Lectura comprensiva sobre el punk y los Sex Pistols

Lectura comprensiva sobre el punk y los Sex Pistols

El otro día encontré en una librería de saldo un buen puñado de libros de la editorial T&B a buen precio, entre ellos la historia del punk que publicó el periodista musical Mariano Muniesa aprovechando el trigésimo aniversario de la explosión del 77 («Punk Rock. Historia de 30 años de subversión»). En conjunto se trata de un buen libro, bien documentado y con un relato atractivo de los hechos, a pesar de ciertos aspectos poco admisibles como algunas erratas, numerosos descuidos en la redacción, una deficiente estructuración de muchas frases (en las que la acumulación de periodos oracionales y la digresión hacen a menudo perder el hilo de la sintaxis y por tanto del discurso) y los errores de bulto en la transcripción de citas y títulos de discos, que hacen que se llegue a desconfiar de manera generalizada de los datos proporcionados (por ejemplo, se cita mal en la página 39 el primer verso de la versión de «Gloria» que hizo Patti Smith en su álbum de debut, y en la 142 se convierte el «Against the grain» de Bad Religion en «Against the grind», un disco no se sabe muy bien si contra el machacado del grano o contra el grindcore, estilo musical que quizá asustaba a Graffin, Gurewitz y compañía y por eso se oponían a él).

Aunque el texto presta una atención especial a la trayectoria y vicisitudes de los Sex Pistols, al fin y al cabo los que se inventaron esto del punk con su manager, Malcolm McLaren, cubre bastante bien la etapa proto-punk describiendo las escenas de Detroit y Nueva York, y realiza una síntesis acertada y concisa de lo que vino después del punk, suficiente como introducción a un mundo demasiado vasto y ramificado como para profundizar en él en unas pocas páginas. No descuida tampoco el autor toda la esencia filosófica y política del punk ni la descripción de la realidad social en la que eclosionó, aspectos tan importantes para este movimiento como los específicamente musicales. Incluso se permite denunciar algunas aberraciones surgidas en los oscuros (para la libertad) años ochenta con el fin de tergiversar el espíritu del punk en apoyo de perversiones ideológicas. Cuando Muniesa habla de los Sex Pistols, no separa sus hitos musicales del escándalo que generaron, algo lógico a la hora de analizar un género como el punk, y ese vínculo entre lo musical y lo extramusical me ha hecho reflexionar mientras leía el libro sobre las contradicciones del devenir y del discurso de los Sex Pistols y del punk, su fuerza y sus vulnerabilidades (de hecho, McLaren les podría haber aplicado a los Pistols antes de lanzarlos al estrellato una matriz DAFO, ese jueguecito del marketing que tanto éxito ha tenido y que refleja en un cuadro las fortalezas, debilidades, amenazas y oportunidades de un producto, que es lo que fueron los chicos de Malcolm). El punk da para mucha disquisición intelectual, se puede hacer mucha sociología cualitativa con sus vástagos; pero no conviene olvidar que los punks se expresaron sobre todo a través de la música y que esta también habrá de analizarse. Empecemos por ahí.

Ya estaba todo inventado

Cuenta Mariano Muniesa que el caldo de cultivo del punk se cocinó más o menos hacia el verano del amor, dentro del movimiento hippie. Allí se vio que las comunas no lograron el ideal del comunismo, la abolición de las clases sociales. Mientras duró el asunto, fue bonito, pero a la hora de salir de la confraternización y del colocón de LSD, los hippies lumpen y sin recursos, los que vivían en las casas baratas de los barrios depauperados de las grandes ciudades, observaron cómo los burgueses que se habían disfrazado durante apenas un rato con vaqueros acampanados y camisolas floreadas volvían a sus cálidos hogares y a sus caras aulas de Berkeley o la UCLA mientras ellos se quedaban en la miseria. La unión por el pacifismo derivó en hostilidad hacia esos jóvenes que podían salir fácilmente del hoyo y hacia la sociedad que los protegía mientras marginaba a los pobres. Como se vería diez años después, el 67 no cambió nada (tampoco el 77 cambiaría gran cosa). Eso en Estados Unidos, pero en Reino Unido la realidad no distaba mucho de la de su antigua colonia. Allí el paro y un Estado del bienestar fallido hacía estragos entre la juventud de algunos barrios, precisamente aquellos en los que crecieron los futuros antihéroes punk. El rechazo violento a un sistema que los dejaba fuera se extendió también hacia esos músicos que un día representaron una cierta idea de rebeldía, pero que a base de royalties e ingresos por macroconciertos la habían olvidado, aislados en sus burbujas de hoteles caros, casas enormes y lujosas fiestas. Muchos punks se cagaban en los que podían haber sido sus mitos musicales (los Beatles, los Stones, Led Zeppelin, David Bowie) y pretendieron hacer una música que los negase por medio de brochazos de rabia instrumental y escupitajos verbales. Los Sex Pistols quizá fueron los que más se significaron en su rechazo del rock «mainstream»; ahí quedan las declaraciones de Johnny Rotten. Pero su propia carrera contradijo este supuesto rechazo. Quizá no se gastaron los suculentos anticipos que algunas «majors» les dieron al firmar contratos con ellas en limusinas y suntuosidad, quizá los dilapidaron en heroína y alcohol, pero acabaron funcionando como un grupo convencional metido hasta el cuello en la mierda del negocio. Puede que los Stones fueran un repugnante modelo a evitar, pero tampoco hay tanta diferencia entre lo que hicieron Mick Jagger y Keith Richards con Brian Jones y lo que le hicieron Malcolm McLaren y Johnny Rotten a Glen Matlock, el bajista y fundador de la banda al que expulsaron sin ningún tipo de remordimiento y al que sustituyeron por un tipo mucho más punk en cuanto a estética y actitud, pero peor músico: Sid Vicious. Y no era la primera expulsión en la banda, pues antes de que llegara Johnny Rotten, McLaren consiguió que Matlock, Steve Jones y Paul Cook echaran a su amigo Wally Nightingale, pues resultaba demasiado burgués para las intenciones del sibilino manager. En lo musical la ruptura tampoco fue tan radical como pretendieron. Los Pistols echaban pestes de David Bowie, pero sin Bowie, y el glam, el punk no habría sido lo que fue. Las canciones de los Pistols suenan a los New York Dolls, de los que McLaren fue road manager, pero también a los discos de Lou Reed e Iggy Pop que Bowie produjo («Transformer» y «Raw Power», respectivamente). Nada nuevo bajo el sol, por tanto, pese a la política de tierra quemada que McLaren y Rotten creyeron imponer. Una actitud muy distinta tendrían en cambio Joe Strummer y los suyos. La discografía de The Clash está llena de versiones y referencias a la historia del rock, que demuestran una amplia y bien digerida cultura musical, nada destructiva.

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Anarcobohemia

Existe una magnífica tira perteneciente a la serie que Carlos Giménez publicó en El Papus durante la Transición, recopilada hace poco bajo el título «España. Una, grande y libre» (DeBolsillo, 2013), que define a mi juicio muy bien la tergiversación que se hizo tras mayo del 68 de algunos postulados del anarquismo, tergiversación que caló profundamente en algunos punks. En esa tira mencionada, tan brillante y cruda como el resto de las que dibujó Carlos Giménez en aquellos años (época que refleja con tan descarnado realismo que a veces resulta insoportable reconocerse heredero de aquel pasado negrísimo), se ve a un punk pintando en una pared ridículas soflamas con el único ánimo de provocar, eslóganes del tipo «Procura vivir de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos» o «Viva la mierda» salpicados con la A rodeada por un óvalo. De cerca, oculto por el muro, le observa un hombre vestido de manera anacrónica, parece salido de los años treinta. En la segunda viñeta vemos cómo el hombre del pasado se ha acercado al punk y le está propinando una buena patada en el culo. En la siguiente página descubrimos que, efectivamente, el hombre viene de los años treinta. Se trata de Buenaventura Durruti, la gran figura del anarquismo español, que revolviéndose en su tumba por la manipulación que se está haciendo de las ideas que él defendió incluso con su vida ha decidido salir y realizar un acto de justicia poética. Algo de ese punk descerebrado veo en los Sex Pistols. Esa mezcolanza de nihilismo, ideas situacionistas y rabia contra el sistema que adoptaron como leit motiv de su actitud y de sus letras, en muchos casos de manera frívola, no casa bien con los ideales del anarquismo clásico. Honestamente, creo que a Malcolm McLaren y su producto conceptos como el de apoyo mutuo les entraron por un oído y salieron rápidamente por el otro sin calar. De la Internacional Situacionista y de mayo del 68 se quedaron con lo superficial, con las pintadas ingeniosas y la violencia lúdica; en cuanto al discurso anarquista, apenas metieron el dedo gordo del pie, que se mojó con un poco de individualismo y una mala interpretación de lo que debía suponer la destrucción del Estado. De nuevo resulta inevitable la comparación con otros protagonistas del punk. Es mucho más humana y solidaria la postura política de los Clash o de los hijos californianos del punk, y mucho más combativa y expuesta la actitud de Jello Biafra en los Dead Kennedys, por ejemplo, que la de Rotten y compañía. No puedo evitar tener la sensación de que en los Sex Pistols el anarquismo es una pose, parte del disfraz, como los pantalones de cuero y las mangas sujetas con imperdibles.

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Dinero

Ya lo apuntábamos antes, el negocio fue lo prioritario en la mente de Malcolm McLaren y sus chicos. Para McLaren el punk era una estética, no una ética, ni una música. De su viaje a Nueva York se trajo la idea de formar una banda con la actitud de Johnny Thunders y la ropa de Richard Hell; la música parecía lo de menos. Pero tampoco podíamos esperar otra cosa del propietario de una tienda de ropa alternativa no demasiado interesado por el rock. Sin embargo, sus capacidades (o intuiciones) mercadotécnicas resultaron brillantes. Toda la carrera de los Pistols fue una continua estrategia comercial para que se hablase de ellos, aunque fuera mal, y se vendieran discos, con hitos como la aparición en el programa de televisión de Bill Grundy, la actuación en un barco sobre el Támesis durante el jubileo de la reina o los accidentados contratos con A&M y EMI, que en cualquier caso les reportaron un buen dinero en concepto de indemnización cuando las discográficas los rompieron. McLaren consiguió así publicidad gratuita en todos los periódicos ingleses, pero a costa de crear un producto, no un grupo. Desde que Malcolm McLaren entró en la vida de Glen Matlock, Steve Jones, Paul Cook y Wally Nightingale, se acabó su amistad. McLaren los hizo triunfar pero nunca logró que estuviesen unidos. Y cuando empezaron a entrar elementos extraños en lo que podría haber sido un cuerpo orgánico, el grupo se degradó más aún. Johnny Rotten no congenió con sus colegas ni en el primer ensayo. Hizo que echaran a Matlock y metió a su amigo Sid Vicious y aun así terminó enemistado con este (curiosamente Vicious y el hombre al que sustituyó, Matlock, terminaron siendo buenos amigos). Y sin embargo, no carguemos todas las tintas en el manager. Los Pistols fueron buenos alumnos, y cuando se separaron ya habían asimilado la codicia de su maestro, con el que se enzarzaron en disputas judiciales. No otra cosa sino la codicia puede explicar las sucesivas reuniones y giras emprendidas a partir de los años noventa por parte de unas personas que se odiaban mutuamente. El grupo que vomitó sobre la industria del rock acabó cayendo en su propia venalidad.

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Tentación

No fue la codicia su único pecado capital. La soberbia supuraba en el discurso de desprecio hacia la música anterior y posterior a ellos. Johnny Rotten echó por ejemplo pestes de la new wave (esa aproximación del punk al pop cuando pulió sus aristas), lo cual, no nos engañemos, no hizo por integridad sino por interés partidista, pues tenía que promocionar su nuevo proyecto, Public Image Ltd. Pero esta soberbia tiene su base. No se puede negar que el punk, aunque musicalmente no inventase nada nuevo, sí supuso una ruptura y que su propuesta enérgica puede llevar a caer en la tentación de renegar de todo lo que no sea punk, pues pocas cosas provocan la liberación de tanta adrenalina. El punk por un lado es físico y por otro es como el cuadro blanco de Malevich o la línea dibujada en la arena de la playa que unas horas después borrará la marea: se tiene la impresión de que después ya no habrá nada que hacer. Sin embargo, una cultura amplia y una apertura de miras (o de oídos) contrarrestará esta sensación. Se puede seguir escuchando a Dylan y a los Beatles. Al fin y al cabo en la música no solo pesa el impacto, la fuerza bruta; también la técnica, incluso el virtuosismo, y el mensaje o la forma de las canciones son importantes.

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Escándalo

El punk se enfrenta además a un problema importante. Su capacidad de provocación ha sido neutralizada por el tiempo. Es comprensible que en 1976 y 1977 «Anarchy in the UK» o «God save the Queen» provocasen un escándalo, pero hoy habrían pasado desapercibidas. Paradójicamente la juventud se ha conservadurizado (difícilmente soportarían como espectadores una lluvia de escupitajos o una batalla campal en la sala), pero el grado de tolerancia ante la provocación y la ofensa es demasiado elevado. Ahora, acusar a alguien de ultrajes a la corona provoca el rechazo del grueso de la sociedad y las propias monarquías se cuidan mucho de denunciarlo, pues afectaría a su imagen de manera irreversible, como hemos visto en España con algunas viñetas de El Jueves. Así que, con su capacidad de provocación mermada, con los anarquistas más interesados en el soul y el ska old school o el electroswing y su estética asimilada por el capitalismo en forma de diseños de moda e ilustraciones publicitarias, solo queda la música insertada en la historia del rock. Y, en mi opinión, la música es precisamente lo menos criticable de los Sex Pistols. Poco original, mal tocada (aunque bien producida en «Never Mind the Bollocks»), proferida más que cantada, sigue conservando su encanto. Aun así, es difícil preferirla a la música de The Clash, The Damned, los Ramones, Television, Patti Smith; de sus precedentes, los New York Dolls, los Stooges, los grupos garajeros de los sesenta, el glam, el rock and roll (Link Wray, Gene Vincent); de sus hijos y nietos, el punk rock melódico californiano, la new wave, el after punk y todo el rollo dark, el noise y el hardcore. Si se valora la obra de Sex Pistols en sí, en términos estrictamente musicales, parece que cualquiera lo hace mejor que ellos. Pero las cosas nunca son unívocas ni unidimensionales y es imposible aislar la música de su contexto social y cultural. Por eso los Sex Pistols se han ganado un lugar crucial en la historia de la música popular y su influencia es descomunal. Mariano Muniesa ha sabido reflejarlo en su historia del punk y por eso los defectos del libro quedan relativizados por las virtudes y merece la pena leerlo antes de que desaparezca definitivamente de las librerías, pues es una buena introducción al punk antes de abordar libros más completos y relevantes sobre el tema como «English Dreaming», de Jon Savage, o «Por favor, mátame», de Legs McNeil y Gillian McCain, ambos traducidos al castellano y disponibles, si no me equivoco, sin saldar.

PunksNotDead

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