En la imagen Isabel Moreno Garcíal autora de «Los días«
El diario de una trovadora:
cantar los quehaceres diarios para cautivar al lector
Por Julián Sauquillo
La autora de Los días viene enhebrando su obra sin apresuramiento y con firmeza. Pasos (2013), Ley matinal(2016) y, ahora, Los días suponen una mirada muy personal, con encanto, misterio y trasfondo filosófico especiales. Desde la primera página de Los días, la voz de Segismundo sirve a Isabel Moreno para postular con alegría la limpidez de obrar bien para encontrar amigos, ya sea por fortuna o por entrega. Como de la fortuna y de la entrega se trata, como del descanso y de lo onírico depende la fertilidad de cada día, esta obra ya se abre con un guiño clásico. Su apelación calderoniana a lo onírico, al reposo y al ensueño, advierte, desde su inicio, que la vida puede ser tan apasionante como fatigosa. No en vano el diario El oficio de vivir (1952) de Cesare Pavese es clave de bóveda de las tareas, los oficios y las zozobras de esta más moderna mujer de Los días. Una dama que sin ser “la mujer de la voz ronca”, tan letal para Pavese, pudiera haber enamorado igualmente al escritor italiano. Aunque, creo, que, esta vez, de forma más lúdica y sin conducirle al suicidio, por más que seamos autómatas de causalidades ya decididas, a pesar de que seamos un parlamento ya escrito y, a su vez, unos intérpretes de la acción.
Aunque las entretelas de esta novela con forma de diario sean el acaecer cotidiano de unos jóvenes de treinta años, el mecanismo de la novela recuerda el “theatrum mundi” barroco de todos. Conversan, bailan, beben, desayunan libremente y son atizados por un destino de ruptura, reencuentro y muerte. Nada valioso acaece si no es fruto del esfuerzo y de la suerte. El éxito de cada día depende de la apertura existencial del personaje central con su entorno social, doméstico y natural, parece expresarnos Los días, y todo se puede venir al traste en cualquier momento.
El mascarón de proa en la navegación de cada día es, para su autora, la amistad. Una fraternidad, expresada en Los días, que no deja de ser un tema clásico desde los griegos. Pero no se trata aquí de un riguroso memorial diario. Los materiales literarios de Isabel Moreno son tan ficticios como las cartas de un filósofo cordobés a Lucilius. Un relato que obra como apunte de lo mejor de cada día a trasmitir al lector amigo. Sin que resulte nunca un almacén de experiencias o un archivo. No se trata del minucioso Diario íntimo (1884) de Henri-Frédéric Amiel, de detallista sinceridad y efecto orientador, ni de los Diarios de la abnegada Sofía Behrs, ni de los poemas del Diario de un poeta recién casado (1917) de Juan Ramón Jiménez con los que Los días se confronta. Se trata del deambular liviano de unos “chicos” -su precariedad laboral, su comunidad de rutinas, su esperanza sajona de que el dominio del inglés sea auténtica “agua bendita”- que va del afecto generacional a la vivencia emocional de todos. El libro de Isabel Moreno no nos cuenta su vida actual. Menos rememora sus pasados treinta años. Aunque los recuerdos de infancia y juventud del personaje central tengan su sitio. Tampoco busca conectar con el desfallecimiento de alguna experiencia rota como es usual hoy. Nunca pretende una obra reivindicativa de alguna bandera que le granjee seguidores, aunque los protagonistas se posicionen a favor de Ucrania. Por ello, estas páginas son bastante insólitas en el panorama de nuestras letras. La novela será, escuetamente, el archivo incompleto de las nueve jornadas, el registro y la criba de los sucesos del día.
Los días se abre un domingo y se cierra un miércoles de la segunda semana. Durante nueve días ideados, su autora nos revela algo de su existencia y vela buena parte de sus días. Es un diario tan ficticio como el Diario de un hombre de cincuenta años (1880) de Henry James. Ambos exponen la peripecia diaria de un personaje y ocultan a su autor. Todos vivimos en semejante pudor. Se trata de los sortilegios del psicoanálisis con el preconsciente colectivo de decir y silenciar, de hablar para callar. Nunca salimos del misterio. La novela parece encerrar menos una reivindicación o una identificación grupal que alguna cura. Así es porque la creación literaria aparece en la novela como la reivindicación paterna, nada menos, del arte como una forma de reelaborar, aunque se provisoriamente, la oquedad de la vida y la pérdida. Sus páginas expresan tanto la angustia inerradicable como el intento de sanación simbólica.
Los días trasluce que el terreno de juego diario de todos no es espectacular, tampoco deslumbrante, ni siquiera emocionante. En las buenas novelas que no sean de aventuras, los días clarean inanes, inertes y su mejor ritmo depende de la voluntad de sus personajes. No pasa nada si no aprovechamos el viento a favor, incluso si se trata sólo del aliento de un suspiro. Cada día es un bastidor donde se apoya el lienzo. Los días se abrirán ciertos, hasta nuestra extinción, y serán blanquecinos e insípidos si no nos empeñamos en su coloración. A esta experiencia pujante parece responder Los días. Un pascaliano estar tendido en la habitación propia con el alma abierta al mejor bullicio.
El diario ficticio es un juego con el lector para que se inserte en una temporalidad muy íntima. Quien lea Los díasse introducirá tanto en una narración de acontecimientos como en una pequeña república literaria con sus personajes y, sobre todo, con una voz protagonista. Este juego le permite a su autora no sólo ordenar lo sucedido en esos nueve días sino también hacerle participe al lector de confesiones muy personales. Confesiones sobre el motor de la escritura y, en particular, de la hechura de un diario. Confesiones que conducen a la comunicación con seres queridos y admirados como motivo de anotaciones que toman forma de diario. “Contacto conmigo y quiero conectar con otros, ésa es mi única ambición”, señala la protagonista del diario.
Como los personajes aparecen en su plena efectividad, Isabel Moreno sortea los excesos de la experimentación narrativa integrándolos dentro de las interacciones de una voz principal que bascula entre el deseo de mayor aventura y la angustia de las decisiones permanentes. Para la protagonista, escribir un diario en el que inscribirse como personaje principal es un medio para sortear el miedo y demarcar el tiempo y el espacio inéditos de una nueva existencia sin las amarras seguras del amor.
Seguro conocen esa viñeta que dibujaba a un hombre delante de una librería. Pensaba para dentro, ante tanto libro editado, “hoy nadie lee, todo el mundo escribe”. Los días no es la creación de una lectora ocasional. Isabel Moreno está familiarizada con un caudal narrativo contemporáneo muy rico. Su escritura es fruto de una imparable curiosidad lectora, tan selectiva como infatigable. Isabel Moreno ha inscrito a sus personajes en un paciente “dramatis personae” cuyo trasfondo literario es muy rico. Libro de libros en vez de experimento agradable y cortés para un público militante. En sus páginas, bajo una aparente calma, se presiente un abismo que se abre. Si dos personajes atienden una exposición bien ordenada, se vislumbra una sacudida interior en sus visitantes. Hacia el martes, el diario desencadena toda su intensidad y se observa que la calma de sus personajes sólo ha sido una tregua a los miedos y las angustias.
“Hoy, como ayer, me gustaría que ya se aproximara el otoño con su luz más matizada. Me acuerdo de los cielos grises y la niebla, de las ráfagas de viento y agua, de la humedad de las calles y el vaho de los cristales, de los árboles y las casas cuyas siluetas se divisan con la tenue coloración que les imprime el barniz mate del aire. Imágenes que retrotraen a la ventura de las largas caminatas y fecundan todos los rituales del recogimiento. Sin embargo, hubo periodos en que no discernía mi preferencia por las estaciones menos calurosas y me sorprendía cuando alguien aludía a la lluvia con placer. Con el tiempo, se aprende a discriminar el deseo.” Un deseo tan bien expresado en esta novela corta, tan bien escrito, que debiera quedar como impulso para leer denodadamente estas páginas.
Los días, de Isabel Moreno Garcíal libro publicado por Trifaldi en 2024