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Nymphomaniac: Volumen 1, de Lars von Trier. Estrenada en las postrimerías de 2013, tuvo su principal recorrido en 2014. Aupada al número 1, es una narración moral por episodios al modo de las novelas libertinas del siglo XVIII. Una ejemplificación de la adicción actual a la ansiedad. Se engarzan cinco episodios en este primer volumen, en estricta sucesión cronológica que ejemplifican la vida espiritual de la protagonista, y digo bien, vida espiritual.
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Nebraska, de Alexander Payne. Tiempo líquido como la cerveza que trasiegan el semi-demenciado anciano que recorre las llanuras entre Montana y Nebraska y su hijo. Nebraska es ante todo una película de actores, soberbiamente dirigidos por Alexander Payne. Un billete de lotería puede hacer viajar, ya lo sabía Julio Verne. Un falso billete de lotería premiado -un millón de dólares- exige renunciar al sano juicio y formar mapas mentales del propio sueño sin desgarrar el billete.
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Joe, de David Gordon Green. Sur, Mississippi, olor, peste a carne pútrida de ciervo, por ejemplo. Sangre, mucha sangre. Atmósferas opresivas, agobios de calores húmedos, ya en el cielo, ya en la entrepierna. Nicholas Cage, en una magnífica interpretación, con una fuerza descarnada y abrumadora. Película de óxidos, polvos y lodos, venenos y serpientes. Y una violencia omnipresente, dueña y señora de todas las oportunidades, al acecho de cualquier prebenda o migaja de humanidad.
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Philomena, de Stephen Frears. Frears encontró en el personaje de Philomena, interpretado por Judi Dench, a una mujer vital hasta el paroxismo celeste y dotada de una sabiduría pedestre pero no menos consistente. Lucha entre fe y descreimiento. Philomena ha sido tildada de película anticatólica por el elíptico tratamiento de las hórridas condiciones de vida en los orfanatos católicos irlandeses de los años 50. Si existiera todavía el Premio del Cine Católico, un jurado inteligente se lo tendría que otorgar.
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Llenar el vacío (Lemale et ha halal), de Rama Burshtein. Una familia de judíos ultraortodoxos en Tel Aviv. Y una joven, Shira, debe atravesar las aguas que la separan del matrimonio y de la edad adulta. Pero para ello debe resolver cómo llenar el vacío en el que está incardinada. Vacío que no es sólo de su vida, “temo a la muerte, soy mala”, dice, sino que está ante su vida, sin escapatoria posible.
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Boyhood (Momentos de una vida), de Richard Linklater. Doce años de rodaje, bueno en realidad 39 días de rodaje de la vida de un niño y joven. Mason, Ellar Coltrane, asume de algún modo el rol de hombre sin intimidad, expuesto a la visión pública, que es una de las metáforas de la individualidad de nuestro tiempo. Sé tu mismo decían los clásicos. Sé nosotros, dice el mundo conectado a la red. Sé alguien, te espeta tu esposa o esposo. Pero todo se confabula contra nosotros.
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Locke, de Steven Knight. Autopista hacia la realidad…Ivan Locke, interpretado por Tom Hardy conduce siempre, a cada instante de la película, pero no en una sola dirección sino que se van entrecruzando mediante sucesivas llamadas de teléfono al coche sus mundos posibles. Hay que manejar con cuidado ese material sensible y el guión de Knight es tan adecuado a la tarea que cuesta imaginar alternativas viables.