Los príncipes azules siempre tienen el tono de azul que no nos gusta. Soberanos de nuestro ayer, los príncipes tienen un aire lento, propio de polichinelas de nuestras ensoñaciones.
La ensoñación es característica principal de cualquier monarquía contemporánea. La nuestra, la española la tiene en el relato de la reina, y en menor medida, de las princesas, todavía sin explicitar.
Tenemos el amor sagrado que nos corresponde. Pues sagrado es el amor al príncipe azul. Lo sacro y lo profano bien imbricados, entremezclados, porque, ¡no!, ya no somos unos niños…
Si sacro es, ¿qué sacrificamos? La propia idolatría que sustenta al conjunto. Fagocitamos como el fuego a un ninot de las Fallas al emblema de nuestra nación íntima. Para reponerlo cual ave fénix una y otra vez en su sitial.
Es un ciclo que no es purificador porque al ser indeterminado no puede caracterizarse por evocar un fantasma cualesquiera, que aventar. Además la imbricación con lo profano aleja de la mente cualquier objetivo, tanto intrascendente como trascendente.
¿No está claro? El binomio sagrado-profano, como las dos ruedas sustentadoras del avance del carro del progreso de nuestro país, dicen sí y dicen no, indistintamente. Son el ying y el yang político.
El tono de azul que no nos gusta…El sentimiento no sabe de bienes ni, quizá tampoco, de dolores, pero sí tiene memoria de tonos. Una memoria particular, lúdica y circular o en espiral, que taladra como una broca los huesos craneales sin que brote la sangre azul.
La única sangre de nuestro amor es la de la coyunda que no se producirá entre las diversas clases de nuestra estratificada e íntima nación sentimental. Nuestro cerebro es una sucesión de estratos y de forma similar nuestra historia sentimental. La regulación general es un problema…
En mi memoria sentimental particular, el emblema del reinado de Juan Carlos fue un episodio, no sé si apócrifo de la vida de Luis XVI, ya destronado y encarcelado con su familia en La Conciergerie.
El rey sentado a la mesa con sus allegados, como un buen burgués, iba sirviendo la sopa uno a uno a los comensales. En un celebrado documental británico de principios de su reinado se ve a Juan Carlos ejecutando idéntico gesto.
El emblema correspondiente del rey Felipe es el episodio de los jardines de Marivent. Cuenta un cronista inglés que Luis XVI confinado en las Tullerías, paseaba por los jardines. En cuanto el rey, constitucional por aquel entonces, creo, los abandonaba, aún con la reina paseando en sus lindes, se abría la verja para que el pueblo soberano pudiera gozar del verde festín regio.
Ni quito ni pongo rey…