Rodrigo Sorogoyen consiguió con el cortometraje Madre su trabajo más redondo en su todavía corta carrera como director de cine. Curiosamente lo hizo después de realizar largometrajes, como el poco memorable 8 citas, a medias con Peris Romano, y los interesantes e irregulares Stockholm y Que Dios nos perdone. Aquella pequeña pieza que le llevó a ser candidato al premio Óscar brillaba por utilizar de manera magistral dos elementos propios del lenguaje audiovisual: el fuera de campo y el plano secuencia.
El espectador presenciaba la angustia de una progenitora que recibía la llamada de su hijo de seis años que se encontraba en una playa francesa donde le había dejado su padre sin que las razones fueran muy claras. Sabiamente, Sorogoyen escatimaba las imágenes del pequeño y decidía mostrar las angustias de la protagonista femenina sin que el montaje interviniera en casi ningún momento. El resultado fue una pequeña joya que se encuentra entre los cortometrajes españoles más destacados de las últimas décadas.
Después de El reino, un más que notable thriller político, el cineasta madrileño retoma la historia de su pequeña película para enseñarnos qué ocurrió con la angustiada madre, aunque lo hace situándonos diez años después de ese suceso.
Incluye de nuevo la terrorífica llamada para posteriormente mostrarnos a esa mujer que sigue buscando a sus hijo desesperadamente a pesar del tiempo transcurrido. Su obsesión le ha llevado a vivir en la localidad donde desapareció. Allí dedica parte de sus libranzas a fijarse en adolescentes que podrían ser su vástago. Su atención se detendrá en uno de ellos, con el que mantendrá una singular relación.
El director plantea así una historia sobre las diferentes clases de amor. Mientras que el joven siente casi una pasión edípica por esa señora madura que parece interesarse por él, ella, a la que vuelve dar vida una espléndida Marta Nieto, se siente un tanto desconcertada respecto a su afecto por el menor. Hay de manera evidente un sentimiento maternal, pero también una atracción inexplicable.
La película parece verse afectada por la confusión en la que se ve sumida el personaje principal y navega un tanto sin rumbo hasta un desenlace desconcertante. El cineasta acierta al otorgar la atmósfera visual apropiada, a través de una fotografía de tonos apagados que refleja la profunda tristeza de la protagonista, pero el guion da vueltas sobre sí mismo sin demasiado rumbo.
Algunos aspectos, como la particular relación de la madre con ese novio adulto al que encarna Álex Brendemühl, no parecen bien desarrollados, y ahondan más si cabe en las flaquezas de una película más interesante por lo que propone que por aquello que finalmente ofrece.