maestro, la juventud te aclama” (era una pancarta a favor de Haya de la Torre). Ahí es donde conocí a Javier Silva Ruete que fue uno de mis grandes amigos. Era un hombre muy generoso, representaba las mejores características del piurano, alegre, extravertido y muy expansivo. Era tan impresionante Javier que, cuando tenía 11 años, se gastaba sus propinas yendo a comer a la calle. Tenía un apetito absolutamente voraz. Recuerdo que iba a su casa, estaba terminando de almorzar, recogía su propina y me decía: vamos, te invito al Reina y allí pedía un piqueo con el que remataba su almuerzo.
Creo que todas las etapas de mi vida han tenido algo de Javier Silva. Seguramente alguno de los personajes piuranos está un poco inspirado en el su carácter. Para él la amistad era algo fundamental, la cultivaba con verdadera pasión. Era un hombre muy querido por muchísima gente con una lealtad extraordinaria. Me dio mucha pena su muerte.
Yo creo que he escrito mucho de la novela pensando en Javier, recordando las experiencias que vivimos juntos en Piura o en Lima. Creo que uno uno inventa siempre a partir de ciertos afectos o de ciertas imágenes, de cierta materia que la memoria ha conservado de lo vivido. Seguramente el recuerdo de esta amistad entrañable ha estado muy presente.
Para mí la amistad es una de las cosas maravillosas que tiene la vida. Yo creo que es una especie de familia paralela donde uno encuentra refugio, apoyo o estímulo, es algo importantísimo. Javier ha sido un amigo muy querido y en los momentos más difíciles siempre estuvo allí, siempre fue un apoyo extraordinario. De alguna manera me ayudó mucho a escribir esta novela.
Para algunos artistas la vejez no supone un momento de retiro, de pérdida de fuerzas o ilusiones, lo peor que pueden hacer es dejar de emprender nuevos proyectos, literarios o de cualquier otra índole, y seguir viviendo como si fueran inmortales.
Veo la vejez con cierta preocupación, seguro. Yo creo que lo importante es vivir como si uno fuera inmortal, organizar su vida como si la muerte no existiera, como si uno fuese a vivir siempre, es decir, no perder el entusiasmo, no perder las ilusiones, no perder esa capacidad de proyectarnos en algunos anhelos o ideales; aunque secretamente sepamos que no los vamos a llegar a realizar. Yo creo que eso le ayuda a uno muchísimo a vivir.
Para mí escribir significa abolir ese aspecto tan negativo de la temporalidad y embarcarme en una historia o en un proyecto literario, me hace vivir muy intensamente y anula la preocupación por la extinción o el final. Desde hace algunos años repito mucho eso de que me gustaría morirme con la pluma en la mano, creo que sería lo ideal. Hay que vivir hasta el final, no morirse en vida. El espectáculo más triste es que una persona se apague en vida y se muera en vida, es decir, que deje de tener ideales, que deje de tener ilusiones, que deje de sentir que la vida es esa cosa maravillosa que es. Si la vida es esa cosa maravillosa es porque existe la muerte porque si no, ¡qué aburrida sería la vida si estuviéramos condenados a vivir eternamente! La vida tiene esa intensidad maravillosa porque en algún momento se nos acaba. La vida se tiene que vivir hasta el final lúcido e ilusionado, vivir joven aunque se sea ya muy viejo.
Fotografía de portada © EFE
El héroe discreto, de Mario Vargas Llosa, Alfaguara 2013