Laurencia, aquel personaje que levantó a un pueblo entero tras ser deshonrada, no pensó nunca en esconderse en un convento ni en resignarse a la vergüenza familiar. Se rebeló contra su propio padre —a quien negó como tal por no haberla defendido, pues era su deber hasta entregarla a su esposo— y, con una valentía insólita, convocó a las mujeres de Fuenteovejuna para despertar la conciencia colectiva frente a los abusos del Comendador.
Alberto Conejero retoma a Laurencia ya anciana, cuando sabe que la muerte se acerca, y desde esa vejez reconstruye una vida marcada por la desdicha. Hija de una madre tachada de maldita —a la que castigaron con parir solo una hembra—, Laurencia trató de compensar su condición cuidando las ovejas, cortándose el pelo y adoptando los gestos de los hombres. Hasta que un hilo de sangre, ávido de anunciar que era mujer, corrió por sus muslos y despertó el celo de los varones. La prematura muerte de su madre selló su destino: un matrimonio sin deseo ni amor, el suicidio de Frondoso, la soledad de los días en el campo con el ganado o en el río, y el presentimiento de no reposar nunca en tierra sagrada, o deseo por lo que escribe en sus últimas voluntades parece pedir a gritos que la entierren extramuros como hicieron con Frondoso por suicida.
La obra es inédita porque Conejero no reescribe Fuenteovejuna, sino que expande su sombra. Allí donde Lope se detuvo —en el instante en que Laurencia incendia a su pueblo contra el Comendador—, el dramaturgo contemporáneo abre un surco narrativo: inventa su infancia, su matrimonio, su vejez, y la convierte en depositaria de todas las desdichas. Podría haberla casado con un rico mercader en Venecia y colmarla de hijos; en cambio, elige hacer de ella símbolo de una genealogía femenina rota. ¿Qué nos quiere decir Conejero con ello? Que la historia de las mujeres, tantas veces silenciada, no siempre tiene redención ni final feliz, y que a veces la memoria más fiel es la que se escribe desde la herida.
Conejero maneja lo lírico con un lenguaje rico y oportuno, capaz de poetizar la desazón sin suavizarla. La palabra fluye como testamento amargo, sin complacencia, con una cadencia que convierte la desdicha en materia teatral.
Ana Wagner ofrece una interpretación de una hondura extraordinaria. Tiene esa rara cualidad de que podría interpretar hasta la guía de teléfonos y volverla teatro. Aquí su voz contenida, su gesto cansado y su temple sobrio transmiten que en la vida de Laurencia no hay nada fertil que recordar. Con precisión y sin exceso, Wagner sostiene el peso de una sucesión de infortunios que, gracias a ella, nunca se vuelven tedio, sino verdad viva.
Alicia Galán dispone el escenario en dos espacios: a un lado, la guitarrista flamenca Antonia Jiménez—excelente en su interpretación—; al otro, una mesa con una calavera y un vestido blanco de novia, claro símbolo de la muerte y de un desposorio sin amor, consentido y yermo. Conejero, con su lírica descriptiva, señala que en la cama Frondoso empujaba para meterle al niño. La primorosa descripción me recuerda a la de Santa Teresa cuando dice que “los hombres socavan la muerte de sus mujeres”: sin duda se refiere al empuje constante por meter hijos hasta que llegara el momento de la infertilidad.
Al fondo, la videoproyección despliega imágenes hermosas de pinturas y frases clave. Sin embargo, los tres focos de atención —pantalla, guitarrista (toque o no toque) y objetos simbólicos—, aunque de calidad, actúan como puntos de fuga de la mirada y restan singularidad y protagonismo a la Laurencia cansada que encarna Wagner. Situada delante de la pantalla y entre los dos espacios de atención iluminados, la actriz no dispone del todo el marco escénico que requiere su palabra.
Laurencia es un poema dramático que Alberto Conejero ha levantado sobre los silencios de Lope de Vega. Ana Wagner lo encarna con una hondura extraordinaria, sosteniendo la memoria de una mujer marcada por la desdicha y la falta de elección. La escena incorpora elementos de calidad —el virtuosismo sonoro de la guitarra de Antonia Jiménez, las proyecciones hermosas, los símbolos de muerte y boda frustrada—, pero su belleza no alcanza a subrayar el panorama desolador que Laurencia describe. El verdadero núcleo del espectáculo no está ahí, sino en la voz de Laurencia, sostenida en la palabra escrita por Conejero y en el cuerpo de Wagner, haciendo de su vida un testamento amargo. Allí, en ese cruce de texto e interpretación, se fragua el verdadero teatro.

Laurencia está programada en el Teatro de la Comedia de Madrid Sala Tirso de Molina del 9 al 26 de octubre de 2025 /Autor Alberto Conejero / Dirección Aitana Galán / Intérprete Ana Wagener / Guitarra flamenca Antonia Jiménez / Asesoría plástica Anselmo Gervolés / Sonido Quique Mingo Iluminación Javier Ruiz de Alegría / Ayudantía de dirección Ramón Perera Videocreación Alba Trapero / Producción Compañía Nacional de Teatro Clásico
Temas musicales originales de la guitarrista y compositora Antonia Jiménez y versiones de: «Niña y viña», villancico anónimo del Renacimiento español, Cancionero de la Colombina; «Rondeña o bolero de Ore- llana», canción popular extremeña utilizada por Antonio Gades en su montaje de Fuenteovejuna (1994); «Soleá de Arcas», del guitarrista Julián Arcas (1832-1882).
Imágenes de cuadros de la pintora barroca italiana Artemisia Gentileschi (1593-1653). Escuela de Caravaggio. Imágenes de abstracciones pictóricas de Anselmo Gervolés, artista contemporáneo español.




