Así, con una leve, susurrante, lejana influencia de Eliot, tan lejana que Eliot acaba despidiéndose y su mano parece una paloma desnucada, así, nace y desnace Los devoradores de caballos (Editorial Libros del aire) de Thomas Boberg. Un libro hipnótico que no puedes parar de leer pues fusiona casi todos los géneros literarios como el cuento, la novela y la poesía con un martillazo épico constante. Un libro inquietante, renovador no de un lenguaje, sino del poso en el fondo del vaso del lenguaje. Es un estado conceptual de la sociedad contemporánea, una crítica, mas que una crítica, la realidad que se antepone a una crítica (incluyendo la sociedad poética contemporánea). Con un ritmo frenético y escupido, en largos tropezones épicos de un vómito, es decir, lo que podríamos llamar: Un misticismo sucio.
Los comerciantes de caballos de clase media
están en la cárcel
por encubrimiento, contrabando, robo
y la rutina de rechazar trabajos
con arrogancia.
Sólo los nihilistas y los patriotas cristianos más ricos
y sus enemigos oficiales,
los cínicos
follahijas,
tienen oportunidades en esta época.
Trafican con parientes y rocines flacos
al otro lado de la frontera.
Organizan orgías secretas en el sótano
del edificio
donde vivo.
Mi vecino se disfraza de portavoz para
los nuevos,
que apuestan por un cambio de nombre e identidad,
pero en realidad miente.
Lleva mintiendo desde que llegó.
Sí, perdonen mi prosaísmo.
La poesía tiene condiciones estrechas.
La cavidad está ahí.
El monstruo se monda los dientes.
La prosa es una tienda en el aeropuerto.
Realmente, la vida se dice cuando se vive. Este libro sorprendente, que funciona como una élice onírica pero sin automatismo, este poema mantiene una tensión central, es como una sábana en la cual en cada extremo de ella tira una mano y crea así una tensión justo en el centro de la misma. Así podríamos decir que, Thomas Boberg con su observación de alta pedrería y su larga experiencia de viajes y telescopios atropellados, va creando manos que tiran de esta sábana, que es la sociedad para llegar a lo profundo, al epicentro de la misma con todas las consecuencias que ello conlleva. Sin quererlo (porque no se debe querer), Thomas Boberg ha mirado con la espalda de la conciencia, de su interior. Porque mirar de frente nos entorpece: los ojos nos hacen precavidos. La poesía debe arrojarse al vacío para golpearse con un suelo desconocido. Creo que Thomas Boberg, con este libro, arrojó su libro al vacío y ha caído en un suelo parecido a un tambor espacial.
Los devoradores de caballos es un libro que crece con las lecturas como un árbol se ramifica; pero lo mejor es que no son ramas, son raíces en el aire. Y recuerda lector: la gran consecuencia de leerlo es, que al pasar sus páginas, se te irán borrando tus huellas digitales.