La libertad democrática es una relación entre iguales que se reconocen el derecho de atacarse, sin sobrepasar el límite de la destrucción de su mutua igualdad. El límite de la libertad es la pesadilla de la libertad. Esto es, cuando la libertad de alguno o algunos se sobrepone a la de todos los demás.
Libres son, pero no lo parecen: ese es el estado contemporáneo de la libertad en el mundo. Además recuerdan su estado previo a la libertad y se lo reprochan acerbamente unos a otros.
La forma de atravesar el escudo de la imbatibilidad en la lucha es hendir con la espada en la herida de la libertad. Que no es otra sino el descreimiento en nuestras propias posibilidades.
Llorar sobre el impulso de la libertad -pues la libertad se construye a cada instante, es un mundo constantemente en estado de creación- no lleva sino a compungir el ansia de los iguales.
En la libertad no se puede creer, sólo se descree de ella, pues detraemos en cada momento una porción de ella para nuestro consumo de boca, que se digiere en un instante.
Amar la libertad es egotismo. El amor sólo se le puede tener al diferente, al desigual, y por definición, entre libres somos iguales.
Los libres luchan, como hemos visto, pero no conciertan treguas, se extenúan y caen rendidos pero al poco se levantan y retoman la lucha.
El estado de lucha de todos contra todos es el genérico de la libertad democrática. El Estado es histórico, y sólo él puede garantizar las condiciones de la guerra perpetua de la libertad.
Vemos pues que la libertad democrática vive fuera del tiempo, en un nirvana propio de algún Walhalla bien próximo a nosotros.
La sociedad de los libres es dura y desgastante pero es la única que garantiza la paz de cada individuo consigo mismo. Quiero decir que permite a cada individuo vivir autónomamente, dentro de su sociedad humana.
La paz de cada uno, derecho adquirido individual, no tiene pues componentes psicológicos sino formales, los propios del estado de libertad.
Eso nos hace miembros de una sociedad-colmena de insectos sociales para los que cuenta poco, y cada vez menos, la conciencia individual soberana.
¿La libertad nos hará libres? La libertad democrática se caracteriza por su formalismo que introduce en cada uno de los seres humanos, componentes individuales de la libertad. Somos pues perfectos, en la medida en que funcione bien el estado de libertad. Pero no lo parece.