Lluvia sobre el río, de Jim Dodge

Lluvia sobre el río, de Jim Dodge

Por Rubén Romero Sánchez

Confieso que no había leído nada de Jim Dodge, pero el personaje siempre me ha resultado temerariamente atrayente. Confieso mis reservas ante lo beat, o lo que hemos dado en adscribir a ese movimiento contracultural, a saber qué: venero a Ginsberg, me aburre Kerouac, descubrí con mucho gusto a Ferlinghetti, poco más. Dodge es un tipo que ha tenido más trabajos que yo pero que, al contrario que yo, ha cazado su propia comida, lo cual siempre me retrotrae a ancestrales tiempos de masculinidad a flor de piel que emparento, literariamente, con Hemingway, con quien, además, nuestro Dodge comparte gusto por escribir relatos sobre pescar peces enormes que, como ocurre desde Jonás y perfeccionó Melville, pasando por Carver, otro cuya poesía me abruma pero cuya prosa me deja que ni frío ni caliente, siempre cuentan algo más y revelan parte de nuestra humanidad oculta.

Salto de Página nos trae a los lectores hispanohablantes su colección de poesía y prosas breves Lluvia sobre el río, que reúne textos escritos durante unas tres décadas, y que mantiene un nivel altísimo a lo largo de todas sus páginas. En su escritura escuchamos ecos de Whitman o Thoreau, pero también recorre sus versos un espíritu oriental que dota al conjunto de una suerte  de belleza minimalista que contrasta felizmente con los poemas más irónicos o mordaces: «Abajo en el jardín / el tallo de un girasol se estremece, / inclina su cabeza de semillas / lista para esparcirse«.

El libro está surcado de una alegre melancolía con la que el autor tiñe su vida campestre con su mujer y su hijo y esos momentos que, en realidad, son lo único que importa (en este sentido, el primer poema es demodelor en su sutil descripción de la pérdida de la inocencia o, peor aún, del simple hecho de crecer: «Hasta nunca, caztor y aldilla. / Tanta belleza perdida para el entendimiento«), también sus recuerdos juveniles y de su familia (el relato del baño al perro de su hermano, que me recordó al desesperanzador «Encarnaciones de niños quemados», de Foster Wallace, es una muestra soberbia de la capacidad de Dodge para la sugerencia, para dotar a sus textos del misterio de lo no dicho, para invocar más allá de la palabra), la vida sencilla en las montañas, los amigos que se disparan en el pie para evitar la guerra, o la desoladora belleza de la pérdida: «Así que, chicos, podéis tomar nota como si lo dijeran las sagradas escrituras cuando os digo / que el trabajo más duro que hallaréis en este mundo / es cavar la tumba de alguien amado«.

Portada del libro

Cuánta sabiduría en estos poemas, cuánta serenidad en aquellos en que el autor se limita a reflexionar sobre la vida, aquellos carentes o escasos de anécdota: «No hay belleza sin desaparición. / No hay amor sin ese primer desolado momento de desgarro / cuando comprendes que algo va mal, / pero no sabes qué es / ni cómo detenerlo«, cuánto puede uno aprender de la naturaleza humana en poemas como este:

«Me asombra y me deleita / en un planeta con una circunferencia de 24.000 millas / y un área de superficie de 96.000.000 millas cuadradas / estar aquí / a 2.000 pies de altura en las Montañas Klamath / sobre la larga cordillera que separa / las bifurcaciones media y sur del río Smith / en una cabaña estrecha, seca, / durante una noche de noviembre helada y sin luna / acurrucado en el sofá / junto a la estufa de leña / con mi amor / y nuestro hijo«.

Porque hay que ser muy bueno para sonar único. Es muy difícil escribir de forma aparentemente sencilla. Bukowski y Pizarnik tienen muchos imitadores que, probablemente, se presuman influenciados por su estilo, pero no les crean, el estilo no se puede heredar, el talento mucho menos. No hay más verdad que ser uno mismo, y este caballero, queridos lectores, es único: «todos juntos de pie, / arrugados, torcidos, rotos, contraídos, / decrépitos y enclenques y de algún modo aún indómitos, / luchando por lo que amamos y lo que queda todavía: / familia, amigos, libertad, justicia y bosques ancestrales«. Que el dios en el que no creo baje y me diga si estoy equivocado, si este señor no ha vislumbrado una porción de Verdad: «La sangre y las raíces / que nos atan a un lugar / son un simple romance, / una formidable abstracción«, si este señor no conoce el destino último de todos nosotros y, con generosidad, como todos los sabios, nos lo entrega puro para que volvamos a creer en la belleza, a pesar de todo: «Ojalá sean precisos milenios de lluvia para desgastar nuestros huesos, / siglos de lenta y voluptuosa despedida«.

No lo duden. Un libraco.

 

Lluvia sobre el río, de Jim Dodge. Traducido por Antonio Rómar y Pablo Mazo Agüero. Editorial Salto de Página, 2017, 152 páginas.

 

Autor

Rubén Romero Sánchez (Madrid, 1978) es licenciado en Humanidades (2000) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (2002), y ha realizado cursos de Doctorado en Literatura Española. Ha publicado los poemarios La Luna lleva tu nombre tatuado (2001), Lo que importa (plaquette, 2002), El mal hombre (2012), Cuando los dioses no existían (plaquette, 2013) e Historia de la locura (2017), además de las novelas La tristeza (2014) y Ayer no fue la vida (2018), y ha sido recogido en diversas antologías de poesía y narrativa, como Vigilia Poética, del Centro de Poesía José Hierro (2003), Breviario de Relatos (2006), Antología del beso (2009), Ida y vuelta (2011) Voces del Extremo (2013) o Antología de poesía Netwriters (2014). Ha participado asimismo en el libro colectivo Vivir el cine: 120 películas que no podrás olvidar (2013), ha dirigido la sección de cine de la web cultural Culturamas, y ha sido presentador de las tertulias de cine de Periodista Digital TV. Escribe, además, en diversos periódicos y revistas sobre literatura, cine y ópera. Ha presentado numerosos actos culturales e impartido conferencias en la Academia de Cine, el Ateneo de Madrid, la Asociación de Escritores Españoles y diversas universidades. Ha sido editor en Ártese quien pueda Ediciones. Su obra ha sido traducida al árabe, ruso y portugués.

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