En la obra “Los nuestros” escrita y dirigida por Lucía Carballal: Dinorah murió ayer en Madrid. Una mujer que vivió en Tánger hasta que fueron expulsados, regresando a la España del franquismo, de donde en su día también se vieron obligados a salir. Su hija mayor, Reina ( Mona Martínez), ha convocado a la familia más cercana para cumplir con el Avelut: el duelo judío, que dicta que los familiares más próximos deben reunirse durante siete días sin lavarse ni arreglarse, recordando al ser querido fallecido y procesando juntos el duelo.
A la convocatoria acude su hermana Esther (Manuela Paso), acompañada de sus dos hijos pequeños, y de Mauro (Gon Ramos), su nueva pareja. Un estudioso de la cultura hebrea. También asiste Pablo (Miki Esparbé), el hijo de Reina, junto a su pareja Marina (Ana Polvorosa); ambos residen en Londres, donde él intenta abrirse paso como autor de teatro, aunque en realidad vive de su trabajo en la hostelería. La pareja atraviesa un momento crucial, ya que han decidido tener un hijo y mudarse a Bristol, atraídos por una casa con un árbol centenario que les inspira permanencia.
A la llamada también acude Tamar (Marina Fantini), una prima lejana cuya presencia desconcierta a todos, salvo a Reina. Tamar llega con cierto rencor, pues en su momento decidió volver a Israel para vivir según la tradición de sus mayores, lo que para Pablo representó un sinsentido, al asumir comportamientos que siempre había rechazado
Lucía Carballal, autora y directora de Los nuestros, indaga en la institución por excelencia: la familia. Para algunos, la familia es un punto de fuga del que se huye en dirección contraria; para otros, es una estructura de la que renegamos, pero cuyos patrones acabamos repitiendo. Y si alcanzamos una edad longeva, cuando la memoria se debilita, quizá no añoremos la vida que construimos, sino confundamos a nuestros nietos con nuestros hermanos y esperemos visitas de padres que ya no están.
A menudo se dice que la verdadera familia es la que elegimos, no la que nos impone la sangre. Sin embargo, esta postura no hace más que reafirmar la necesidad de pertenencia: si no nos gusta la familia que nos ha tocado, buscamos una alternativa, pero la institución persiste.
Lucía Carballal pone en escena una historia de nostalgias: nostalgia por un Tánger colorido y multicultural, y por un regreso forzado a una España gris y ajena bajo el franquismo, como le ocurrió a Dinorah, que murió añorando un Tánger que ya no existe, y ahora Reina se empeña en que esa nostalgia permanezca.
El zoco multicolor de la cultura del comercio está magistralmente representado en la obra mediante una torre de Babel construida con objetos cotidianos diversos de uso cotidiano, diseñada con acierto por Pablo Chaves Maza, y que funciona tanto como escenario como símbolo. La iluminación de Pilar Valdelvira, dura e inclemente, refuerza el carácter veraz del texto: esta reunión no está hecha para mentir.
Esther (Manuela Paso), hermana de Reina, siente Tánger como un recuerdo declinable en pasado perfecto. En medio de una separación, lleva a sus hijos a un colegio religioso, lo que escandaliza a Reina al enterarse de que participarán en un belén viviente como angelitos que anunciaran la buena nueva, proclamando a Jesús de Judea como el único Dios verdadero.
Mauro (Gon Ramos), desde una esquina del escenario, sentado en una silla alta adopta el rol de observador y analista, como un comentarista deportivo que aporta significado antropológico a lo que ocurre, y aclara el sentido de tradiciones y ritos hebreos. A la vez, intenta ser el compañero de Esther en su empeño por seguir adelante, aunque teme convertirse en el consuelo pasajero de una ruptura, un temor infundado.
El desencuentro entre Reina y Pablo se manifiesta en el plano emocional, producto de sus diferentes reflexiones. Pablo desea tener un hijo como una forma de perpetuarse, de oponer la continuidad de la vida a la disolución del yo que implica la muerte; una intención también reflejada en su vocación de escritor, con ese anhelo inconfesable de todo artista por ser querido y vencer la muerte a través de su obra.
Marina (Ana Polvorosa), pareja de Pablo, se siente en deuda con él porque, tras haberse marchado, él la recibió de nuevo con los brazos abiertos. Quizá, para Pablo, ella sea su anclaje, su apuesta por una estabilidad representada en la mudanza a Bristol y el símbolo de ese árbol centenario. Trabajar en la universidad le parece una oportunidad sin renuncia alguna, dado que la realidad es que trabajaba de camarero, aunque su sueño era ser escritor, y estrenar. Un hijo, en ese sentido, sería una presencia incontestable que lo anclaría aún más a la vida.
El afán de Reina por recuperar raíces y vida se traduce en su deseo de trasladarse a Tánger, convencida de que allí encontrará a su madre en una especie de diálogo eterno, otra forma de evadir la realidad. Sin embargo, su inteligencia le permite aceptar la vida como se acepta la vejez y la muerte. Mona Martínez, en el papel de Reina, ofrece una interpretación extraordinaria, transmitiendo con fuerza y duda el conflicto entre la nostalgia y la aceptación. Su empeño en que Pablo( Miki Esparbé) no renuncie a sus sueños es quizá un consuelo vicario: ver a su hijo lograr la capacidad de elección que ella deseó. Los encuentros entre madre (Mona Martínez) e hijo (Miki Esparbé) resultan especialmente potentes, subrayando, al final del rito de luto, que ambos han terminado repitiendo los mismos patrones.
Lucía Carballal nos presenta un trabajo sin artificios; serán los personajes, con su propia voz, quienes nos ayuden a reconstruir y comprender la historia. Sustentada en los instantes dispersos del recuerdo, que es caprichoso, dramatiza o frivoliza. La obra cuenta con un elenco que, tanto en lo coral como en lo más íntimo, realiza un trabajo extraordinario, porque logra transmitir vida.
En la primera Reina y Pablo, madre e hijo. En la segunda la madre y la pareja de Pablo, y en la tercera la prima que decidió volver a Israel y PabloEn la primera las hermanas con la foto de su madre, en la segunda Pablo y su pareja Marina y en la tercera una pareja encantador Mauro y Esther
Donde: Teatro Valle-Inclán | Sala Grande del CDN / Título Los nuestros Texto y dirección de Lucía Carabal En el escenario Miki Esparbé(Pablo),Marina Fantini(Tamar), Mona Martínez(Reina), Manuela Paso (Esther), Ana Polvorosa(Marina), Gon Ramos(Mauro), Alba Fernández Vargas / Vera Fernández Vargas (Niña) y Asier Heras Toledano / Sergio Marañón Raigal (Niño) Diseño de escenografía de Pablo Chaves Maza, y de iluminación de Pilar ValdelviraDiseño de vestuario Sandra Espinosa Composición musical y coach vocal Irene Novoa Diseño de sonido Benigno Moreno Coreografía y asesoría de movimiento Belén Martí Lluch Asesoría sefardí Eva Chocrón Ayudante de dirección Javier L. Patiño Ayudante de escenografía Amalia Elorza Izaguirre Ayudante de iluminación Marina Cabrero Ayudante de vestuario Igone Teso AAPEE Diseño cartel Emilio Lorente Tráiler y fotografía Bárbara Sánchez Palomero Realización de escenografía May Servicios, Ricardo Vergne, Scnik Movil y Fermisa
Producción: Centro Dramático Nacional y Teatre Nacional de Catalunya
Desde que me puse delante de una cámara por primera vez a los dieciséis años, he fechado los años por películas. Simultáneamente, empecé a escribir de Cine en una revista entrañable: Cine asesor. He visto kilómetros de celuloide en casi todos los idiomas y he sido muy afortunado porque he podido tratar, trabajar y entrevistar a muchos de los que me han emocionado antes como espectador. He trabajado de actor, he escrito novelas, guiones, retratado a toda cara interesante que se me ha puesto a tiro… Hay gente que nace sabiendo y yo prefiero morir aprendiendo.
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