Las luchas por la vida

Las luchas por la vida

 

El regusto de la agresividad nos puede como el aroma de un perfume de Guerlain. Somos con suerte, domadores de leones de nuestra selva chiquita. Y no sabemos, no queremos saber que podemos ser capturados.

La vida en la colmena zumba de agresividad, que muchas veces está socialmente constreñida a maldades de baja estofa moral, lo que nos vuelve aún más locamente agresivos, esta vez, para con nosotros mismos.

El redoble de tambor que nos llama a nuestras particulares guerras es inaudible para los oídos ajenos pero retumba en nuestras cabezas. Lanzamos señuelos espejeantes en una lucha sin cuartel para conquistar nuestro derecho a existir.

Somos muchos y mal avenidos, cuerdos y locos pero casi siempre sin atar y lanzadores de estopa para contrarrestar la ropa sucia tendida que tanto daño hace a nuestros ojos, pero no a nuestras manos, mentes y corazones.

La lucha es siempre de una parte contra otra parte, de una bandería contra otra. Parcialidades…porque no somos completos ni lo podemos ser. Somos partes en relación, luego en combate mientras sigamos siendo parte, juez y parte.

Completar nuestro juego está fuera de nuestro alcance, y de nuestras miras. Sólo sabemos ocluir nuestras miradas en derredor para buscar…otras partes.

Estamos prendidos a trazos, chisporroteos, humo, que nos llevan de aquí para allá en un intento vano por encontrar una solución a un enigma insoluble. Y afortunados! Porque el resumen de la completitud es bien claro.

Es el puzzle que forma la cara insana de la muerte. Dicho en otros términos, asumir un ente como el ser humano en su completitud, esto es, aislarlo completamente y cernirlo, sólo está al alcance de quien se sitúe fuera del tiempo.

En primer lugar en la muerte y quizá…¿en la eternidad?

Asistimos espantados a los combatientes ya fuera de juego, una vez más, siempre a los más alejados de nuestros propios campos de batalla, por supuesto. Les damos paz y palabra a fuer de insinceros con nosotros mismos.

Pero, ¿somos siempre nosotros? ¿Cómo podemos autoidentificarnos siendo partes incompletas de…algo? Porque sabemos que más allá de las partes, marcando sus límites y lindes, rodeándonos alevosamente, están la muerte y sus desdenes.

La muerte como lugar de reposo…esa es la sempiterna imagen que nos ofrecen la vida y sus guerras. Y lo mejor del caso es que a lo sumo, se trata de una incierta hipótesis de trabajo.

¿Porque quien ha ido a la muerte a preguntarle cara a cara? La esfinge es muda y ciega y sorda a nuestros deseos y ruegos. Suponiendo que reuniéramos el valor suficiente para intentarlo.

Sólo sabemos luchar y eso lo hacemos bastante bien, ¿verdad?

Autor

Soy José Zurriaga. Nací y pasé mi infancia en Bilbao, el bachillerato y la Universidad en Barcelona y he pasado la mayor parte de mi vida laboral en Madrid. Esta triangulación de las Españas seguramente me define. Durante mucho tiempo me consideré ciudadano barcelonés, ahora cada vez me voy haciendo más madrileño aunque con resabios coquetos de aroma catalán. Siempre he trabajado a sueldo del Estado y por ello me considero incurso en las contradicciones que transitan entre lo público y lo privado. Esta sensación no deja de acompañarme en mi vida estrictamente privada, personal, siendo adepto a una curiosa forma de transparencia mental, en mis ensoñaciones más vívidas. Me han publicado poco y mal, lo que no deja de ofrecerme algún consuelo al pensar que he sufrido algo menos de lo que quizá me correspondiese, en una vida ideal, de las sempiternas soberbia y orgullo. Resido muy gustosamente en este continente-isla virtual que es Tarántula, que me acoge y me transporta de aquí para allá, en Internet.

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