En la imagen la actriz Miluka Suriñach, recrea un abanico de personajes humanos y divinos para plasmar la imagen femenina, en «María Milagros», creada por Miluka Suriñach y Carlos Martín-Peñasco, dirigida por el autor.
Por Luis Muñoz Díez
María Milagros es el título de la obra, y el nombre de pila de su protagonista, que tiene su afán puesto en ser simplemente Miluka. Nombre que coincide con el de la actriz y autora de la obra, que firma junto a Carlos Martín-Peñasco, que se encarga en solitario de la minuciosa dirección, por lo que no es difícil deducir que en la pieza habrá mucho material de trabajo extraído del camino de la propia Milagros Suriñach, para llegar a ser Miluka.
Lo primero que vemos al iniciarse la función es una mujer desaliñada, que rompe y bate huevos, y corta zanahorias. Asomada, a lo que en principio parece un vehículo para la venta ambulante de bebidas y alimentos.
María Milagros carga con unos estigmas poderosos, es Sevillana, y en el colegio le marcaron un camino tan profundo como su nombre, proponiéndola como virgen María en la función de Navidad, por lo que, en sus retos como mujer y como actriz, estaba cantado que, el papel de su vida sería ser la Macarena o La Esperanza de Triana.
La mujer que bate huevos es hija, y madre, como hija está descalificada, porque su padre lleva años sin hablarle, y su madre. Únicamente ha venido a verla al barrio madrileño donde vive, dos días cuando nación su hijo mayor, y otros dos cuando nació la niña. Su papel como madre también está en entredicho porque a su hijo, la ley no le permite verle tanto como desearía.
En la costa del Cádiz pegado a Sevilla, es demasiado frecuente ver fotos de niñas vestidas de comunión, con unas letras que profanan el candor de la imagen, con las de doce de Desaparecida, una imagen y un mensaje que se percibe, y se guarda, como una amenaza. Derribando cualquier esquema de seguridad infantil. A la niña, tan linda, tan esmeradamente vestida, peinada y retratada, ninguno de esos desvelos de su familia, han servido para salvarle de la tragedia. Una alarma que Maria Milagros asume hasta hacerla suya, que insiste a su madre en que sí desaparece, le envíe a Paco Lobatón la foto de comunión en que tiene sujeto el mentón con su mano, porque está monísima.
Si la niñez no es un lugar seguro, tampoco le ha servido a María Milagros, sus propósitos de enamorase, casarse, tener hijos y ser feliz de por vida. La realidad no es un calco de los patrones repetidos una y otra vez, si no algo imposible de asir, porque la vida es un presente continuo, que en segundos se vuelve pasado perfecto, sin vuelta a atrás, por lo estamos permanentemente improvisando. Sin apenas darte cuenta ya estás instalado en el carillón de la noria, que seguirá girando sin descanso, con el aliciente de que jamás es nada como se imagina, ni para mal, ni para bien, únicamente: distinto.
Milagros está instalada en su particular noria en forma de vehículo para vender comida de forma ambulante, pero en fondo es el mismísimo trono de la Virgen de la Macarena procesionando bajo palio por la calle Betis, después de la subida al cielo de los costaleros, del guapa, guapa, guapa… de la saeta al llegar a la calle Campana, mecida entre el personal que la idolatra. La virgen-Miluska sin bajarse de su trono, se fumar un cigarro, y se toma un café en baso para recuperar fuerzas, como podría hacerlo cualquier folclórica, después de un concierto.
Su discurso incide en la inseguridad de una mujer sola, que lleva todo el oro de traído de las indias fundido en su corona y bordados, y las cinco esmeraldas en su pecho, que regaló el torero «El gayo», a la Macarena. Entre las peticiones que sus fieles le meten bajo la enagua, le llama la atención la de una madre y una hija que piden reunirse, que no son otras que «Milagros madre» y «Milagros hija«, que le piden ponga un caballo a su puerta para facilitar el encuentro o quizá, para que las lleve a un lugar propio, donde puedan ser.
El desfile procesional que ejecuta la actriz, para dejar de ser Milagros la niña asustada y ser Miluka, desgrana todos los miedos asimilados de boca a oído, vía cartel, televisión, o programa sensacionalista mostrando los abusos sufridos por todo el género femenino, de niñas desconocidas o artistas famosas. Informaciones y portadas que conviven en los quioscos con fotos de bodas en la iglesia del Salvador, o los Jerónimos, con novias de blanco impoluto. Unas imágenes que desconciertan a tantas chicas como Miluska, que no pudieron repetir la ostentación de virginidad y poderío económico, de la comunión en su boda.
Miluka ha parido dos hijos, de dos maridos, nadie le ha pedido casarse con ella, vive con precariedad en un barrio popular, no le han dado el Goya. A traición el tiempo le ha dejado las carnes blandas y temblonas. Pero sin duda abanicados mitos y utopías, la señora que hay en el escenario es una triunfadora, por bregar inasequible al desaliento, contra un cotidiano que se empeña en ir en siempre en contra.
El trabajo interpretativo de la actriz es enorme, cómo es el puzle de hechos aislados en un suma y sigue imparable que nos van sumiendo en la mayor de las miserias existenciales. Un mal común, que no condiciona el saldo del banco, aunque el dinero blanquea la miseria. No hemos recibido educación alguna ni para encarar la existencia, ni para canalizar nuestros sentimientos.
Una precariedad que, como el personaje ha heredado su nombre, hemos pasado de generación a generación, en una enseñanza que se limita a adoctrinarnos para ser útiles, reprimiendo e ignorando lo que nos podría redimir de tantos sufrimientos cotidianos, de esos que no matan, pero no permiten vivir o ser a Maria Milagros.
La dramaturgia de Miluka Suriñach y Carlos Martín-Peñasco, es compacta indagando por muchos senderos, que llegan al público potenciando emociones. Si bien el texto está firmado por ambos, de representar la procesión laica se encarga la autora, que realiza un trabajo enorme al que no solo entrega su voz y su gesto, va más allá por los poros abiertos por el sudor nos permite ver sus temblores del alma.
El autor Carlos Martín-Peñasco, dirige la pieza con la misma intensidad que Miluka Suriñach, la interpreta, intervine en la función para dar luz, y contribuir sin usura a que se lleve a cabo con éxito, esta estación de penitencia laica, para que Miluka redima con «amor» a María Milagros.
María Milagros, estará programada del 30 de juny al 3 de juliol, de 2022, en La Badabadoc Teatre -Barcelona-, más información AQUÍ.
Autor: Miluka Suriñach y Carlos Martín-Peñasco Dirección: Carlos Martín-Peñasco Actores: Miluka Suriñach Compañía Alumbrar Producciones