Maquiavelo, los tiempos de la política (Paidós, 2013) busca en último término curar la acritud que hacia la obra del pensador florentino el tiempo ha alimentado. Así lo declara su autor, Corrado Vivanti:
En la historia del pensamiento político no encontramos ningún otro ejemplo de una corriente de ideas definida por la hostilidad hacia un autor, como es, precisamente, el caso del antimaquiavelismo, que durante más de dos siglos tuvo adeptos en toda Europa.
Maquiavelo nace en Florencia en 1469 y el primer acontecimiento que lo marca profundamente es el encuentro con el dominico Savonarola. Pero no le marcará de la misma forma que a otros, sino que verá en ese hombre el valor de señalar con el dedo la corrupción de la que Florencia está siendo presa y que la está condenando a su propia extinción. Con lo que no estará de acuerdo, será con las soluciones propuestas por el dominico ya que estarán bien cargadas de fe y de curas en armonía con ésta: ayunos, rezos, penitencias y un largo etcétera. La denuncia de Savonarola puso a muchos poderosos en su contra, y aquellos enemigos no le perdonaron: fue torturado, condenado a muerte y ejecutado. Pero esto es algo que nos suena, porque así funciona la Historia.
En 1948 Maquiavelo se convertirá con 29 años en el secretario de la Segunda Cancillería, y al poco tiempo también será nombrado secretario de los Diez de la libertad y la paz. Del primer cargo, aprenderá mucho de política interior y exterior, tanto de lo que se puede contar como de lo que no, así asistirá de primera mano, y también será ejecutor, de la práctica diplomática de decir una cosa y hacer otra. Por su parte, del segundo cargo aprendió aquello que se esconde detrás de las palabras libertad y paz: fuerza, ya que asistimos a un momento histórico en el que los conflictos entre los distintos estados italianos estaban a la orden del día, a lo que hay que sumar que dos potencias, España y Francia, buscaban a toda costa entrar en el escenario político italiano y sacar de ese río revuelto beneficios. De este modo, para que hubiera libertad, era necesario invertir en guerra, y lo mismo se aplica para la paz, de ahí que Maquiavelo se empeñará durante tiempo que duró su cargo en aumentar las estructuras defensivas de Florencia y en generar una milicia, ya que la experiencia bien decía que no era bueno eso de fiarse de ejércitos mercenarios. De sus empeños algo conseguiría y él cuenta que era realmente feliz trabajando para una Florencia que tenía como configuración una república civil. Pero nadie que esté en mitad del baile político evita crearse enemigos, y Maquiavelo se echó uno demasiado poderoso, Giovanni de Medici. El resultado fue que Maquiavelo es destituido y obligado a permanecer confinado por un año en territorio florentino. La cosa empeorará cuando los Medici descubren una conjura contra ellos y entre los nombres que aparecen está el de nuestro filósofo. Así, la ira de esa familia vertebral de la historia, tanto de Italia como de Europa, caerá contra Maquiavelo que será torturado y encarcelado. Afortunadamente, el mismo hombre que inició su desgracia, Giovanni de Medici, al ser nombrado Papa (león X) se verá generoso y perdonador y libera a Maquiavelo de la cárcel. Ahora bien, libre pero alejado de toda actividad política. Así, retirado a Sant´Andrea en Percussina, nuestro pensador realiza uno de los rituales más hermosos al que un humanista puede asistir: después de pasar el día en los bares, como el mismo dice, “embruteciéndose” entre sus convecinos, llega a casa y tras limpiarse y ponerse sus mejores ropas, entra en su biblioteca y pasa horas y horas leyendo. Así lo describe él, y pocos cantos a lo que un libro puede ser para un hombre son tan hermosos:
Al caer la noche, me vuelvo a casa y entro en mi despacho; y en la puerta me despojo de mi vestido cotidiano, lleno de barro y lodo y me pongo vestiduras reales y curiales; y revestido con la debida decencia entro en las cortas antiguas de los antiguos hombres, donde, una vez recibido con amor por ellos, me alimento de ese majar que es sólo mío, para el que nací; donde no me avergüenzo de hablar con ellos y de preguntarles la razón de sus actuaciones; y, por su humildad, ellos me responden; y durante cuatro horas no siento ningún aburrimiento, olvido toda angustia, no temo a la pobreza, no me desconcierta la muerte, todo mi ser se transfunde en ellos.
Aquellos días de “embrutecimiento” diurno y de noches entre libros, darán a Maquiavelo la fuerza para escribir dos de sus obras más importantes El Príncipe y Discurso sobre la primera década de Tito Livio. Obras que harán que los ojos de personas influyentes en la política florentina vuelvan a posar en él sus ojos. Así, de mano de la misma familia que lo condenó llega un nuevo periodo de encargos y reconocimientos: el cardenal Giulio Medici le pide que escriba la Historia de Florencia y más tarde le nombra Canciller de los Procuradores de las Murallas de Florencia.
Cuando uno se adentra en la obra política y filosófica de Maquiavelo debe tener en cuenta que es lo que este florentino pone en juego. En primer lugar, en él se da un uso especialmente acertado de la sabiduría antigua recobrada; acertado, porque lejos de quedarse en un mero saber erudito de ésta, la obliga a responder al presente. Así, pondrá a trabajar a su favor a autores como Tucídides, Tito Livio, Plutarco o Tácito. Y es que para él de nada sirve volver a los antiguos si de ellos no sacamos lecciones que podamos aplicar al aquí y ahora. De este modo, en la suma entre lo que los grandes hombres de la Historia nos dicen y lo que nosotros podemos experimentar, observar, está la clave de su pensamiento. Un pensamiento que se define por la investigación política y que bien podemos definir como precursora de eso que se luego se ha llamado realismo político. De nada sirve una investigación que no dé respuestas a una pregunta determinada, y más si ésta es de naturaleza política, y, por otra parte, de nada sirven respuestas definitivas, ya que si algo nos ha enseñado la Historia es que la realidad política es múltiple y mutable.
Se ha hablado mucho de las diferencias que hay entre la propuesta que se puede encontrar en el Príncipe y la que hay en los Discursos, y muchos autores han generado auténticos engendros especulativos cuando la respuesta es relativamente sencilla, ya que tiene que ver con esas dos notas que hemos dicho que caracterizan a la realidad política: múltiple y mutable. Así, Maquiavelo interrumpe la redacción de sus Discursos, en los que defiende que la mejor forma de gobierno que ha dado la historia es la república civil, para redactar en muy poco tiempo su Príncipe, un ensayo en el que se postula la necesidad de un poder unipersonal que rija de forma ilimitada. El cambio de perspectiva, de apuesta política, se comprende desde su visión cíclica de la Historia, una circularidad cuyo motor es la pareja corrupción/regeneración. Así, cuando la vida política está marcada por la corrupción, como es el caso de la Florencia a la que dedica su Príncipe, postulará la necesidad de un líder cuyo poder sea ilimitado. Como ejemplo nos pone a César Borja, un hombre cuya acción está marcada por saber poner en relación la Fortuna y la virtú. La primera, tiene que ver con los acontecimientos históricos que se escapan a nuestro control, con aquello que ocurre de forma inesperada y para los que nunca podemos estar preparados. La segunda, la virtú, tiene que ver con una sabiduría práctica: dentro del acontecimiento que la Fortuna ha desencadenado operar de la mejor manera posible, que no es otra cosa que atajar los daños y dilatar los beneficios. Si en el Príncipe busca responder a cómo salir de un momento de corrupción –momento inevitable, necesario y que tarde o temprano volverá-, en su Discursos teje la propuesta política para un momento de regeneración. Una vez purgado el cuerpo social, es el momento de establecer una república civil, ya que ésta es para Maquiavelo la forma de gobierno más justa, es decir, la que mayores ventajas tiene y la que mejor las reparte.
Hemos dicho que la doble propuesta de Maquiavelo, la que encontramos en el Príncipe y la que encontramos en los Discursos, encuentran su explicación en la concepción que el pensador florentino tiene de la Historia, pero además nos dice más cosas, entre ellas que Maquiavelo, y de ahí la modernidad de su pensamiento, cree firmemente en la necesidad de hacer política adaptándose al acontecimiento, así se enfrenta al pensamiento utopista, aquel que cree en una forma de gobierno única, perfecta y prolongable hasta el infinito. Pero hay algo más, porque las matronas del pensamiento utopista se delatan y Maquiavelo sabe señalar: si creen en una forma de gobierno perfecta, única, eterna es porque en última instancia la anclan, la hacen depender, de una trascendencia que asegura el éxito. De este modo, bajo el “así en la tierra como en el cielo”, nada queda fuera y todo queda bien atado. Frente a esta postura, nuestro florentino cree en una política pegada a lo inmanente, a la Historia, y cuya mano ejecutora siempre es humana, con todo lo que esto implica, y será en este punto donde Maquiavelo sobrepase en mucho a sus contemporáneos, y lo que le valga el merecido título de ser uno de los pensadores que trajo una nueva forma de pensar y entender la política.
Como podemos ver, en nuestro florentino el mundo moderno que estaba naciendo encontró a un sabio observador. Demostrarlo, y con ello limpiar la mala reputación de Maquiavelo, es lo que busca Corrado Vivanti con este título. Y a nuestro modo de ver, lo consigue, tal vez sólo de forma introductoria ya que uno se queda con ganas de más, pero el buen camino, el del justo reconocimiento, queda despejado para quien lo quiera recorrer, y ese es un mérito que nadie le pude quitar.