Lo que ocupan los muertos, Maeve Ratón (Ménades, 2020)

Lo que ocupan los muertos, Maeve Ratón (Ménades, 2020)

El libro del que hablamos aparece en el lugar oportuno en el momento oportuno. En el lugar oportuno porque Ménades ha sabido conformar, pese a lo relativamente joven del proyecto, un catálogo dedicado a “olvidadas”, “actuales” y “trincheras”, según rezan las tres líneas de la editorial. Algo de parapeto, de barricada, tiene, sin duda, el mantenimiento de una línea de poesía, si es la lírica, como creo, la zona más olvidada de la literatura.

Es el momento más indicado porque Lo que ocupan los muertos, de Maeve Ratón, presenta una paleta de relaciones con la muerte que, por desgracia, resuenan estos días en la sensibilidad de todos.

Dividido en “Proemio”; “Invocaciones”, “Diosa Madre” y “Epílogo”, es un libro denso, profundo, que no engaña al lector: busca abrir un espacio para los muertos. Integrarlos en la lectura quizá sea el modo de conjurarlos también para nosotros, o de reivindicar eso, un peso específico en nuestras vidas. Los muertos “ocupan” porque nos preocupan, nos anteceden en el recorrido total de la existencia, conocen más que nosotros, sienten más que nosotros.

Maeve Ratón establece una fenomenología de la muerte:

La esperanza convive con el miedo. Se funden, y son parte de un proceso denominado / muerte”. Los textos en prosa poética del volumen, largos versos libres que dan la sensación casi de mortajas limpias para el cadáver a punto de ser presentado, permiten, a nivel formal, establecer este recorte del objeto: “He venido a nombrar la que oscurece; a aquella que ennegrecida culmina / y salva a quien libera, y a la vez mata.

La muerte se dice, descubre el yo lírico, de muchas maneras. Se dice en tercera persona, como una presencia externa a los individuos y que los conforma como individuos. Se dice de nuevo en tercera persona, pero ya como algo propio, como una parte, algo que “anida en ti (…) apenas perceptible en nuestras manos”, y que sin embargo no es exclusivo nuestro. Lo que ocupan los muertos nos traslada con descripciones naturales, no exentas de dureza, casi expresionistas, de un cuerpo a otro, de un testimonio a otro, del yo al tú, del nosotros al ellos, del cuerpo del anciano al del niño, del “estómago de las bestias” al jardín. Juega con ese límite impreciso entre lo cercano y lo perturbador, lo tierno y lo escalofriante.

El gran mérito del poemario es acercarse a esa imagen de la muerte familiar: la muerte como un “tránsito seguro”, o como el lugar desde donde habla el muerto, o desde donde hablamos quienes hablamos con los muertos, quienes dejamos que nos hablen aún su “lenguaje de olvido”. La muerte familiar de los familiares, del hermano o hermana, de los padres, el sentimiento de vínculo con algo que es mayor que nosotros, o mucho más pequeño, algo que desaparece y nos deja solos, nos convierte en los siguientes en hacer ese tránsito.

Es esta una escritura que vence la resistencia a tratar con la tristeza de la ausencia, de la enfermedad, de la transformación contra natura (nada más natural, en realidad) de lo que es en lo que no es. El libro se inauguraba con un silencio que hacían suyo los muertos (“El silencio se inclina hacia nosotros y cae en pecho ajeno. / Y lo ocupan los muertos que nos faltan.”) pero, con el paso de las páginas, uno descubre que en realidad no es un pecho ajeno, ni el silencio, lo que van ocupando los muertos, sino que el verdadero lugar que “ocupan los muertos”, lo que ocupan los muertos, es nuestra vida, los objetos que nos rodean, nuestros gestos, nuestro lenguaje.

Maeve Ratón dibuja sobre el papel, desde un cuarto que puede ser un bosque o un mar, el terreno oscuro y resbaladizo de lo que nos será siempre desconocido. Siempre al acecho, la poesía es quizá el lugar más pertinente para que los muertos ocupen nuestro lugar, o nosotros el suyo, y expresen, expresemos, por una vez una experiencia conjunta: “Toda muerte se parece a la mía. / Se acostumbra la mía en otras muertes // (certeza de la individualidad / por ser aquello que no muere) y, apenas, me desplazo por tu misericordia / que proporciona conocerme en ruinas.”

Federico Ocaña

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Autor

He publicado Desprendimientos (Amargord, 2011). Mis poemas han aparecido en La sombra del membrillo, Cuadernos del matemático, Heterogénea, Sol negro, etc. y en Ochenta & 3 (antología en prensa, coord. Hipólito García “Bolo”). He ofrecido recitales en Expoesía de Soria, La Noche en Blanco, universidades, bibliotecas y centros culturales y colaborado como músico con Mª del Mar Ocaña en Almendra (Amargord, 2010), de Luis Luna y Lourdes de Abajo -ilustraciones de Juan Carlos Mestre y pórtico de Antonio Gamoneda, y como artista visual en “Equivocación” (2012) con Irene Tourné. Con Arantxa Romero, Pablo Álvarez e Irene Tourné he fundado el grupo Fractal. Soy Licenciado en Filosofía, Máster en Pensamiento español e iberoamericano (UCM) y ultimo el Grado de Lenguas modernas.

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