¿Dónde acaba el artista y dónde empieza el empleado, el camarero, el autónomo, el cajero, el parado…? Donde el arte no acaba, allí donde la fuerza y la valentía de contar una historia va más allá de las clasificaciones de géneros y de roles, es donde inicia el espectáculo “La empleada”, escrito e interpretado por Ana Peregrina.
El último pase de esta segunda temporada tuvo lugar el pasado 27 de septiembre en Madrid, en el Teatro Nueve Norte (c/ del Norte 9). Entre posibles estanterías y cajas que diseñan el recorrido de un carro de la compra, la actriz representa a sus personajes con desbordante ironía, desempeñando papeles distintos pero que nos conducen al mismo destino: el cliente.
Ese individuo en el que nos convertimos a diario y detrás del cual escondemos nuestra rabia y nuestras necesidades, los descontentos de una jornada y los anhelos de unos meses. Ironía que compartimos con las memorias agridulces de nuestras propias experiencias. En particular los que trabajamos de cara al público y que tenemos que medir la amabilidad con los “tiempos técnicos”, la paciencia con “los objetivos de la empresa”, la sonrisa con el deseo de maldecir a todo el árbol genealógico de la persona que nos está enfrente. Rosa, Paquita, el Ricardito son todas caras de unos seres humanos que se miran sin escucharse, para que ese silencio de sus historias llegue al público de forma contundente. Porque los anuncios de la megafonía del hipermercado han rebotado tanto en sus cabezas que no han dejado espacio para una vida propia, fuera de ese micromundo que es el centro comercial.
La empleada habla con la voz de nuestra conciencia para decirnos que detrás del mostrador no solo hay un técnico especializado sino un mundo de sentimientos y miedos, de esperanzas y sueños. Una persona, vamos, aunque esté empaquetada en un uniforme. “Love mark” (ama la marca) dijo un jefe a sus empleados en un recién estrenado programa de televisión, en el que se hacía pasar por uno de ellos, salvo desvelar su identidad a posteriori. Puesto, diría yo, que el amor no se construye como una estantería del pasillo de productos para la limpieza del hogar, es cierto que involucrarse en lo que hacemos nos permite desempeñar nuestras funciones de forma más satisfactoria…nos pasa más rápido nuestro cometido laboral en nuestro horario de trabajo. Pero al mismo tiempo esa empatía puede asfixiarnos. Si la lista de sus ingredientes es tan larga como la de aquellos bollos baratos, que relucen en envoltorios de colores llamativos, y que acaban con grasas hidrogenadas y mil otras fórmulas químicas, que tardas más en leer que comerte de un bocado el dulce en cuestión.
“La empleada” es un poco como la manzana roja envenenada y Ana Peregrina es a la vez la bruja del hechizo y Blancanieves (además de una muñeca que habla, entre otras caracterizaciones). Ese fruto del pecado, que en la actualidad se llama hojas de reclamaciones, se lo comería con gusto algún que otro dependiente delante del último usuario de la tienda, llegado con su listado interminable de preguntas a tres minutos del cierre. Sin embargo tal como acaba la función así también se desalojan los comercios. El hecho de apagar las luces es una señal bastante explícita de ello (aunque no tan contundente para algunos). ¿El alma corporativa nos dejará vivir por nuestra cuenta, de forma autónoma, fuera de aquí? Ya lo comprobaremos en el próximo fichaje o cuando reaparezca el cartel de esta obra de teatro, con nuevas fechas y quizá en nuevas ciudades.