Si existe un nombre conocido por la gran mayoría de españoles, tanto por aquellos aficionados al cine como por aquellos que no, ése nombre es sin duda el de Alejandro Amenábar. Hablamos de una de nuestras figuras más internacionales, así como uno de los cuatro directores españoles en cuyas vitrinas luce todo un deslumbrante Oscar de Hollywood. Sus cinco largometrajes (Tesis, Abre los Ojos, Los Otros, Mar adentro y Ágora) no necesitan presentación alguna. Los avalan sus numerosos premios y records en taquilla cosechados a lo largo de los años. Un director de cine en el que desde hace ya algunas décadas muchos jóvenes cortometrajistas quisimos alguna vez vernos reflejados. Sin embargo existe una etapa de su vida quizá algo más desconocida, un Amenábar anterior a Tesis, el largo que no sólo le diese siete premios Goya, sino que también le sirvió para catapultarse de un modo definitivo a la fama en todo el país. Sin duda un Amenábar igual de apasionante, un Amenábar con el mismo talento, pero bastante más desconocido. Hoy, más de dieciseis años después de aquel momento glorioso, vamos a rescatar a ese otro muchacho, aquel estudiante de imagen de la Universidad Complutense de Madrid que coqueteaba con una cámara de vídeo, quizá sin ser consciente de que estaba llamado a hacer historia. Hoy nos acercamos a ese Alejandro Amenábar alejado de focos y alfombras rojas, el Amenábar cortometrajista.
Año 1991. Un jovencísimo Alejandro Amenábar ingresaba en la facultad de Ciencias de la Información seguro como estaba de que lo que realmente le gustaba era portar una cámara en la mano. Entre las paredes de dicha facultad no tardaría en conocer a alguien que en un futuro se antojaría fundamental para toda su carrera: Mateo Gil, por aquel entonces un joven estudiante que parecía mostrar unas inquietudes muy similares a la suyas. Sería con él con el que, con tan sólo 19 años, se embarcaría en el primero de sus proyectos: La cabeza. Éste es sin duda el cortometraje más desconocido de toda la carrera de Amenábar. De 15 minutos de duración, son muy pocas las personas que pueden presumir haber visto este corto (el que escribe entre ellos). Y todo ello pese a ganar en su momento el Primer Premio de la Asociación Independiente de Cineastas Amateurs (AICA). El corto no fue difundido a los medios porque el propio Amenábar siempre consideró que se trataba de un trabajo mediocre. Tan sólo este premio y una vieja cinta VHS aún posible de localizar en la casa de sus padres dan fe de que este corto una vez existió.
La cabeza se inspiraba en una popular leyenda urbana, la historia de una mujer que regresaba a su casa tras un día de trabajo y encontraba en su interior una nota manuscrita por su marido en la que le comunicaba que llegaría tarde. La noche caía y ante su sorpresa descubría que su marido se hallaba dentro de la casa, un marido que no hablaba y mostraba en todo momento una actitud ciertamente extraña. No pasaba mucho tiempo hasta que el teléfono sonase para comunicar a la mujer que su marido había fallecido en un accidente de tráfico. Hasta aquí el corto se mostraba bastante fiel a la historia original, sin embargo si bien en la leyenda urbana éste era el momento en el que la figura del marido desaparecía, Amenábar y Mateo consideraron que la historia de por sí quedaba algo coja, motivo por el que ambos decidieron incluir un final algo más gore y sin duda surrealista. En esta nueva versión el rostro del marido terminaba descubriéndose mostrando las secuelas del accidente, visión ante la que la asustada mujer le golpeaba arrancándole la cabeza, la cual comenzaba a rebotar por el interior de la casa acompañado de un radical cambio de música. Y es que lo que en un principio eran notas inquietantes apropiadas a la historia se terminaban transformando en un homenaje a las películas de animación. En palabras de Amenábar «La cabeza era un corto espantoso, de suspense, y ante su ineficacia, Mateo Gil y yo optamos por hacer un final super gore, con la protagonista arrancándole la cabeza a otro personaje y la cabeza dando tumbos por toda la casa. La gente se meaba de risa y nos dieron un premio.» La cabeza fue rodada íntegramente en el piso de Amenábar, en la localidad de Paracuellos del Jarama.
El segundo de sus cortos, el que rodase en 1992, cosechó mucha más popularidad, tanta que posiblemente a él deba toda su posterior carrera. De nombre Himenóptero, la historia que se esconde tras él resulta del todo apasionante. Himenóptero nos presenta a un grupo de estudiantes dispuestos a grabar un terrorífico corto dentro de un instituto vacío. La joven que interpreta a la víctima en dicho cortometraje no parece rebosar talento, algo que le dificulta meterse en el papel para el que en su momento fue elegida. La directora del corto, desesperada ante esta situación, decide urdir un plan para asustarla de verdad, pues parece ésta la única manera de conseguir una interpretación creíble delante de la cámara y evitar así que se arruine el trabajo de todo el equipo. El talento que en Himenóptero derrocha Amenábar queda bien patente en cada uno de sus planos, algo que no pasó desapercibido para algunos de los nombres más grandes del cine español propios de aquel momento.
En los créditos de este segundo cortometraje (por su duración de más de media hora deberíamos hablar más bien de mediometraje), Alejandro Amenábar no sólo figura como director, guionista y músico (algo repetido en sus demás trabajos), sino que también se reserva el papel de Bosco, un extraño joven atraído por el sadismo y que tiende a observar el mundo a través del visor de una cámara de vídeo. Manteniendo incluso el mismo nombre, este personaje sirvió de inspiración para aquel que cuatro años después interpretase en Tesis Eduardo Noriega, un por aquel entonces desconocido actor, amigo de Alejandro Amenábar. Sin duda Himenóptero es ya considerada la madre de Tesis, tanto que incluso podríamos hablar de una precuela. Pero la importancia de este corto no queda limitada a ser fuente de inspiración del primero de sus largos. La razón por la que este corto pasó a convertirse en punto de inflexión en la vida de Amenábar llega cuando el mismo cae en manos de Jose Luis Cuerda. Con el fin de que el director de La lengua de las mariposas viese el trabajo de la actriz alguien le hacía llegar el corto, pero tras su visionado con quien realmente quedaría fascinado sería con el trabajo del director, un hecho que le haría querer conocerlo en persona. Himenóptero ganaba el Premio al mejor cortometraje en los festivales de Elche y Carabanchel, donde cosechaba excelentes elogios de profesionales del ramo, entre ellos el del mismísimo Bigas Luna.
Tras el éxito de Himenóptero Alejandro se ponía al frente del siguiente o de sus proyectos: el cortometraje Luna, corto que llegaría dos años después del éxito de Himenóptero y para el cual contaría con otro de esos nombres ligado por siempre al suyo: el ya mencionado Eduardo Noriega. Ambos jóvenes se conocían gracias a un amigo común que, también metido en tareas de realización, ponía un anuncio en busca de estudiantes de interpretación que quisiesen participar en uno de sus proyectos de forma altruista. Un anuncio al que respondería Eduardo Noriega. Difícilmente podría imaginar el joven actor que aquella respuesta que estaba dando a tan modesto anuncio ligaría por siempre su nombre a uno de los más grandes directores de cine que habría de dar nunca nuestra industria cinematográfica.
Para este tercer largometraje Amenábar volvería a contar con la actriz Nieves Herranz, que ya protagonizase Himenóptero y que había ayudado además en la escritura del propio guión. Gracias a este doble trabajo con Amenábar (en Himenóptero y Luna) Nieves Herranz fue elegida poco tiempo después para interpretar a la hermana de Ana Torrent en la ya definitiva Tesis. En Luna, Alejandro Amenábar volvía a ponerse delante de la cámara. En esta ocasión se reservaba el papel de camarero, así como también optaba por darle un pequeño cameo a su por entonces ya inseparable amigo Mateo Gil.
Luna, por su extensa duración, también podría ser considerado mediometraje. En él Eduardo Noriega es un joven que, en mitad de la noche, queda tirado en la carretera. Recogido por una chica tras hacer autostop, el joven no tardará en descubrir que aquella que altruistamente ha decidido ayudarle no resulta ser tan inocente como en un principio prometía, y que lo que podría haber quedado en una simple anécdota empieza a transformarse en algo más parecido a una pesadilla. Si en Himenóptero Amanábar conseguía dar una brillante lección de cómo transmitir tensión con unos escasísimos medios, en Luna ya nos mostraba toda su genialidad y talento. Sólo dos personajes y apenas una localización parecían suficientes para lograr de nuevo una tensión absolutamente inusual. En Luna, sus inquietantes diálogos vendrían también envueltos en una sugestionadora partitura compuesta,como ya vendría a ser costumbre, por el propio director.
Los logros de Luna también fueron destacados: Premio Luis García Berlanga al mejor guión y Premio de la Asociación Independiente de Cineastas Amateurs (AICA) a su banda sonora. Gracias al primero de los premios, Amenábar podía rodar de nuevo esta historia en 35 mm, un premio que le permitía embarcarse en su primer rodaje en cine. Por esta razón, apenas un año después de su primera versión, Alejandro Amenábar volvía a rodar Luna. Sus treinta minutos originales quedaban reducidos a doce; se mantuvieron los mismos actores en los mismos personajes, pero en esta ocasión el papel del camarero quedaba reservado para el actor Joserra Cariñanos.
Las semillas de Tesis ya estaban plantadas. Gracias a Himenóptero Jose Luis Cuerda había conocido a Amenábar, algo que le llevaría a producir el primero de sus largos; gracias a Luna no sólo había comenzado a rodar en cine, sino que además había entrado en su vida Eduardo Noriega. El gran salto ya estaba listo para ser dado…
Es posible que existiese un cuarto corto, una cuarta historia de nombre La extraña obsesión del doctor Morbius que podría haberse rodado en el año 1991, pero del que a día de hoy apenas se sabe nada. Otro misterioso capítulo en la apasionante historia del Amenábar cortometrajista que casi con total seguridad tampoco verá nunca la luz. El único capítulo que por siempre nos quedará pendiente a aquellos que un día tuvimos la suerte de ver La cabeza.