Quentin Tarantino es uno de los cineastas norteamericanos más influyentes de las últimas décadas. Película a película ha ido desarrollando un estilo muy particular donde destacan los diálogos brillantes, su talento para la puesta en escena, su excelente labor como director de actores y una especial habilidad para mostrar la violencia en pantalla.
Los odiosos ocho, su octava película como realizador, reúne todas las características que han convertido al estadounidense en un artista de referencia, aunque también dejen patente su tendencia al exceso. El filme, el segundo western que rueda después del exitoso Django desencadenado, se malogra en cierta manera por el abuso de la palabrería. Tarantino ofrece la que quizá sea su película con más diálogos de toda su carrera sin que el largometraje lo necesite verdaderamente.
Es cierto que la película está repleta de frases brillantes, pero también que la sobreabundancia de cháchara intrascendente resulta un tanto pesada. Tampoco acaba de convencer que el responsable de Kill Bill pretenda ofrecernos a través de su grupo de tipos despreciables casi un retrato de los Estados Unidos después de la Guerra de Secesión. A este respecto, el director no va más allá de lo obvio y nunca logra trascender.
No obstante, sería injusto no reconocer los indudables valores del largometraje. Como suele ocurrir en la mayor parte de su filmografía, el director saca el mayor partido de sus intérpretes, que enriquecen unos personajes inverosímiles que parecen salidos de una novela pulp. En esta ocasión, la palma se la llevan Jennifer Jason Leigh, divertidísima como asesina repulsiva; un socarrón Samuel L. Jackson, en el papel de astuto cazador de recompensas afroamericano, y un adecuadamente cínico Tim Roth, que da vida a un repulsivo individuo con marcado acento británico.
Por otra parte, es justo reconocer la fuerza que el filme alcanza en su segunda parte, cuando el director y guionista convierte su particular western de interiores en una versión sangrienta de las novelas de misterio de Agatha Christie. Es entonces cuando brilla la habilidad de Tarantino para sacar el mayor partido de los espacios cerrados y la violencia más desatada, dos elementos que estaban presentes en la excelente Reservoir Dogs. Es también en el desenlace cuando queda patente la capacidad del estadounidense para jugar con el tiempo a través de un muy acertado flashback que nos remite en cierta medida a Pulp Fiction. A todo ello hay que sumar la excelente labor del director de fotografía Robert Richardson y la espléndida banda sonora del italiano Ennio Morricone, que subraya más si cabe el tono de spaghetti western del conjunto.
En resumen, Los odiosos ocho es una obra muy desigual que pone de manifiesto el talento de su principal responsable, pero también los defectos de un realizador quizá demasiado consciente de su propia genialidad.